Entrevista con Leonor Courtoisie a propósito de «Irse yendo, su nueva novela editada en España.
“Continta Me Tienes” es una editorial española dedicada a la literatura LGTBIQ+, a obras dramáticas y al pensamiento contemporáneo. Como editorial semi independiente se presenta así: “Dúo de bolleras cis, transfeministas, nacidas en los 80. Por lo demás, no nos parecemos en nada”. Y lo cierto es que, con una serie no demasiado extensa de títulos publicados, cada uno pareciera ser de una colección distinta; autores de diversos países, diferentes formas y diferentes usos del lenguaje dentro del andamiaje que la editorial sostiene. Con sus tapas coloridas, rústicas, impertinentes, bien podría ser una editorial independiente de los años 80´de pleno apogeo punk, y algo de eso hay en su forma de encarar el trabajo; cuidado, cuidadoso, explosivo, aunque con la parte machista del punk cambiada por el transfeminismo.
A principios de este año, la uruguaya Leonor Courtoisie, editó la novela “Irse yendo” a través de ese sello. La poeta, actriz y dramaturga incursionó, esta vez en el género o disgénero de la novela armando una trama intimista que bien podrían ser anotaciones de una libreta, pequeños monólogos o entradas de un diario.
A partir de la necesidad de cortar un árbol en el patio de la casa que la protagonista habita con su hermano, su madre y un ir y venir en el tiempo con su abuela, aparecen varios juegos semánticos y formales entre fantasmas, lo que fue, lo que es, lo que podría ser. El texto es un patchwork de pequeños y agudos cuadritos; son los mosaicos rotos de un edificio en decadencia que dejan su filo a la intemperie. La casa se cae, el país se cae, los corazones también se caen y hay que andar juntándolos como viejos juguetes para poner en orden.
Desde su puesta de una obra teatral que transcurría en su casa y que terminó con el árbol protagonista en el suelo y algún otro barullo, con la publicación de “Todas esas cosas siguen vivas” (2020, Pez en el Hielo), Leonor Courtoisie, transita una forma del arte e íntimo, esto no significa que ella revele sus paisajes más personales, sino que crea una atmósfera donde el lector o espectador puede asistir a una puesta en texto que, por momentos, hace pensar en una confesión. Esa casa que se va cayendo de a poco y de la que la protagonista y su familia deben irse, las cosas que van apareciendo -los vínculos familiares y laborales-, dan un retrato que podría ser generacional a la vez que en la foto, la explosión del flash frente al espejo deja entrever algunas pistas. El fuego lumínico de la imagen es la centralidad centelleante de una narrativa que quema, los detalles que la sombre revela, pueden tener la pista de algún secreto. A propósito de “Irse yendo” y su publicación en España hablamos con la autora.
La trama de la novela tiene varias temporalidades, ¿el proceso de escritura fue uno solo o se trata de una forma “patchwork” de armado?
Sí, editar, hacer el montaje, es una forma de escritura a la que le presto mucha atención. Creo que esa fascinación por el armado viene del cine y de las artes visuales, me gustan mucho los museos, el proceso de los montajes, presenciar cómo se organizan las narrativas en un espacio, observar los detalles de un paisaje. Eso está en algún fragmento, el interés porque otras personas vean determinada imagen, compartir esa foto o ese recorte en relación con otras. Después, el tiempo de escritura total tiene como cinco años, es decir, hay materiales que tienen su origen escrito más o menos por esas fechas. Pero estuve un año escribiendo y reescribiendo, por un lado porque las percepciones mutan y por otro porque aparecían descubrimientos y vivencias nuevas que modificaban lo que estaba escrito. Y sí, en otras oportunidades, como en “Todas esas cosas siguen vivas”, fue de un tirón, con dos años de dejar el libro en un cajón y corregir apenas y volver al cajón. Igual, hay un universo mayor, que lleva mucho más tiempo, que tiene que ver con la atención y con la práctica constante de la escritura. Algo así como una pre-escritura, la conciencia y reflexión sobre el acto de escribir cuando no está sucediendo, eso lo encuentro muy presente en el libro, algo subrepticio, como un pulso que sostiene el todo.
Las entradas que van formando la historia también son “microrrelatos”, o “entradas de un diario” ¿se trata de una literatura confesional?
Tengo un diario que escribo todos los días pero nada de ese diario está en el libro, lo fragmentado, que en este caso lleva subtítulos y en algunos de ellos pueden ser pequeñas historias o fisuras de una galaxia mayor, está relacionado con la memoria, con los distintos tiempos del relato, y en algunos casos con una cierta impronta ensayística. Ahora, si pienso en lo confesional como un secreto que se narra por primera vez, sí, puede ser, pero hay pasajes que tienen que ver con la magia, con las artes escénicas y con la botánica, que aparecen como una forma de escritura híbrida más cercana al ensayo, un modo de asociar que se desprende de lo confesional, y que lo encuentro próximo a la ciencia. Nadie diría que un libro de botánica es confesional, y el vínculo con lo escrito, más que de confesión, es de observación y escucha, una acumulación de voces filtradas por un punto de vista cambiante. Lo biográfico, que es materia que vengo tomando desde hace bastante, es una excusa y una dificultad, una forma de reflexión sobre lo inviable.
¿Aparece una trilogía de un “yo” con la obra de teatro, “Todas esas cosas siguen vivas” e “Irse yendo”?
En la novela hay una fuerte presencia femenina entre los personajes que la protagonizan, la casa de la abuela se vuelve un escenario teatral y a su vez la protagonista deja el teatro en reconstrucción, en ese sentido ¿el teatro representa la violencia patriarcal?
Creo que en muchas de las cosas que vengo haciendo voy dejando pistas, es un continuar profundizando, rodeando y ampliando las mismas obsesiones que se repiten. Sucede que por más que me proponga hacer un solo camino hay una fuerza que desconozco o una resonancia intuitiva que me lleva por el lugar que tiene que ser en ese momento. Quiero decir, no me planteo hacer una trilogía o un díptico, sino que es más bien un movimiento de acciones continuas, en esos oleajes la marea seguramente me va a llevar por distintos senderos. “Todas esas cosas siguen vivas” es anterior a la obra, pero se publicó después, y cuando terminó “Casi sin pedir permiso” pensé que había cerrado una etapa, pero la escritura me fue llevando de nuevo a ese material y lo revisité con otra perspectiva, más que nada porque sentí que la obra seguía viva en el cotidiano y que fueron sucediendo situaciones que pertenecían a ese universo y que aparecían en la escritura aunque no lo quisiera. “Irse yendo” en un principio fue un intento de irme de ahí, pero no me pude ir a ningún lado, había que volver a lidiar con ese murmullo.
Creo que hay lógicas vinculares, de las que no me siento por fuera, que son la representación de la violencia patriarcal. Y sí, a grosso modo, parece haber una fuerte división entre quienes ejercen la violencia y quienes no, pero sobre esos binarismos hay matices atroces como la relación entre hermanxs, o el propio patriarcado dentro de una. Siempre pienso en un amigo que impulsó el autoescrache, no es una historia divertida, pero subió a las redes una foto suya y puso: soy un mal padre, etc, etc… siento que con el libro a la primera que expongo desde lo patriarcal es a mí misma, y claro que yo no soy la escritura, pero igual, es un lugar de mucha incomodidad, que me genera contrariedades que todavía estoy meditando. Me interesa ese borde, cuando se deshacen las certezas y se habita la fragilidad, esa es la escritura sobre la vida que me gustaría exponer. Después, hay unos fragmentos que quedaron por fuera sobre una discusión que tiene que ver con lo políticamente incorrecto, para mí, a esta altura, seguir insistiendo con la incorrección política en el arte es vagancia creativa, es mucho más fácil (y ojo que adoro lo fácil y no es por desprestigiar lo simple) escribir desde la incorrección que jugar a intentar otras posibilidades, si las narrativas de la vida están cambiando, ¿cómo se modifican las narrativas en la escritura? Debo decir que me encantaría ensayar una escritura de amor sin tragedia y sin que esté atravesada por lógicas patriarcales o por una violencia sistemática, tal vez lo intente.
¿La casa es un personaje? ¿Cómo llega a tener su vida propia si es que la tiene?
La casa es un personaje, sí, un catalizador. Me acuerdo que José Miguel Onaindia vino a la obra y me dijo que leyera “La casa”, de Manuel Mujica Láinez, ahí la casa es protagonista total, y es tal cual lo que sucede con la casa de “Irse Yendo”, está desmejorada, en mal estado, se le caen o le sacan los pedazos. Acá la casa es un personaje que determina la acción, algo así como que quienes la habitan están destinados a vivir ciertas cosas según cómo la tratan. Como si fuera un ente mayor que lo humano. Y tiene sentido, porque, más allá de la pregunta: ¿dónde vivimos? O del derecho a la vivienda, lo más básico es cómo nos relacionamos con lo que nos rodea. Después, hay un acercamiento a lo paranormal, a las clásicas casas embrujadas que tienen vida propia, esa idea de que la casa los está echando, las presencias y fantasmas que aparecen de modo anecdótico paralelo, que no intervienen directamente pero hace que quienes habitan la casa se comporten de determinada manera a causa de esas presencias. Es una aproximación bastante tímida, pero las ciencias ocultas están, la obra escocesa de Shakespeare y la mala suerte, la magia negra, el gomero, y la casa que tiene vida propia.
Una vez que la abuela muere, la casa empieza a deteriorarse como si no quisiera dejarse vender, ¿hay una simbología con la protagonista que oculta su cuerpo para no sentirse deseada?
Me hiciste acordar de una serie, que en realidad es una telenovela, que me gusta mucho, todos los años la vuelvo a mirar un poco, que es “Para vestir santos”, escrita por un dramaturgo argentino Javier Daulte. Empieza con la muerte de la madre, y hay tres hermanas y una media hermana que quiere vender la casa, y un tío les dice que la rompan toda así no la pueden vender. Pero la casa o el entorno ya comienza a degradarse a partir de la muerte y ellas empiezan a vivir cambios fuertes relacionados con su cuerpo, con cómo se sienten ellas en el cuerpo-rol de ser mujeres. No lo había pensado, lo de ocultar el cuerpo y la casa deteriorada, puede ser, pero más que nada tiene que ver con atravesar situaciones de peligro o violencia, ocultar como un cuidado, no ser deseada para no estar en riesgo. No se llega a la etapa de mostrar el cuerpo y sentirse libre, hay una exposición brutal pero una contención tremenda, un conflicto que se perpetúa.
¿Hay un Uruguay –en el barrio, en la casa, en el árbol- que tiende a desaparecer?
Todo lo que pasa en el libro es un presagio de lo que viene después. Me sorprendió cuando terminó la obra, es decir, cuando cortaron el árbol, cómo el barrio se transformó en unos meses, durante la pandemia, y cómo cortar un árbol, que puede ser lo genealógico, las raíces, es también aniquilar el aire, lo que tiene vida. Hay algo, quizás ingenuo y bastante antiguo, en el acto de eliminar lo que da humedad y nace de la tierra, que tiene que ver con la observación de la naturaleza, en cómo la naturaleza invade y cómo los seres humanos nos encargamos de destruir lo que nos parece que la naturaleza está destruyendo. Se habló mucho de esto en los últimos tiempos, hay un artista que hace unas instalaciones que me parecen muy buenas, Olafur Eliasson, ahora está con una que se llama “Life”. El libro también es sobre distintos procesos de extinción, y sí, hay una ciudad que tiende a desaparecer, el año pasado estuve trabajando con un arquitecto, Lagomarsino, y me acuerdo que anoté algo que dijo, era algo así como: Montevideo le viene ganando tierra al mar desde el principio de los tiempos. La ciudad cambia todo el tiempo, tiene vida propia, el tema es que viene cambiando según ideas o preconceptos sobre la “seguridad”, los megaproyectos edilicios o la nula noción patrimonial, y eso, es algo muy tonto lo que voy a decir pero, afecta la vida de las personas de sobremanera. La forma de relacionarse, los vínculos, cómo habitamos el espacio, influye en la calidad de vida individual y colectiva. “Adiós, mi barrio”, de Soliño, es de 1930 pero comparte nociones que se repiten en “Irse yendo” “la piqueta fatal del progreso/arrancó mil recuerdos queridos/y parece que el mar en un rezo/demostrara también su emoción”. Aceptar el paso del tiempo está bien, no quisiera ser una nostálgica eterna, no todo tiempo pasado fue mejor, pero no entiendo hacia dónde vamos, y las ciudades no pueden organizarse a partir de la voluntad de unos pocos. No es algo nuevo, y por lo menos en Montevideo viene siendo así, en el resto de Uruguay y sus distintas localidades los problemas son otros, también terribles, algunos relacionados con la producción agrícola pero asociado a la misma fantochada de progreso. Producir más con menos, hacer cajas de cartón porque cambió el núcleo familiar, llenar la ciudad de falos, como me dijo otra amiga arquitecta, Joaquina, hacer edificios para ver quién la tiene más grande. Eso también es violencia patriarcal.
Se produce un retrato generacional en la protagonista, sus treinta años y haber estudiado algo que no le da para vivir ¿se puede ver ahí, en ese punto, a una parte de nuestra generación que quedó descolgada?
Creo que somos una generación que tuvo la oportunidad de estudiar y que muchos estamos hiperformados pero no tenemos trabajo. Mirá, fue en 2016 cuando me dije que nunca más iba a laburar de otra cosa que no tuviera que ver con lo que me gusta y me pasé al club de la autoprecarización. No tener casi derechos laborales por decisión propia es ridículo y así vivimos muchas de las personas que nos dedicamos a la cultura. Es complejo ir contra la romantización del artista sin un mango, no es romántico, es patético, triste, desolador y lo peor de todo, es una injusticia. Y si no se empieza a pensar como un problema económico, y si seguimos asociando el dinero con algo que está mal, y si seguimos separando el arte de la vida, estamos en el horno. No entiendo por qué no podemos hablar de dinero, como si fuera una mala palabra, si cuando voy a la verdulería pago con dinero, no voy y le digo: señora, cómo está, deme un atado de acelga que yo le recito unos versos. Hay que cambiar un poco esa idea, que todavía existe, sobre el artista que escribe o crea mejor en la miseria. La tendencia, el afán por lo nuevo, las redes sociales, la ansiedad, y ahora la pandemia, no colaboran. Otra cosa, que ya mencioné es la dificultad del acceso a la vivienda, más allá del tremendo sistema de cooperativas que hay en Uruguay, es muy notorio. No sé si es generacional, puede ser, pero no me doy cuenta. Y todavía no le encuentro la vuelta.
¿De dónde deberíamos irnos yendo estos coetáneos uruguayos?
Vayas a donde vayas el barrio se va con vos, dice Silvina Giaganti en un poema, irse yendo es eso, una imposibilidad, una fuerza contradictoria.
“Irse yendo”. Leonor Courtoisie. Ed. Continta Me Tienes. 2021. 162 Pags.