Sobre «Vértice» de Carolina Zamudio
Tengo el libro en mis manos, aprecio su textura al tacto. Las tapas y hojas son de color crema; el título apenas se destaca, sin presunción, con un toque de bordó. En la contratapa se aprecia el rostro de la autora una marca de agua sutil como los poemas que integran el libro.
He leído y releído Vértice. Me encontré con un poemario en el que se desplaza un ser poético elemental como espíritu del agua y con plena conciencia de sí. Aprecio la conmovedora presencia de un yo íntegro en los vaivenes de la vida, en medio de esos mares que le son propios y descansando en islas donde recala.
Me encontré con una poeta que me habló con delicadeza, elegancia y dominio de la palabra.
El yo no es unívoco y, en su multiplicidad, su voz dialoga consigo misma llamándose “querida”, con los otros “orillas” o “granos de arena” con quienes se encuentra en un nosotros abarcador.
Este yo siempre sensual, es una figura femenina identificada con un pez; suele aparecer tendido sobre el costado en orillas, en un lecho. Ve pasar la vida y la muerte sin dramatismo, con una mirada piadosa ante la fragilidad humana en el vaivén de ciclos vitales. Puede saberse en los zapatos de otro
Estos pies que son míos
bien podrían ser los tuyos,
en ellos nos paramos
para andar el mundo.
Tú en el tuyo, yo en el mío.
Esta cama que me acoge
No difiere tanto de otras;
Allí nacemos, nos tumbamos
en ella para el descanso,
el amor y -alguna vez-
para siempre. Sin embargo,
esta perspectiva que da vigor
es una sola y eterna. No se puede
andar esta noche sin saberse
en tus zapatos. Como tú en los míos
Nos unimos, amigo, y no creas…
De allí, quizá, no haya regreso.
Volver a nacer un poco es posible,
Mas no es eso lo que busco
Ahora mismo decir. Solo que miro
Mis pies y veo los tuyos.
En este poema, los pies contemplados -los de la voz lírica y los del amigo- no son solo una imagen del erotismo que subyace en todo el libro, ni una imagen romántica de la unidad en la pareja; son los que permiten andar el mundo, pisar el suelo que se habita, sostener el propio cuerpo: la casa. Son los pies con los que a conciencia se transita la vida. Y el reposo con el amigo es ocasión para valorar esa casa, esos pies, esa humanidad en la que son iguales.
Los poemas de Zamudio tienen una sostenida cadencia dada por versos breves, mayoritariamente seriados, con pausas nítidamente marcadas -que dan lugar a oportunos silencios- y audaces encabalgamientos de versos. Este último recurso colabora en la construcción de un ritmo de oleaje, vaivén propio de la escena amatoria. El encabalgamiento se destaca en todo el libro como recurso rítmico y de sentido; nunca resulta ocioso.
El bello y poderoso poema inicial es un pórtico. El yo que se presenta reposando levemente, con la certeza de estar, se sabe un ser ininteligible en su hondura. Un yo que expresa su erotismo con una fina sensibilidad en la que no hay concesiones. En esta voz hay conciencia plena de los desbordes pero no pierde pie, levita y por eso advierte:
No navegues mis mares,
otros lo hicieron y se ahogaron;
puedes verme levitar desde la orilla
-a veces lo consigo-,
es un truco no adquirido. Dejo
en todo caso que mires
esa inmensidad que no soy ni tengo
tendiéndose de lado sobre la pierna
doblada en que sin peso
descansa la mano izquierda.
¿Acaso no oyes las olas que rugen
en el corazón?
En la arena blanca de una sábana
el océano solitario se adormece.
Querido, hay mil formas de sobrevivir
a las tempestades de mi amor.
Yo duermo y sueño que devoro
todas las costas y caigo
en el sosiego
de una isla desierta.
La musicalidad surge también de aliteraciones que otorgan sutiles reverberaciones al poema “En la arena blanca de una sábana/el océano solitario se adormece”.
Es una poeta con carácter y el libro es orgánico, tiene una dirección propia, la del Vértice que la señala. Aunque rige Piscis, no hay ambigüedad sino un amplio campo de sugerencias. De fondo, la imagen del mar; pero son otras imágenes, las kinésicas, las que muestran los distintos movimientos de la vida hasta el triunfo de la muerte. El pescador, la red, el pez; son los trabajos y los días que transcurren:
El pescador tira la red.
Minutos después, diez metros a nado,
todo se condensa
en ese aire que aguanta
que los peces irán -pronto-
Perdiendo. La vida puede tener
La simpleza del trabajo,
arte y oficio puro,
amor, de alguna forma.
Miro de qué está hecha
la fuerza, el empeño
de quien pesca para vivir.
Dejo de mirar cuando el animal,
imagino, da la última bocanada.
Cuando me suceda, quisiera ser
esa pieza atrapada que no sabe
adonde la lleva una costa.
Que me devore y abandone la vida
en calma, arropada -otra vez-
por un sol de marzo.
La mirada piadosa hacia toda la vida se plasma en las dos últimas estrofas de este texto. Consciente de la fragilidad, ante el contraste entre la vitalidad del pescador y la muerte del pez, no mira cuando este da la última bocanada y espera que su propia partida sea con calma. Puede decirse que los textos desbordan humanidad.
Tengo en mis manos este libro de Carolina Zamudio en una cuidada edición bilingüe español/italiano de Raffaelli Editore. Se publicó en setiembre de 2020 en Rimini, Italia. Vértice contiene casi cincuenta poemas para leer sin urgencias.