Anabella Corsi (Montevideo, 1966). Diseñadora y técnica gráfica, especialista en diseño de libros, portadas y catálogos de arte. Integró Estado Gráfico, que expuso en el Centro Cultural de España. Creadora de láminas y naipes La Criolla. Jurado gráfico por 10 años para el Certamen Theobaldo de Nigris de Conlatingraf, representando a Uruguay. Formada además como artista en Taller de Sergio Viera, realizó su primera individual en 2020, en el Museo Mazzoni. Actualmente incursiona en grabado, en Taller Cebollatí. Forma parte del colectivo artístico Minga, con quienes realizó Trigrama, en la Embajada de México, primera muestra en abrir en plena pandemia. Vive en Palermo, con el escultor Gonzalo Balparda y sus hijos Gastón y Gigi.
Un sabor de la infancia
Las galletitas de lata.
Una manía confesable
El orden, antes de arrancar.
Un amuleto
El anillo de mi madre y de mi abuela, creo mucho en las energías. El colgante de mis hijos en el cuello, la medalla de Francisco Matto, el abrecartas de mi padre, un rosario y las fotos de mis seres queridos en la cartera, tengo muchos, los llevo conmigo en esos objetos.
El último libro que leí
Por placer: “Los cuadernos del dios verde”, poemas de Pablo Thiago Rocca y “Polémicas” de Gabriel Peluffo Linari. Y por trabajo, lo que acabo de diseñar: “Miguel Ángel Pareja. Luz y materia”, también escrito por Peluffo. Les recomiendo también “De Pocitos a Buenos Aires, de A media luz a Garufa” lo disfruté montones mientras lo diseñaba. Salió hace poco.
Una película que me marcó
Matrix, porque es como en la caverna de Platón, juega a moverte el piso de tu realidad constantemente.
Algo que evito
Las personas tóxicas.
Si pudiera volver a empezar sería
Cantante, compositora, periodista, chacrera, arquitecta, maestra, profesora, actriz, escritora… tengo una lista enorme para mis próximas vidas.
Un lugar para vivir
Montevideo, la vuelvo a elegir una y otra vez.
Un lugar para volver
Playa Hermosa. Si pudiera incluso, volver a esos veranos largos de 2 meses, que ya no existen.
Una materia pendiente
La música. No he podido con ningún instrumento.
Un acontecimiento que cambió mi vida
En los ochenta, cursaba notariado en Udelar, y pintura en Galería Aramayo con Jorge Casterán, cuando Jorge me recomendó hacer el taller de diseño gráfico de Ricardo Mesa. Fue un click en mi vida, abandoné notariado y pintura y me zambullí como pude, en ese mundo.
El escritor definitivo
Te puedo decir de quién tengo más libros. Miguel Ángel Campodónico. En biografías o ficción, es genial.
Algo que jamás usaría
La palabra “jamás”. Es muy definitiva para un mundo tan dinámico.
La última vez que pensé “tierra, trágame”
Cuando me filmaron para una entrevista en el Museo Mazzoni, y cada vez que tengo que exponerme ante un público. Es algo que me achica.
El lugar más feo del mundo
El de la culpa.
Una rutina placentera
La caminata al atardecer por la rambla de Palermo con auriculares, escuchando a Darío Sztajnszrajber, o a Andrés Calamaro, o en las tardes de los miércoles mientras trabajo escuchar a María Emilia Pérez Santarcieri en Al Pan, Pan, la amo.
Me aburre
La conversación superficial, los videos de entretenimiento.
Una extravagancia gastronómica que frecuento
Cocinar comida que me gustó, de los lugares que visité y que extraño, que aprendí a querer. El mbejú, la mandioca frita, el guacamole, los tacos, el humus.
Una canción que aún me conmueve
“Todo se transforma” de Jorge Drexler.
Un restaurante que nunca falla
La cocina de casa, cada vez más vegetariana y vegana. Me gusta salir de vez en cuando, pero no a almorzar ni cenar, sino en las tardes, no sé si entra en la categoría pero voy de vez en cuando a Escaramuza o a Potts.
Algo que cambiaría si pudiera
El adn de las personas, les inyectaría dosis extra de empatía.
El valor humano que más admiro
Hacerse cargo. Encarar.
Una última palabra
¡Abrazo!