En este año de pandemia hemos asistido a una realidad acrecentada: las redes sociales nos han atrapado con un entrelazado del cual es difícil zafar. Nos pescaron por barrido. No me refiero a las herramientas que sustituyen a lo presencial, que todos utilizamos en la familia, en el trabajo, en los distintos foros de interés, sino a la necesidad obsesiva de comunicar todo.
Ni siquiera el tema es ahora la todología donde se opina alegremente de cualquier cosa y si uno no está atento parece tener la misma relevancia lo que dice el tonto del pueblo (como decía Eco) que lo que informa el virólogo. Me refiero a otra cara de las redes, la transparente, esa que nos hace exhibirnos constantemente. El narcisismo y su consecuencia, la auto referencia, ha logrado vender peceras por miles de millones.
Somos pececitos en una de esas peceras. Nos miran defecar, tener relaciones, alimentarnos, desplazar al pececito más chico con un coletazo en la trompa para comer nosotros primero. Y lo mostramos, nos regocijamos compartiendo nuestras íntimas miserias en el supuesto que somos importantes para que todos sepan en qué aguas andamos, qué lindos somos, qué algas comemos, qué bonitas son nuestras majuguitas.
Y ni se te ocurra cambiar el agua o agregar pececitos de otras especies, con otra historia de vida y entonces otras ideas.
Rebotamos contra las paredes transparentes pero sólidas de nuestra pecera indignados por la actitud cansina del viejo limpia-fondo y la arrogancia de un robusta velo de novia. Y gesticulamos hacia el supuesto público que a veces nos presta atención un segundo y luego va a mirar otra pecera porque se cansa rápidamente de vos (y de todo).
Muchos amigos se niegan a ser parte del cardumen de la peceras, ése que es inmune al razonamiento, a la empatía, a la tolerancia.
Nunca intentamos salir de la jaula de agua, escapar de las certezas absolutas, que son siempre una cárcel. No se nos ha ocurrido que tal vez seamos capaces de respirar aire puro, que hay otro tipo de bichos allá afuera y que al menos podemos intentar conocerlos. Es un mundo complejo, que funciona a una velocidad arrolladora, es cierto.
Pero si te animás, vas a descubrir que tu propio interés está hondamente entrelazado con los intereses de los demás y que esa es una maravilla que te regala la vida. Noto que, contra mi voluntad, he adoptado tono de pastor religioso. Disculpen.
Pero siento que hay esperanza todavía, aunque haya mayorías domesticadas, Hay un desequilibrio brutal entre nuestra capacidad para pensar y entender la complejidad y la velocidad del mundo en el cual vivimos. Puede ser que cada día que pasa nos encerremos más en nuestra pecera incapaces de pensar y de entender. La verdadera realidad pasa por el costado. Ahí es cuando uno comienza a preguntarse si la culpa es del pececito o del fabricante de peceras.
Que dios me perdone.