La extravagancia de Shi Huang Ti | José Luis Krede Rossi

Examinemos en esta nota la extravagancia de Shi Huang Ti, cuyo primitivo nombre era Qin Shi Huang, nacido en Handan hacia el año 260-59 a.C., muerto a los 49 en 210 a.C. Autodenominado Primer Emperador por haber sido el primero en reinar una China unificada. Conocido es por la titánica misión que acometió: la creación de la Gran Muralla, a fines de evitar, en primera instancia, el paso de los bárbaros a su nuevo imperio, que había pasado a ser tal a partir de su reinado.

Shi Huang Ti pretendió –según Borges; yo lo creo correcto– borrar todo pasado anterior a él (o sea, los nombres de Lao-Tsé y Confucio, entre otros, debían cesar su existencia; de lo contrario, significaría que hubo un pasado antes del Primer Emperador, lo que anularía, naturalmente, su cualidad de primero) destruyendo todo libro e impidiendo de algún modo el paso de la corrupción a su imperio, que debía contener China y sólo China. Shi Huang Ti inició y acabó con las Guerras de Unificación chinas, en las que los beligerantes fueron: por un lado, el Estado de Qin; por otro, los Estados de Han, Zhao, Yan, Wei, Chu y Qi. El proceso duró casi una década, con victoria a favor de los deseos del emperador, que, de paso, abolió el sistema feudal. Esto último implica, a mi criterio, una contradicción bastante curiosa: ¿qué emperador eliminaría un sistema tan dogmático y cruel para luego cercar su imperio con mayúscula muralla? Podría superarse esta contradicción suponiendo que Shi Huang Ti quería sencillamente “empezar de cero”, mas ¿cómo hacerlo? Armando, en primer lugar, un cerco que permita la concepción de una “tabula rasa” en sus habitantes, que empezarían a recordar su existencia –y con ellos la del universo– a partir, precisamente, del Primer Emperador. “No por nada es el primero”, se pensaría.

Antes del Uno, viene la Nada, y la Nada era lo que Shi Huang Ti pretendía alcanzar erigiendo esa muralla, que, en realidad, impediría más que el paso físico de un extranjero el paso de su memoria; pensemos: cualquier memoria proveniente del otro lado de la muralla trae recuerdos (sucesos, visiones) ajenas a la memoria de China, provocando, si se conoce tal memoria, una fuerte incongruencia en el sentido común de los que viven muralla adentro. Dicho de otra manera, una memoria extranjera sería invalidar la categoría de primero en Shi Huang Ti; una memoria extranjera manifestaría todo un mundo anterior al Primer Emperador. “Pero, ¿cómo? Si el universo [China, en este caso] y la vida misma comenzaron con el Primer Emperador, ¿cómo es posible que exista alguien que me diga cosas que sucedieron antes de la existencia de mi soberano?”; hasta al más involucionado de los hombres se le subiría la curiosidad hasta la garganta, que siempre intuye dos cosas: un descubrimiento de buena naturaleza (rara vez sucede esto), y un descubrimiento espantoso (mucho más frecuente en este mundo). ¡Esto era lo que Shi Huang Ti y su muralla buscaban! ¡Apagar toda existencia para crear una nueva dentro de los bloques de piedra, únicos confines del orbe entero!

Una vez realizado tal propósito, sólo restaba eliminar la otra Memoria –esa que despierta imágenes mediante palabras; quemar, en fin, toda obra literaria concebida antes del Primer Emperador. Vale decir: la filosofía de Lao-Tsé, Confucio, Chuang Tzu, no tendrían su lugar en la nueva China, pues la filosofía –la más de las veces- condiciona cuerpo y alma de los receptores, despertando en ellos el instrumento más preciado (de infinitos sonidos y armonías) que tiene el hombre: la curiosidad. Tal fenómeno era inconcebible para Shi Huang Ti. (Nada diré de que si el hombre encerrado nace –y su juicio apresado– encerrado se queda y encerrado se muere). La “tabula rasa” no podía quedar corrupta por recuerdos de una memoria añeja, local o foránea.

Aclaro, por cierto, que no es mi intención juzgar a Shi Huang Ti; sólo describir e indagar las razones de su pensamiento. Pero prosigamos.

En la vida del Primer Emperador se presenta otra curiosidad, acaso mucho más grave que la otra, en lo referido a la cuestión “vida/muerte”, “supervivencia/abandono”. El emperador no sólo no quería que sus ciudadanos viviesen sin memorias viejas, sino que vivieran “eternamente” de tal forma, algo, sin duda, horrible. Por esto, emprendió un viaje en busca de la inmortalidad que acabaría nada menos que matándolo.

Estamos ante un hombre que quiso que la memoria no sobreviviera, pero que sí lo hiciera el cuerpo del hombre; quiso darle muerte al pasado, pero vida eterna al futuro1. Shi Huang Ti fantaseaba, en paralelo, con la dulzura de la muerte y con vivir eternamente. Ahora bien, se verá que no es ninguna paradoja si la expongo en la siguiente cláusula: Shi Huang Ti quiso que el Mundo Externo dejara de existir para que sólo existiera Su Mundo; quiso un único mundo para los suyos, no para los otros.2

En los últimos momentos de su vida, sufrió de una paranoia que le hacía creer que de un segundo a otro lo asesinarían; no es de extrañarse, pues, que decidiera vivir sólo en su palacio.

Fue enterrado en un mausoleo custodiado por ocho mil figuras bélicas en escala real, hoy conocidas como los “Guerreros de Terracota”3, descubiertos en 1974 cerca de Xi’an. Forman parte del Patrimonio de la Humanidad de la Unesco desde 1987.

Si bien Shi Huang Ti no logró crear la Historia, le concedamos, al menos, que quedó atrapado en ella.

NOTAS
1 Esto alarmaría a cualquier hombre sensato.

2 Según el artículo de la Encyclopaedia Britannica, “Shi Huang claimed that his dinasty would last ‘10000 generations’”.
3 A propósito: cada escultura fue diseñada de tal manera que su rostro fuese único, inconfundible.

EL AUTOR José Luis Krede Rossi (Argentina, 1997) Novelista, poeta y dramaturgo. Inició sus estudios literarios de forma particular, aunque su formación es básicamente, autodidacta. En octubre de 2020 publicó su primer libro, El rapto de las sabinas (Ediciones Del Boulevard, Córdoba, Argentina), un drama en tres actos y en verso. Actualmente trabaja en su segundo libro, una antología de cuentos de fantasía. Contacto: j-un99@hotmail.com