Cuando volvió al comedor traía dos tazas de café humeante y cuatro brownies en una bandeja. Pero antes de sentarse, dijo como susurrando: –Primero voy a llevar a Archie a su lugar– Recogió la urna que reposaba sobre la mesa y subió lentamente las escaleras rumbo al dormitorio de su hijo.
–¿Dónde estás? ¿Falta mucho para la cena?— preguntó Sherman Oakes, sin levantar su vista del periódico.
–Ya voy—respondió su esposa Edith desde la cocina, secándose las manos con un delantal que no se quitó al sentarse a la mesa.
–Bien– dijo Sherman, posando su periódico sobre una silla ubicada a su derecha. Y entrecruzando sus grandes manos de granjero, inclinó su cabeza cana y comenzó a rezar:
–Por los que vamos a recibir, Señor….
Edith rezaba en voz baja, con los ojos cerrados, la mano izquierda posada junto a una fotografía de su hijo Archie.
Cuando Sherman hubo acabado su plegaria, agradeció con un amén y desplegó la servilleta sobre su regazo.
Comieron el pastel de carne casi sin decir palabra, como era su costumbre. Cada uno ensimismado en sus recuerdos y preocupaciones. Aunque ahora lo único que les importaba era el hijo.
Finalmente Sherman rompió el silencio con una pregunta:
— ¿Tú crees que Archie sabrá que estamos celebrando su cumpleaños?
–Seguro, — respondió la esposa. –Siempre lo ha sabido, desde que se fue a Irak. Oh Dios mío, cómo odio esa guerra…
–Una guerra terrible pero necesaria, Edith. Para combatir a esos árabes traidores.
La esposa asintió en silencio.
–Es la pesada carga que lleva nuestra nación. Defender la democracia en el mundo.
–Pero ir a pelear en un lugar tan lejano…
–Donde sea necesario. Por eso nuestro Archie se alistó en los infantes de marina. Como buen americano. Yendo a donde lo mandó nuestro Presidente. Como yo fui a Vietnam, mi padre fue a Iwo Jima y el abuelo a Francia en 1917.
–¿Tú crees que Bush es un buen presidente, Sherman?
–Es un buen americano y no le tiembla la mano cuando hay que castigar a los criminales. La pena es que tenga a un negro como principal asesor. No me gusta que nos manden los negros. No señor.
–Pero allí está el general Schwarzkopf, ¿no es así? Y él es blanco.
–Menos mal. Un héroe. Pero Powell es su jefe y los negros no son buenos líderes. No nacieron para eso.
–¿Tú crees?
–Lo aseguro. Ahora vamos a cantarle feliz cumpleaños a Archie.
Edith se levantó y fue hacia su marido, para sujetarle de la mano. Su cuerpo pequeño parecía el de una niña indefensa al lado de su corpulento marido, que bruscamente se puso de pie, empujando su silla hacia atrás, luego carraspeó un par de veces y entonó:
–Happy birthday to you, happy birthday to you… happy birthday dear Archie, happy birthday to you…
Los ojos de Edith se llenaron de lágrimas y Sherman la abrazó con torpe ternura.
–Orgullosos de ti, hijo– dijo el padre. –Feliz 27 cumpleaños.
Ambos se miraron a los ojos y sonrieron con tristeza.
–Parece que fue ayer que lo llevé por primera vez al kindergarten—suspiró Edith. –¡Cómo pasan los años!
–¡Muerte a Saddam!— exclamó sorpresivamente Sherman Oakes y se dirigió a la ventana para mirar al jardín, observando la bandera norteamericana que flameaba en su mástil sobre el alero. Y allí permaneció varios minutos, detrás de las cortinas blancas que enmarcaban la ventana del comedor.
Siempre hacendosa, Edith comenzó a recoger los platos para llevarlos a la cocina.
–¿Quieres café, querido?
Sherman, pensativo, asintió con la cabeza y permaneció en silencio, con la vista perdida en las casas del vecindario.
–Mañana iré a Nashville, para comprar unas piezas para el tractor– dijo casi en voz baja, al mismo tiempo que oía el ruido de platos que procedía de la cocina.
Su mujer lavaba la vajilla mientras esperaba que se calentara el café. Luego buscó unos brownies, pensando en Archie y sintiendo su presencia a su lado. Las nubes se habían acumulado en el oeste, dividiendo el sol en rayos que se extendían en varias direcciones. Ella miró por la ventana que estaba encima del fregadero y dijo en voz baja:
– La luz de Dios…
Roberto Bennett (Montevideo, 1948) es escritor. Acaba de publicar «Pax americana». Este cuento integra este libro y fue cedido generosamente para que Delicatessen.uy lo comparta con sus lectores.