Tengo una memoria muy vívida de mis primeros días en Buenos Aires. Había salido de noche hacía ningún lugar en particular y sin rumbo, y cuando empecé a charlar con gente recién conocida alguien me preguntó: ¿Pero viniste sola, sola? En aquel entonces lo que menos me imaginaba era que esa pregunta, acompañada por una cara de asombro, iba a repetirse una y otra vez durante todo el tiempo en que me presentara en condición de extranjera.
Mi intención no es ofender a nadie, pero me voy a atrever a decir que esta pregunta es el resumen de la mentalidad de rebaño. Por no decir misógina. El hecho de que una mujer haya elegido no estar acompañada por otro ser humano es tan incomprensible para la sociedad que yo, como extranjera, no paso ni un día sin que alguien me detenga en algún lugar demandando atención, energía y tiempo.
Uso la palabra “mujer” con mucho énfasis porque eso de salir a explorar y descubrir las cosas por los propios ojos parecería ser cosa de hombres. Los grandes viajeros y exploradores han sido varones, o es lo que dicen. Las historias de las mujeres que toman sus propias decisiones para alcanzar sus propios placeres o porque se les canta hacer alguna cosa u otra no se nos relatan. ¿Cuántos libros hay donde cuentan la vida y los deseos de una mujer sin que se sienta perdida, indecisa o, en la mayoría de los casos, culpable? ¿Cuántas películas hay que no se enfoquen en la historia de algún hombre? ¿Acaso hay alguna obra donde no veamos al personaje principal como a una persona observada y consumible por los ojos y el ego del hombre, o como una que está en competencia con otras mujeres? ¿Dónde se cuenta de una mujer que hace cosas porque tiene ganas de hacerlas y punto?
Tengo una lista de tales obras pero no las veo en abundancia. Así que entiendo de dónde viene la pregunta y el asombro ante la mujer soltera y viajera. Entiendo que el placer de una mujer es invisible si no está atado a alguna otra persona, ya sea su familia o su pareja. La soledad disfrutable está reservada para los hombres. Entiendo que es la realidad de las multitudes, pero no es la mía.
Me gusta salir sola. Me gusta viajar sola. Me gusta comer sola y tomar sola. Me gusta leer sola. Porque me gusta hacer las cosas por hacerlas y disfruto del acto mismo sin que este sea una excusa para hacer otra cosa. Me gusta ir al asunto sin dar muchas vueltas. Soy directa. Me gusta tanta esa derechura que prefiero mi propia compañía antes que cualquier otra. Lo tengo bien marcado y entendido, sin embargo las cajas pequeñas y definidas en donde me quiere encasillar la sociedad me hacen sentir achicada y asfixiada, y como no puedo respirar bien, a veces me confundo.
Por eso lo voy a dejar bien claro y escrito para no olvidarlo nunca: no estoy sola. Estoy conmigo misma.