Los viejos de la tribu | Omar Adi

Ilustración de Eduardo Sarlós (1938-1998)

Deberíamos dejar de lado verdades reveladas, monólogos autosuficientes, guiones que nos dicen qué decir, eslóganes facilongos, pensás lo que yo pienso o sos un gil de cuarta, oír sin escuchar. Es curioso que hayamos regresado al pensamiento mágico de la anti ilustración.

Odio, prejuicios, miedo, codicia, una tal falta de respeto por el otro que te dan ganas de irrespetarlos de arriba abajo. Y por si fuera poco, los viejos ya no son (somos) los sabios de la tribu sino los que miran el mundo tras los vidrios y lloran por lo que pasa sin poderlo alcanzar o putean bajito (en el mejor de los casos) ante lo que no logran entender.

Las herramientas digitales se nos escapan de las manos y nos quedamos con una tenaza, algunos clavos y un martillo. La disrupción es tan acelerada que todos los días aparecen nuevas herramientas. Si nos costó adaptarnos a la primera, imagínense a la última. Hay excepciones, claro está, pero en general no calzamos. O no queremos calzar. O no nos importa calzar.

Ya fuimos lo que debimos ser.

Sin embargo… tal vez ahora no seamos lo que suponíamos íbamos a ser.  Mala cosa. Los que caen del lado malo de la vejez son esos que hablan del pasado  una y otra vez y repiten los mismos cuentos. Se vuelven soberbios y se quejan de que carnavales eran aquéllos y dicen que todo tiempo pasado fue mejor (en realidad mejores éramos nosotros, como hemos dicho) y la cantinela es ácida, permanente, aburrida y tiene olor a orines. Eso es lo que hace un viejo incluso cuando es joven. Modifico la frase: eso es lo que te hace viejo incluso cuando sos joven.  Pero hay viejos que no son viejos, añosos que no perdieron ternura ni asombro ni humildad ni pensamiento crítico. Con esos deberíamos quedarnos, los que abren ventanas y saltan a la calle con martillos y cinceles y todavía piensan que algo mejor es posible y que debe construirse entre todos empezando por uno mismo.

Eso se llama esperanza de un mañana mejor en este narcisista mundo líquido y es lo que ayuda a seguir. La pregunta es si esa esperanza es bobalicona o se sustenta en algo palpable, si los viejos analógicos tenemos las herramientas apropiadas para darle forma. Sartre, en su lecho de muerte, dicen que decía, andá a saber:

No quiero morir en el desencanto. Pero hay que tener un fundamento para la esperanza.

No tengo claro si los viejos de cuerpo y cuya cabeza todavía tiene zonas impúberes en el sentido fermental, tenemos un fundamento sólido para esa esperanza en un mundo plagado de infecciones.
Me estoy inyectando un antivirus. Ustedes recen a quien entiendan corresponde.
Si funciona les aviso.