El nombre de la enfermedad | Omar López Mato

No hay honor mayor para un médico que su nombre se eternice en la denominación de una enfermedad o síndrome. Uno de ellos fue el Dr. Hans Asperger, quien hizo la detallada descripción de una variedad clínica del espectro autista. Sin embargo, en su caso como en el otro profesionales que adhirieron a la ideología nazi y llevaron adelante sus investigaciones conducentes hacia una biocracia (racismo, eugenesia y la eliminación de los menos aptos) debemos tener en cuenta sus errores éticos para no olvidarlos ni volver a caer en ellos.

Johann «Hans» Friedrich Karl Asperger nació en Viena (Austria) el 18 de febrero de 1906. Fue un joven callado y retraído, interesado en la literatura y con un talento especial para los idiomas. Su dificultad para relacionarse y su costumbre a referirse a sí mismo en tercera persona ha creado la idea de que podría haber sido el mismo Hans Asperger víctima de la enfermedad que en un futuro llevaría su nombre.

Hans perteneció a un grupo juvenil católico y conservador, «uno de los movimientos más nobles que florecieron dentro del espíritu germano» afirmó años más tarde. Estudió medicina en la Universidad de la ciudad de la que era oriundo graduándose en 1931. Se dedicó a la pediatría que práctico en el Hospital Universitario, servicio del que llegaría a ser director. En 1934, después que Hitler asumió el puesto de Canciller del Tercer Reich, Asperger se unió al partido austro fascista. Durante la Segunda Guerra Mundial, sirvió como oficial médico en el frente yugoslavo. Casi al final de la guerra, con la asistencia de religiosas, abrió un colegio para niños, pero fue bombardeado y con su destrucción se perdieron muchos de sus primeros trabajos.

En 1944, siguiendo la descripción clínica que había realizado la psiquiatra infantil soviética Grunya Sukhareva en 1925, identifica en cuatro niños un cuadro de falta de empatía, dificultad para relacionarse y una marcada inclinación a concentrarse en un tema en particular.

Uno de esos niños fue profesor de astronomía y se destacó por haber detectado errores en los cálculos de los trabajos originales de Newton. Otra de las niñas fue la escritora Elfriede Jelinek, laureada con el premio Nobel de Literatura (Jelinek no fue personalmente a la entrega del premio del año 2005 y envió un video a la Academia donde hace referencia a su fobia social y tendencia paranoide).

Otro médico austríaco, Leo Kanner, antes de establecerse en Estados Unidos, había descrito a 11 niños de alto coeficiente intelectual pero una fuerte inclinación a estar solos.

Hans Asperger volvió a la Universidad de Viena después de la guerra y dirigió el servicio de pediatría por 20 años. En 1977, fue nombrado profesor emérito y 3 años más tarde falleció.

El nombre de Asperger, virtualmente desconocido en el mundo, fue popularizado por la investigadora británica Lorna Wing, quien tradujo los artículos publicados por el pediatra en 1981 y diez años más tarde fue la psicóloga Uta Frith quien difundió los trabajos de Asperger, bautizando a esta enfermedad con su nombre, dejando de lado los trabajos de Kanner y Sukhareva.

En 1994, es decir 50 años después de la publicación de los trabajos originales del médico austríaco, el síndrome fue incluido por la American Psychiatric Association, en el manual del DSM-IV, donde se clasifican oficialmente las patologías psiquiátricas.

En la historia de la medicina, muchísimas veces hubo cuadros clínicos de paternidad compartida pero en el caso de Asperger no sólo se debe tener en cuenta este detalle, sino que durante la Guerra, siguiendo el ideario nazi de pureza racial y eugenesia, Asperger envío a varios niños con distintos trastornos físicos y mentales a la clínica infantil Am Spiegelgrund donde muchos de estos jóvenes fueron asesinados con gases venenosos o inyecciones letales. En este servicio se conservaron los cerebros de 800 víctimas para su estudio, en el marco del programa Aktion T4.

Asperger visitó dicho centro y estaba al tanto de lo que ocurría con los niños que ingresaban allí. En su trabajo de 1944 recomendó que se practicase la eutanasia en aquellos casos de autismo que estaban en «el extremo del espectro».

Por lo menos 5000 niños murieron en este centro según las investigaciones de Edith Sheffer .

Asperger no fue el único ni el más notable de los que participaron de esta práctica. Casi el 70% de los médicos alemanes y austríacos estaban afiliados al partido nazi asegurándose así una fuente de trabajo en los hospitales públicos, de donde habían sido desplazados sus colegas judíos .

Es vergonzoso reconocer que el Holocausto no hubiese sido posible sin la colaboración de médicos no sólo como Joseph Menghele. Otros profesionales cuyos nombres se han eternizado en distintos síndromes como Hans Eppinger ,Yusuf Ibrahim, Hans Reiter y Friedrich Wegener, amparados en la Ley de Médicos de 1935, podían decidir sobre la vida o muerte de sus pacientes sin el consentimiento necesario a fin de convertirse en «funcionarios biológicos» del Estado.

La mejor manera de honrar a las víctimas del Holocausto, afirma el doctor Robert Jay Lifton (autor del libro The Nazi Doctor) es confrontar las condiciones de la «normalidad del mal» que empujó a médicos como Asperger a tomar la vida de sus pacientes bajo los perversos criterios biocráticos de un régimen totalitario.

El 18 de febrero fue consagrado el Día del síndrome que esperamos nunca más sea recordado bajo el nombre del médico que lo describió.

 

Esta nota se publica con expresa autorización de su autor. Originalmente fue publicada aquí