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El trabajo de escultor es una tarea solitaria que se desarrolla dentro del taller. Sin embrago eso no implica estar aislado del mundo, ser ajeno a lo que sucede. Mis esculturas son obras para ser tocadas, manipuladas, modificadas. Si toda obra de arte necesita del espectador para ser, mis esculturas necesitan más, les resulta imprescindible la participación activa del público, su acción física pero sobre todo su participación intelectual.
Quien manipula la escultura debe tomar decisiones, en qué lugar colocar un plano en relación al resto, analizar líneas que riman, se repiten en traslaciones, simetrías o rotaciones, descubrir qué formas son complementos de vacíos, qué posición resulta más armónica y cuándo se pierde el equilibrio. Esta invitación a decidir, a ser parte en el juego de armonías y unidad visual, se corresponde con una visión del mundo donde las personas tienen el derecho y el deber de ser libres. Es necesaria la participación, no basta con ser sólo espectador.
No debe confundirse esta invitación a la participación con ausencia de criterio estético o formal. Muy por el contrario, la creación de estructuras que admitan la participación es un reto formal. La forma se convierte en contenido.
La posibilidad de movimiento de diferentes planos de la escultura, hace que la obra sea una y muchas a la vez. Cuál es la escultura? Qué forma tiene? Si un plano puede estar en un lugar o en otro, cambiar de posición respecto a otros planos y por lo tanto crear nuevas formas y espacios, cabe preguntarse qué forma tiene la escultura. La escultura es una y sus variaciones posibles, dependerá del espectador devenido creador, la forma que adopte. Pero en ningún caso es una forma definitiva, aún si nadie más la tocara y moviera, las diferentes formas siguen allí, latentes en la escultura.
Como los personajes de las obras literarias, en Fahrenheit 451, que necesitan de lectores para mantenerse vivos, mis esculturas necesitan ser tocadas, movidas.
No es casual citar una novela distópica en estos días. La realidad que vivimos se aleja, en mi opinión y preocupación, de ese ideal de construcción colectiva inteligente, donde la verdad sería resultado de diversas opiniones, relatos y visiones, siendo también una y muchas a la vez. Sin caer en el relativismo naif donde todo es verdad y en consecuencia nada lo es, pero sí alejándonos de un mundo autoritario que censura el disenso y reprime el pensamiento.
Este mundo se ha vuelto cada vez más autoritario, se impone una única mirada. Basados en superioridades morales, criterios de seguridad ciudadana o sanitaria se imponen conductas y se censuran o prohíben otras. La cosa se vuelve mucho más grave cuando la imposición no se limita a conductas, sino que también se lleva al ámbito del pensamiento y la opinión. Se prohíbe pensar diferente.
Así lo han hecho notar 150 intelectuales que firmaron una carta (publicada en Harper’s Magazine el 7 de julio) contra la asfixia del pensamiento y el castigo a la diferencia.
«El libre intercambio de información e ideas, que son el sustento vital de una sociedad liberal, está cada día volviéndose más estrecho. Aunque esperábamos esto de la derecha radical, lo censurador se está extendiendo más ampliamente en nuestra cultura: la intolerancia hacia las perspectivas opuestas, la moda de la humillación pública y el ostracismo, y la tendencia a disolver asuntos complejos de política en una certitud moral cegadora»
Moral
Causas nobles como la lucha por la igualdad de derechos entre hombres y mujeres, derivan en el autoritarismo. La justa indignación y exigencia de justicia frente a violaciones y maltratos, adopta formas contrarias a la justicia. Cuando se asume la consigna: “Yo si te creo” se renuncia a toda pretensión de probar un hecho para condenarlo. No es necesario un proceso judicial con garantías, porque como en cualquier dogma la verdad es resultado de la fe.
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En el mismo sentido fueron las declaraciones del presidente de España sobre el consentimiento sexual al afirmar que todo lo que no es SÍ es NO. Poco importa si dicha aseveración es incompatible con el pensamiento lógico más básico. La reducción a opciones binarias es una característica del autoritarismo, que sólo acepta la adhesión incondicional.
Si la causa necesita para imponerse, modificar las reglas del lenguaje, así se hará. El lenguaje es un elemento estructural de la sociedad, nos distingue como seres humanos y en sus diferentes versiones es un rasgo cultural que cohesiona pueblos y culturas. Junto con el pensamiento lógico es lo que permite que nos entendamos, que discutamos y lleguemos a acuerdos o a desacuerdos. Es además una intrincada estructura lógica que no puede ser modificada caprichosamente sin que toda la estructura sufra.
Si una idea o creencia es capaz de cargarse principios lógicos o de ordenamiento jurídico, que son cimiento de la construcción social, imaginen lo que será capaz de hacer con un simple mortal que ose disentir.
El autoritarismo debe probar su autoridad. Debe ejercer y demostrar su poder para conseguir amedrentar. Nada mejor que ejercerlo sobre personas de fama mundial. Para el movimiento «Me too» la acusación es suficiente, sino de conseguir una condena judicial, sí de enviar al ostracismo al acusado, al culpable deberíamos decir, porque la sola acusación lo sentencia.
La condena es perpetua. El acusado, sin posibilidad de defensa, porque nada debe probarse, es condenado a no volver a trabajar nunca más en su vida.
La moral autoritaria determina el presente y el futuro, y además pretende modificar el pasado. Cuentos infantiles tradicionales se cambian para acompasarlos a la nueva moral. Cartas indignadas exigen que deje de exhibirse un cuadro en un museo, porque la moral de hace doscientos años no era la de hoy. Clásicos del cine como “Lo que el viento se llevó” desaparecen de plataformas como HBO, porque la lucha contra el racismo así lo requiere. Se tiran estatuas de Cristobal Colón o se proponen carteles explicativos de las indecencias de los ya nada ilustres personajes. Ningún personaje del pasado resiste la prueba del algodón de la moral de hoy. Así son derribados personajes a conveniencia del acusador.
La relectura de la historia no está mal, lo que resulta chocante es la reescritura a conveniencia de una ideología. Borrando de la historia del cine, la literatura o la pintura lo que contravenga los valores que hoy se imponen universales y eternos.
Terror
Invocando la seguridad de los ciudadanos aterrorizados por los atentados de las torres gemelas, se instituyeron leyes restrictivas de los derechos y las libertades. En Estados Unidos la Ley Patriot se instauró en 2001 como una ley excepcional y temporal para combatir el terrorismo, en una nueva votación en 2005 se volvió permanente.
Los presuntos responsables de los atentados en la Rambla de Barcelona fueron abatidos a tiros sin que se realizara ninguna investigación posterior sobre la proporcionalidad y acierto en la actuación de la policía que disparó en algunos casos a personas desarmadas y en otro a un individuo armado con un cuchillo.
En Londres un electricista de origen brasilero fue abatido en el metro con varios tiros, al sospechar los agentes que se trataba de un terrorista. Ninguna investigación ni reprimenda a los policías que dispararon.
Tampoco la sociedad se indignó o mostró signo alguno de desaprobación. Más bien al contrario.
Las sociedades asustadas aceptan y hasta exigen la desmesura, el autoritarismo, la falta de garantías y por lo tanto la pérdida de libertad.
El miedo y el autoritarismo han avanzado con la pandemia del Sars-cov2.
La advertencia inicial de millones de muertos por el virus, la exageración de su letalidad (la OMS dijo en un comienzo que era de 3,4% y ahora admite que es el 0,6% y menor según algunos estudios que la establecen en el 0,2%) fue el motivo para la imposición de medidas draconianas. Si bien hubo científicos muy reconocidos que advirtieron que los modelos que se estaban usando eran erróneos (John Ioannidis de la universidad de Standford, fue de los primeros) y que era probable y esperable que los porcentajes de contagio y letalidad fueran similares a los de otros coronavirus conocidos o a otros virus respiratorios, medios de prensa, organismos internacionales y la mayoría de gobiernos desoyeron esas voces.
La ciencia, como si se tratara de un todo monolítico, se utilizó como argumento y coartada para medidas autoritarias. Se invocaron comités de expertos, aunque no existieran. En nombre de la ciencia se impusieron confinamientos, aunque hubiera importantes científicos, profesores, premios nobel, que cuestionaran la pertinencia y utilidad de la medida. Estas voces fueron silenciadas, no se permitió el debate.
La censura es claramente una herramienta autoritaria y su uso y justificación es prueba del avance del autoritarismo. Las redes sociales han aplicado abiertamente la censura de contenidos que contradigan la versión oficial dictada por la OMS, la Universidad John Hopkins o el Imperial College. La opinión de una larga lista de científicos y profesionales de la salud fue borrada de plataformas como Youtube o Facebook. La tentación es grande, así que en su encuesta el CIS incluyó una pregunta para saber si los españoles estarían de acuerdo con que se impidiera la propagación de bulos o fake news. En esta misma línea de acción orwelliana, un diputado oficialista afirmó que debería estudiarse la creación de un organismo que persiguiera los bulos y noticias falsas, un ministerio de la verdad.
También aquí podríamos hablar de la inversión de la carga de la prueba. Rompiendo toda lógica, se instauraron algunas verdades supuestamente científicas, sin necesidad de probarlas, aunque contradijeran consensos científicos preexistentes.
Los niños fueron considerados importantes vectores de contagio y castigados con confinamientos extremos mucho más estrictos que el de los adultos y con menos derechos que los perros a los que se les permitió, junto a sus dueños, salir a dar paseos diarios.
Ningún estudio científico probó el supuesto alto poder de contagio de los niños, más bien al contrario, se había observado que los niños no enfermaban y epidemiólogos, infectólogos y virólogos han afirmado que no contagian.
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Sin ninguna evidencia o indicio científico, se conjeturan posibles vías de contagio completamente disparatadas y caprichosas. En Barcelona se prohibieron los baños en las playas, porque no había prueba de que el virus no se transmitiera por el agua del mar. La lógica más elemental y el más básico método científico indican que lo que se debe probar es lo que se afirma y no al contrario. Si aceptamos esta transgresión a la lógica, infinitas actividades o conductas podrían ser prohibidas porque no se han demostrado seguras.
Cada supermercado, pequeño negocio, centro deportivo, etc. establece su propio protocolo sanitario, según las ocurrencias de cada responsable. Todas medidas que se vuelven obligatorias sin otra justificación que el miedo y el autoritarismo de imponer absurdos que debemos aceptar para ser atendidos.
El orden jurídico también es transgredido. En España fue necesario votar varias veces en el parlamento el estado de alarma, para permitir al gobierno tomar medidas que limitaban derechos fundamentales recogidos en la Constitución.
Sin embargo, meses más tardes, ya sin estado de alarma, las comunidades autónomas comienzan a decretar confinamientos y restricciones a los derechos de libre circulación y de reunión. Derechos consagrados en la carta magna, la más importante de las normas, son recortados por decretos de gobiernos autonómicos, sin necesidad de estado de alarma. Es la nueva normalidad, donde el orden jurídico parece no tener cabida. Cuando algunos jueces con buen criterio dictan sentencia contra las medidas, el gobierno se plantea quitar jurisdicción sobre estos temas a los tribunales ordinarios y acotarlo a los tribunales superiores de justicia, donde la capacidad de presión política es mayor. No olvidemos que una tercera parte de los tribunales superiores es nombrada por el Consejo General del Poder Judicial, que a su vez es nombrado por el poder político.
El fenómeno es global. Por poner otro ejemplo, en Uruguay, país con larga tradición democrática, se vota una ley que modifica el código penal para convertir en delito sancionable con prisión la transgresión de una norma sanitaria. Otra vez el orden jurídico es violentado y se abre la puerta al autoritarismo. Con esta modificación, cualquier norma o reglamento, muy por debajo en jerarquía que el código penal, pasa a determinar un delito. Es decir que autoridades locales o pequeñas entidades podrían dictar reglamentos sanitarios que tendrían la jerarquía de una ley penal.
Si insisto tanto en estas cuestiones formales, es porque creo que la forma es contenido. Esta afirmación es válida para la organización de la sociedad como para la organización de los elementos plásticos.
Existe una relación entre los valores y principios que defiendo y guían mi actividad artística con los que creo deberían regir a nuestras sociedades. Creo que es una cuestión ética. Un modo de entender el mundo, donde la libertad, los derechos, la lógica y el pensamiento crean armonía y belleza.
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Pablo Bruera (Montevideo, 1972). Artista plástico. Vivió en Venezuela y desde hace varias décadas, está radicado en Barcelona donde se dedica exclusivamente a la escultura. Las obras que ilustran esta nota pertenecen a Pablo Buera.