Los recreos del liceo duraban cinco minutos. Eran una prematura prueba de la relatividad del tiempo, ya que en ese breve lapso, se iba al baño, se comía, se hablaba, e incluso se repasaba para un escrito. Hace mucho no veía a Carla, una compañera de otro grupo con la que solía intercambiar libros, cuando llegó el rumor. Primero que tenía una enfermedad, luego de que se trataba de algo mental y más tarde de que estaba poseída. Incluso llegaron a afirmar que la iban a exorcizar. Pero un día volvió. Estaba como siempre, un chica alegre, estudiosa, sociable. Me cruzó en el patio y gritó nuestra clave “tengo libro”, “yo también”, respondí. Al otro día nos sentamos lejos del bullicio a hacer nuestro canje. Llevé “Ojos de fuego” de Stephen King y ella trajo “Legión” de William P. Blatty. Se me escapó decirle “¿Este no es el autor de…?” y me sonrojé. Ella sonrió, “Si, el del exorcista”. Sin que yo agregara nada me contó lo que había pasado en esos meses. Sonó el timbre, y si bien éramos de los que jamás nos quedábamos afuera de la clase, seguimos ahí sentados. El patio quedó desierto. Se nubló y de la bahía llegaba un zumbido. Lo normal hubiera sido que apareciera la adscripta a ordenarnos entrar a clase, pero el liceo parecía haber quedado vacío. Sólo se oía su historia, llena de otras voces, de lagunas en la memoria, de médicos, de internaciones, de lesiones en las muñecas, de una enorme herida en la espalda. “Mirá”, dijo levantando su camisa. Era una marca roja que iba de los hombros a la cintura. “Sé que vino alguien y me lo sacó de adentro”. Hicimos silencio. Sonrió. “No era un cura”, dijo de repente. Fue extraño porque estaba a punto de preguntárselo, tanto que me hizo dudar de que lo hubiera hecho. “Pero, era… no sé… ¿el diablo? Los árboles del patio se inclinaron un poco. “Les dicen Presencias. Son espíritus perdidos, se meten en cuerpos casi sin querer, y… por favor no te asustes, en realidad no se pueden ir muy lejos, quedan enganchados, te los sacan de adentro pero andan cerca…” Terminó de decirlo y clavó su mirada en la mitad del patio. Instintivamente miré hacia allí. Noté que hacia un rato no podía respirar bien, supongo que era miedo. Creía ver el aire más espeso. Se me escapó un pequeño temblor, ojalá que imperceptible. Por suerte logré preguntarle “¿Y cómo estás ahora?”. Volvió la vista hacia mí y encogió los hombros. “Te va a gustar. Es de los tuyos”. “Este también”, le contesté. Se levantó y sonó el timbre de salida. Me apuré en mezclarme con mis compañeros. Nunca leí “Legión”, sentía que ninguna historia de terror podía superar el relato de Carla. Seguimos intercambiando libros hasta que yo me fui a la Universidad y ella quedó embarazada de su novio. No pudo cumplir su sueño de ser profesora de literatura. Ahora sólo la veo por redes sociales. Siempre sonríe.