El poeta de las manos ásperas y el corazón de miel | Sylvia Puentes de Oyenard

 

Tengo las manos ásperas, pero hay pan en la mesa.
Tengo las manos ásperas, pero hay luz en la casa.
Tengo las manos ásperas; me honra su aspereza,
porque así fueron todas las gentes de mi raza.
…………………………
No me avergonzó nunca mi heredada pobreza
ni me achicó tampoco la humildad de mi traza.
pues si pulir un rumbo me dejó tales huellas,
después de haber pulido la luz de las estrellas
¡qué ásperas las manos le habrán quedado a Dios!

Emilio Carlos Tacconi fue el poeta de la paz y la ternura. Aquel de las manos ásperas que florecieron en versos y armonías. El mismo que Montero López celebrara expresando: «Este breve Tacconi, de discreta/desmesura interior, gigante adentro,/el pájaro y la flor lleva en su cetro./¿Qué gracia no lo ama y lo respeta?».

Después más de noventa y cinco años en que sembró trinos y mieles, Tacconi no pudo vivir la separación de su noble esposa a quien decía: «Contigo y el amor… Siempre contigo.( ) El sueño fue nuestro mejor amigo./Tú eras la mañana, yo el mañana./ El ayer se durmió en nuestro postigo/ y hoy despertó con la cabeza cana».

Tacconi acaba de emprender su último vuelo. Bajo el césped quedarán sus pies cansados, pero como En la voz del ciprés arriba, entre los pájaros, en lo más alto de la copa, soñando, siempre soñando, aleteará su mariposa.

Tacconi y Sylvia Puentes

La Escuela Nacional de Declamación, que tantas veces abrió las puertas para recibirlo en canto, lo acaba de despedir con la unción que su señorío merecía. AGADU, el Ateneo de Montevideo, la Sociedad Ticinesa, la Asociación Uruguaya de Escritores, la Junta Departamental, el Ministerio de Educación y Cultura, el Colegio «Elbio Fernández», el Círculo de Bellas Artes, la Asociación Uruguaya de Literatura Infantil-juvenil, entre otras instituciones, contaron con la calidez de su presencia y el prestigio de su aval lírico. Desde su primera publicación en 1920 hasta la fecha produjo sin prisa y sin pausa cultivando diferentes géneros. Obras de teatro, poemas, prosa, ensayos, microsurcos con la incomparable voz de Amalia de la Vega y el coro del SODRE son el rico testimonio de su vida que no fue un transcurrir, sino un acontecer.

Tacconi se entregó sin medida, porque hizo de la amistad un culto y de la dación un credo. Compartía el concepto de Machado: «Por lo estético a lo ético». Y así sus poemas fueron repetidos por el mundo y llegaron a los labios de Vittorio Gassman.

Los niños y los maestros tuvieron un lugar de privilegio en su corazón. Deseaba que cada niño tuviera en la mano un libro que le hablara de amor, que le enseñara «de qué color es la ternura, en qué lenguaje conversan los pájaros, por qué en otoño caen las hojas, por qué los tréboles amanecen con lágrimas». Buscaba el libro que hablara «más de la miel que del aguijón, más del arco iris que de la lombriz, más del ala que de la pezuña». Un libro que lo hiciera solidario y antepusiera el «nosotros» al «yo». Un libro que lo incentivara en su curiosidad y lo elevara en su espíritu.

Más que la mansedumbre del cordero, buscaba que el Hombre olvidara la fiereza del lobo para cultivar lo sensible y compartir todo lo humano.

Las manos de Tacconi están palpando el abismo, pero como predijera Sabat Ercasty al sondear el misterio, desde el silencio mismo, subirán a la aurora con la espiga más bella.

MIS OCHENTA

Yo no me vi nacer, pero la gente,
y la matrícula de nacimiento,
le dan ochenta a este adolescente
que juega a las cometas con el viento.

Creo que el calendario es el que miente
porque yo octogenario no me siento;
aunque más de una arruga haya en mi frente
y tenga el pelo ralo y ceniciento.

Dicen que tengo ochenta y no lo creo,
porque yo en el espejo no los veo.
Será que los viví tan, tan a prisa,

que el espejo quizá perdió la cuenta
y en vez de dar la edad de los ochenta,
da la edad sin edad de mi sonrisa.

MANOS ÁSPERAS

Tengo las manos ásperas, pero hay pan en mi mesa
Tengo las manos ásperas pero hay luz en la casa
Tengo las manos ásperas; me honra su aspereza
porque así fueron todas las gentes de mi raza.

No me avergonzó nunca mi heredada pobreza
ni me achicó tampoco la humildad de mi traza:
tengo las manos ásperas pero hay vino en la mesa,
tengo las manos ásperas pero hay paz en la casa.

Mientras los ricos guantes tú las tuyas enfundas
yo, por llenarme todo de asperezas fecundas,
quisiera veinte manos en lugar de estas dos…

pues si pulir un rumbo me dejó tales huellas,
después de haber pulido la luz de las estrellas
qué ásperas las manos le habrán quedado a Dios.

 

Emilio Carlos Tacconi
Nació en el barrio Peñarol el 13 /11/1895 y falleció en Montevideo el 26/11/1988. Considerado poeta de la paz y la ternura. En 1920 dio a conocer la obra teatral ‘El pecado ajeno’. Dentro de su producción poética se destacan: ‘Rocio’ (1927), ‘Pan y estrellas’ (1930), ‘Bordón’ (1950) y otros títulos. Fue directivo de A.U.D.E., Circulo de bellas artes, A.G.A.D.U., del Consejo de derechos de autor y Presidente de la Comisión especial de nomenclatura. Fue propulsor de la creación del liceo de Peñarol, el cual hoy lleva su nombre.

 

Delicatessen.uy publica esta nota con autorización expresa de su autora. Originalmente publicada en “El País”, el 1° de diciembre de 1988