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En un caluroso día de junio me interno en el parque, El Retiro de Madrid. Las casetas de la Feria del libro enfiladas por números facilitan la búsqueda de los escritores, camino por el lado de los impares, por cábala. A poco de entrar me topo con una cola de admiradores que buscan la firma de un autor, intento mirar quién es, veo un cigarrillo en su mano derecha mientras firma con la izquierda, busco más detalles y encuentro un rostro huesudo y ojeroso, es entonces que decido ponerme en la cola. En 20 minutos estoy ante la mirada del poeta. Me pregunta por mi nombre, mientras me lanza una bocanada de humo de su cigarrillo, y ante mi silencio me vuelve a preguntar. Luego de su dedicatoria me llevo el libro, Dos relatos y una perversión. Mi alegría ha sido compensada, al concederme una entrevista en el legendario Café Gijón a las 12 del día siguiente.
Llego cansado, me pasé recorriendo librerías en busca de sus libros para entablar una conversación. Apenas entro en el café Gijón, lo distingo entre los parroquianos, me acerco y en silencio me da la mano, es entonces que con su permiso saco mi pequeño grabador.
— ¿Cómo se siente en Madrid?
— Una bella ciudad, conozco sus rincones pero vuelvo a mi lugar mañana, al Sanatorio de las Hermanas de la Caridad, en la Gran Canaria.
Me deja sin respiración, delata su locura sin prejuicios. Es entonces que trato de repetir preguntas que otros han intentado, para sentirme seguro.
— ¿La aparición de Los nueve novísimos en 1970 le ha dado la oportunidad de ser conocido, qué recuerdo tiene de esa época?
— Fue un intento del poeta catalán, Pedro Gimferrer que convenció al editor Carlos Barral para que me incluyera en la antología. Guardo en el recuerdo mis mejores momentos de mi vida junto a José María Alvarez, Guillermo Carnero, Manuel Vázquez Montalbán, Antonio Martínez Sarrión, Félix de Azúa, y otros que me acompañaron en la antología.
— ¿Ocho ocupan cargos importantes y Ud. se encuentra en un hospital psiquiátrico, no se considera un perdedor?
— Han elegido sus caminos, no tengo nada que envidiarles. Le diré además, que la situación de los intelectuales españoles es triste, salvo excepciones imperceptibles, han dejado de ser la palabra de la libertad y la moral para transformarse en inteligencia sometida al poder, que la utilizan para fabricar argumentos, orientar los debates, manipular y controlar a la sociedad.
— ¿Mencionó a sus compañeros de viaje en los novísimos, qué otros poetas prefiere?
– Poe
Lo nombró sin sus dos nombres de pila, Edgar Allan y me extrañó.
— ¿Cómo le gusta que lo llamen, poeta maldito o transgresor?
— El término maldito me tiene cansado, aunque soy la reencarnación del Conde de Lautreámont; me gusta transgresor que quiere decir, violar un precepto, para los locos no existe el pasado por lo tanto estamos en creación permanente y consecuentes por no respetar viejas normas.
— ¿Su padre era un poeta conocido?
— Sí, se llamaba como yo, los españoles somos tan originales para los nombres, bueno no me quejo, por lo menos no me llamo ni Pepe ni Manolo.
— ¿Trabajó para Franco?
— Es cierto, pobre padre, no tenía otro camino, estuvo a punto de ser fusilado por su amistad con los poetas de la República, pero terminó siendo director del Instituto de Cultura Hispánica, siguió siendo antifranquista en la clandestinidad lo que le valió la prisión.
La lectura del periódico indica que España es el mayor consumidor de estupefacientes, entonces aprovecho para preguntar.
— Hablemos de la droga
— Todos piensan que la droga ha sido la causa de mi estado, pero no es así, fui un niño autista, no comprendido en la escuela, eso me llevó a aislarme de la sociedad y fue entonces que comienzo a consumir diferentes tipos de estupefacientes.
— ¿Qué opinión le merece España y los españoles?
— España sigue siendo un país de cavernícolas, apenas suceden cambios modernos para promover la democracia aparecen esos seres salidos de las grutas a repudiar todo lo que se mueve. Franco está en el corazón de nosotros. Además les aconsejaría a los españoles, coman menos y follen más.
Sus amigos comentan que cuando está en un buen momento memoriza todos los teléfonos y que además es capaz de recitar los clásicos de memoria. Hago un intento entonces y le pregunto.
— ¿Me podría recitar los primeros versos, El cuervo de Poe.
— Una vez, al filo de una lúgubre media noche, mientras débil y cansado, en tristes reflexiones embebido, inclinado sobre un viejo y raro libro…
Lo dejé solo con El cuervo y me retiré sigilosamente. No tengo dudas, la locura y la poesía otra vez se arriman al mostrador de la vida.
Panero muere el 17 de marzo de 2013, sus libros se reeditan continuamente, sus nueve viejos colegas de Los novísimos, dejan un clavel rojo ante su tumba en su fecha.
En un día de lluvia, espero el ómnibus 156 que me lleva al Cerrito.