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Mi padre había muerto. Lo hizo sin previo aviso. De forma repentina. Poco tiempo después me armé de valor y fui a enfrentarme con la casa que había dejado vacía para clasificar toda su vida en cajas de cartón. Empecé con una pila de libros que descansaban en la cómoda de su dormitorio. Estaban ahí a propósito, alejados de los cientos de volúmenes que componían la biblioteca. Cada uno tenía una razón sentimental. Fui directo a un libro viejo de color gris. La tapa de cartón que lo cubría estaba gastada y mi padre le había pegado un pedazo de cinta adhesiva para que el lomo no cediera. En su interior, el blanco de las páginas había cedido ante el amarillento del paso del tiempo. Todos los bordes estaban corroídos. Era una segunda edición publicada en 1950 sin ningún valor más que el poder del texto que cargaba. En el centro de la carátula se leía El Extranjero, Albert Camus.
El primer dueño del libro había sido mi abuelo. Mi padre me lo dio cuando yo tenía dieciocho años. Hacía poco tiempo habíamos perdido a mi madre y en la literatura encontré un refugio para aguantar la tristeza. El préstamo fue acompañado con una advertencia: “Yo lo leí a pesar de que tu abuelo me dijera que era demasiado chico. Me angustió mucho. Fue muy revelador”.
Hoy ha muerto mamá. O quizás ayer. No lo sé.
Con esas tres frases iniciales, Albert Camus marca la crudeza de la obra. Es un libro breve y conciso que resume e interpela el sentir de una época que comenzó con la Segunda Guerra Mundial. Con El Extranjero (publicado en 1942), se inicia un viaje existencial que trata de responder la pregunta fundamental: ¿cuál es el significado de la vida?
Camus completa esta oda existencial con “Calígula”, una obra de teatro sobre el sinsentido del poder y “El mito de Sísifo”, un ensayo sobre el horror de la guerra y el valor de la vida que da origen a la filosofía de lo absurdo. La vida es insignificante y el ser humano, en un acto de rebeldía puede darle valor. Estos textos le valieron el reconocimiento y la admiración de la elite intelectual parisina liderada por Jean Paul Sartre con quien luego rompería por diferencias ideológicas insubsanables.
“No hay más que un problema verdaderamente serio: el suicidio. Juzgar si la vida vale o no vale la pena vivirla es responder a la pregunta fundamental de la filosofía. Las demás, si el mundo tiene tres dimensiones, si el espíritu tiene nueve o doce categorías, vienen a continuación. Se trata de juegos, primeramente hay que responder” – El mito de Sísifo (1942).
El propio Camus fue un rebelde y su primer acto de rebeldía fue dominar las letras. Su padre fue asesinado en la Gran Guerra de 1914 cuando él tenía un año y la crianza estuvo a cargo de su madre, sorda y analfabeta, en uno de los barrios más pobres de la Argelia francesa. Accedió a la enseñanza gracias a un sistema de becas estatales que eran otorgadas a los hijos de soldados muertos en combate. La infancia del autor se vio afectada por la tuberculosis, enfermedad que lo acompaño toda la vida. Postrado en una cama enfrentó la adversidad refugiándose en los libros que le facilitaba su profesor de primaria a quien agradeció cuando se convirtió en unos de los escritores más jóvenes en levantar el Nobel de Literatura. “He recibido un honor demasiado grande, que no he buscado ni pedido. Pero cuando supe la noticia, pensé primero en mi madre y después en usted. Sin usted, la mano afectuosa que tendió al pobre niñito que era yo, sin su enseñanza y ejemplo, no hubiese sucedido nada de esto”.
Quizás esta historia enamoró a mi padre por su semejanza con el Uruguay del primer batllismo. Un lugar donde el Estado le daba oportunidades a los que no las tenían. Una época en la que cualquier persona podía conquistar lo imposible.
Albert Camus emigró a Francia para convertirse en periodista. Durante la ocupación nazi, dirigió el periódico clandestino Combat donde se opuso con pasión al régimen totalitario. En sus columnas, abogó por una prensa crítica, por la libertad y la dignidad. Luego de la guerra se da un hecho simbólico. La condena al escritor Brasillach quien había apoyado abiertamente al nazismo. Sartre, quien se mantuvo en la penumbra durante la ocupación, apoyó el fusilamiento con su frase: “las palabras matan”. Por el contrario Camus, a pesar de haber contribuido con la resistencia antagónica al colaboracionismo de Brasillach pidió clemencia y dijo: «no tengo ni idea de si el azar determina nuestras opiniones políticas, pero lo que sí sé es que no escogemos por azar aquello que nos deshonra». Luego publicó un ensayo con sus reflexiones sobre la pena de muerte. La ruptura definitiva con el autor del “Ser y la nada” se da con la publicación de la obra del escritor argelino titulada El Hombre Rebelde donde condenó el régimen estalinista. A diferencia de Maquiavelo, para Camus –qué ya había condenado el uso de la bomba atómica sobre Japón- el fin no justificaba los medios. Este hecho lo aisló de la cúpula de la intelectualidad francesa que lo despreciaba –además de su crítica al comunismo de los gulags- por su origen y la educación filosófica de segunda mano que había recibido.
La obra de Camus no pierde vigencia y resiste el nada generoso paso del tiempo. La editorial Penguin Random House adquirió los derechos de La Peste para lanzarla en formato digital como respuesta a la pandemia del Covid 19. La novela narra los meses de cuarentena de la ciudad portuaria de Orán en Argelia mientras es azotada por una epidemia. El libro es una metáfora sobre la ocupación nazi pero en los tiempos corrientes puede ser leída de forma literal. Con la lectura se puede concluir que la peor epidemia no es la biológica sino la falta de moral. A pesar de que han transcurrido más de setenta años desde la publicación de La Peste, poco ha evolucionado la condición humana. En la crisis sanitaria pudimos sentir la insolidaridad, el egoísmo y toda la irracionalidad de nuestra especie. Pero también emergen personas dispuestas a sacrificar su bienestar para cuidar a los demás como el doctor Rieux, su protagonista.
“Todo lo que el hombre puede ganar al juego de la peste y de la vida es el conocimiento y el recuerdo” – La Peste (1947).
“No hay nada más idiota que morir en un accidente de auto” declaró Albert Camus sobre la muerte de un histórico ciclista-. Al día siguiente, el auto conducido por su editor -a quien acompañaba- perdió el control y se estrelló contra un árbol causándole la muerte a sus 46 años y dejando una obra breve pero fundamental. Al igual que Mersault, su protagonista de El Extranjero, Camus se abrazó con la muerte sin ningún afán de heroísmo luego de dedicarle su vida entera a la verdad como respuesta a lo absurdo.
Para escribir esta columna volví a leer el mismo libro maltrecho que heredé de mi padre. El mismo libro que fui a rescatar tras su muerte. Adentro de las tapas, protegidos por las páginas, él había guardado una serie de escritos y de recuerdos. Ahí encontré dos cartas de renuncia, una que nunca se materializó y otra que lo hizo en el año 2004. Las dejó ahí esperando que yo fuese en su búsqueda. Fue un último diálogo con mi padre. Un último abrazo. Una última enseñanza.
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