Pensar duele | Omar Adi

Las mentiras resultan a veces mucho más plausibles, mucho más atractivas a la razón, que la realidad, dado que el que miente tiene la gran ventaja de conocer de antemano lo que su audiencia desea o espera oír. Ha preparado su relato para el consumo público con el cuidado de hacerlo verosímil mientras que la realidad tiene la desconcertante costumbre de
enfrentarnos con lo inesperado, con aquello para lo que no estamos preparados.

Esto decía Hannah Arendt. Me saco sombrero, boina, gorrita visera y hasta capelina si fuera una dama, para inclinarme ante tamaña lucidez escrita hace muchísimos años. Profunda analista de los avances totalitarios, su propósito confeso era simplemente comprender. No parece ser poca cosa.

Permítanme ahora una necesaria aclaración. Cuando este humilde zurcidor transcribe citas de gigantes, no intenta demostrar ninguna erudición; pretende que los queridos lectores que no conozcan la obra de aquellos a quienes se cita le escriban al señor “Gugle” (yo lo hago a cada rato), y buceen en lo que esos gigantes piensan o han pensado. Creo que es una forma de pensar nosotros, subidos en sus hombros.

Aunque como decía también Arendt:

No hay pensamientos peligrosos, pensar es de por sí lo peligroso.

No importa que lo sea. Porque no pensar, aplaudir todo, equivale a no confrontar, nos alinea en el amenazador unanimismo y torna gelatinoso al espíritu de contradicción y entonces se obstaculiza toda posibilidad de progresar hacia algún punto.
La verdad yace en el fondo de la discrepancia. Nuestro deber es pensar, distinguir realidad de ficción, y hoy día, noticias de
propaganda. Necesitamos debate, contrarios, opuestos. Sólo así llegaremos a acercarnos a algo parecido a la verdad, si es que ésta existe.
Porque lo unánime siempre es peligroso.
Y la verdad revelada ni te cuento.
Vivimos una época de polarización donde tu verdad se opone a mi verdad. No dialogamos, damos por sentado que vos estás equivocado y que además, para colmo, sos mi enemigo por pensar distinto. Son tiempos -como siempre fueron en realidad- del bien contra el mal, incluso con algo de Guerra Santa, sin que tengamos elementos para saber si lo malo es tan malo y lo bueno es tan bueno.

¿Podremos conseguir algo parecido a la paz o a una tregua para repensar las cosas y dejar de poner el foco en lo accesorio? ¿Es impensable creer que es posible un mundo mejor, más fraterno y solidario? Soñar con hermanos abrazados, corriendo por los prados tomados de las manos y cantando Imagine, es un delirio embadurnado de tanto amor y paz que pide insulina a gritos.

No quiero decir eso.
Quiero decir que podemos comenzar esforzándonos en el intento de comprender al otro, de ponernos en sus zapatos, de saber algo más de su historia de vida, de sus por qué, de bajar un cambio el rencor.
Se me dirá: es primario, naif, infantil, imposible lo que planteás.
Bueno, sí.

Uno a veces camina hacia imposibles, que no otra cosa es la utopía. Y aporta lo que puede, aunque sea demasiado poco y no sirva de mucho, para dejar el mundo un poquito mejor de lo que es. ¿Conocen esas parábolas aleccionadoras del picaflor que intenta apagar el fuego del incendio volcando el agua de sus alas que mojaba una y otra vez en el arroyo o la del
niño que devolvía al mar las estrellas que encontraba moribundas en la playa?

Tal vez la enseñanza de esas parábolas podamos resumirla en una respuesta única de niño y de picaflor que debería ser nuestra respuesta cuando alguien nos pregunte si creemos que conseguiremos algo con nuestra minúscula acción.

No lo sé, pero es lo único que puedo hacer y lo voy a seguir haciendo.