Este texto que generosamente comparte el amigo Jorge Bafico,
es uno de los capítulos de su nuevo libro «Tan cerca de brillar», editado por Sudamericana.
Benja te voy a contar una historia que dignifica.
Hace meses el cuidacoches de la cuadra donde vivimos se enteró que te esperábamos. Cortito es todo un personaje, de esos entrañables y gentiles. Es parte de la vida de nuestro edificio. De alguna manera es como el león de la cuadra, nos cuida, no solamente a los autos sino también a los vecinos. Una vez evitó que a una mujer la robaran. Se toma con responsabilidad su trabajo a tal punto que no falta nunca y cumple un horario como si estuviera en una oficina.
Cortito es del club Nacional, es fanático y cuando su cuadro de futbol gana, se aparece ataviado con camiseta, campera y gorro. Por supuesto cuando pierde es blanco de las bromas de los que somos de Peñarol. Este ida y vuelta futbolero nos alimenta el día a día y nos hace cómplices y enemigos al mismo tiempo.
Es un buen hombre que seguramente la vida no le dio las mismas oportunidades que a nosotros, una vez le dijo a uno de tus hermanos que estudiara para no terminar como él. Sabiduría popular tiene el cuidacoches, esa que se gana en el día a día del sacrificio descampado, de juntar las monedas una a una para poder comer. Es otro universo, hijo querido, porque si bien a nosotros no nos sobra demasiado estamos en las antípodas de su realidad.
La cuestión es que un día mientras estaba en el consultorio sentí un timbre insistente, no era el de un paciente. Era uno que requería mi presencia inmediata, un timbre de urgencia. Cuando atendí era la voz inconfundible de Cortito que me solicitaba que bajara, de forma tierna y tosca, una rara mezcla que es algunas personas es posible. No me decía el motivo de su llamada, solo que era necesario que lo viera. Me temí algo grave por lo que rápidamente me dispuse a ir al encuentro.
Estaba con una bolsa y una risa pícara, descarte de plano una situación grave. Me alcanzó la bolsa de forma rápida, como sacándose un problema de arriba. Benjamín, yo no entendía demasiado de qué se trataba esto. La bolsa de papel tenía el logo de una casa de ropa deportiva.
Me dijo que no lo abriera y que se lo diera a tu madre. Subí un poco aturdido por el presente y entregué el pedido. Cuando lo abrimos, nos encontramos con una sorpresa para ti, una batita con pelele de Peñarol, una ropita blanca con el escudo del cuadro de mis amores y seguramente del que hubiera sido el tuyo.
Un gesto hermoso. No solamente el presente le había salido bastante más dinero de lo que podía pagar, sino que se corría de su pasión futbolística para ofrecerte un regalo de tu agrado.
Te imaginaras la sorpresa que nos causó, pero también la admiración por ese hombre de vida difícil que se brindaba así por nosotros. Nos sentimos muy reconfortados en ese momento y te diría que ese es unos de los instantes que recuerdo con menos angustia en este viaje que hemos tenido.
Las cosas de la vida no son casuales. Cuando volvimos al apartamento, nadie vino los primeros días, respetaban el duelo. Entendían del dolor y la necesidad de estar solos. Pero ¿sabés quién fue el primero que vino a visitarnos hijo mío? Si, el cuidacoches, no reparó en nada y se mandó de lleno al encuentro, subió con uno de tus hermanos y entró como una ráfaga. La sorpresa fue mayúscula, como la vez que toco timbre insistente con el obsequio en mano. Dijo algunas palabras que generaron el llanto genuino y agradecido de tu madre. Seguramente él también en algún momento de su vida perdió todo, pero hoy rendía tributo a una familia en duelo. Una acción gigante que muestra que la solidaridad en el dolor no tiene fronteras, ni diferencias sociales. Tu pequeño hijo mío, lo pudiste mostrar