No tan mala | Jorge Bafico

Carolina Sosa Villada. Foto: www.euforia.com.es

 

El mar golpea sin tanta fuerza como días atrás. El viento parece asociarse para convertirse en un día de verano como esos que soñamos.

Un perro y un niño corren por la arena sin preocupaciones, la vida parece ser tierra amarilla y de agua salobre. Un momento en que la vida se detiene, de esos que nos gustaría aferrarnos por siempre.

Sin embargo me pongo a leer un libro que no tiene nada de paradisíaco, se trata del testimonio autobiográfico de Camila Sosa Villada (Córdoba, Argentina, 1982) llamado “Las malas”. Una historia invernal de alguien que ha querido dejar testimonio de cuando su vida estaba marcada por la orfandad del sexo, la violencia en su forma más marginal y brutal y la soledad desmedida.

La novela gira en torno alguien que busca encontrarse, construir una personalidad para poder sostenerse, todo esto inmerso en la problemática del travestismo en una ciudad inquietante y noctámbula. Pero en este universo que se presenta tan hostil, aparecen personajes entrañables, que la acompañan en ese viaje de cruzar un umbral.

Me impacta la forma en que escribe, como deja su cuerpo desgarrado en el texto, compone desde el abismo marginal de los desclasados, de los incomprendidos, desde el mismísimo infierno pero de una forma poética, sin golpes bajos, ni autoindulgentes. Y nada tiene más valor -al menos para mí- que transformar el dolor en una forma de poesía y de realizarlo más allá de toda barrera.
Una de las primeras frases golpea de tal forma que conmueve y nos prepara para lo que viene: ‘’Las travestis trepan cada noche desde ese infierno del que nadie escribe, para devolver la primavera al mundo’’.

Desde una singularidad que emociona, Camila muestra como su infancia es la impronta de su presente. Una primera historia ya marca el desarrollo sorprendente de este libro, un niño abandonado en un bosque baldío es rescatado por la tía Encarna, la líder del grupo de las travestis. El bebé a punto de morir de la forma más cruel y desalmada que podemos brindarle los humanos, es alimentado y bañado por esta tía. Un niño salvado. El momento inimaginable, esos que la ficción no es capaz de inventar, y solo se originan en la realidad misma, es cuando el crio se acerca al pezón y empieza a succionar en medio del canto de cuna que ella le ofrece. Un pezón vacío, un paraíso de plástico. Un lugar impropio pero que es bien recibido por un niño indefenso.

Muy diferente al niño que yo observo en la playa corriendo junto a su perro.
Dos niños diferentes, escenarios diversos, universos desiguales.
Pero el bebé desvalido, aun sin playa ni perro, logra calmarse, porque mas allá de estar bañado y alimentado con leche suplementaria, encuentra algo del calor de una madre, de un pecho materno, más allá que no sea una madre ni siquiera un pecho real materno, igual cumple la función más importante e imprescindible, esa que tiene que ver con dar amor. Y esa travesti, tía y líder de la manada, también oficia de madre para la autora del libro, y logra aquello quizás insustituible: amedrentar la angustia y el dolor. Es Camila ese bebé que puede encontrar un poco de paz en esa escena sorprendente, un momento donde el terror de la infancia es apaciguado y el horror de ser diferente se desvanece. Solo esta pequeña historia ya vale el libro entero.

Me gustan los escritores que retuercen la historia personal y lo llevan a otro plano, a uno donde lo poético puede tapar aquello horroroso que nos habita.

Bienvenida Camila Sosa Villada al universo literario