Sus siete centímetros de altura eran un impedimento bastante grande en aquel mundo donde la estatura normal era de tres centímetros, pero a pesar de su presencia desmesurada el hombre no vaciló en sentarse, abrirse la bragueta, sacar su rosado pene y emitir un eructo.
Así comienza El éxito, cuento del libro La puerta que nadie abre de Ricardo Prieto incluido dentro del grupo de cuentos eróticos. De manera desmesurada y a la vez concisa, este breve relato describe “el éxito teatral más grande de la temporada”. Prieto presenta en un relato fantástico el carácter dionisíaco del teatro, fiesta colectiva que conmueve la conciencia y desnuda el inconsciente. Narrativa satírica y fantástica que también invade el libro Desmesura de los zoológicos. La desmesura y la desintegración del yo se mantienen constantes en su obra. Una “sensata audacia” que puede devenir armonía de la locura y la desmesura, apunta Suleika Ibáñez. Mediante alegorías y metáforas da cuenta de la compleja condición humana.
Allá por los noventa nos encontramos con Prieto en Montevideo con motivo de una entrevista. En esa ocasión me regaló ejemplares de ambos libros publicados por Editorial Proyección. En aquel momento, le habían otorgado un premio Florencio por Garúa con Ricardo Espalter en el rol protagónico.
El teatro de Ricardo Prieto sostiene su tensión dramática tanto en la representación escénica como en la lectura. Lo supieron sus editores; un ejemplo un tanto curioso fue el derrotero inicial de la obra Los disfraces. Fue publicada en la Revista Maldoror tanto en español (con prólogo de Carlos Maggi) como en francés (traducida por Gualberto Trigo y con estudio crítico de Paul Fleury). Y él estaba convencido de eso, la dramaturgia es viable como lectura. En aquella entrevista nos decía: hay un público que lee teatro, que compra y le agrada ir a su ámbito privado a hacer su puesta en escena, eso es lo que tiene de apasionante la lectura de teatro, cada uno es su propio director. Cómo no saborear además de los diálogos de vértigo, acotaciones escénicas con guiñadas al lector como la de El huésped vacío: La acción transcurre en cualquier lugar del mundo. Para mayor comodidad de los actores y placer de los espectadores… supongamos que es en Montevideo.
Sostenía también que la palabra del autor teatral no es negociable: Yo soy muy exigente y estricto en el sentido de que no permito que se desestructure mi obra. No me gusta que me cambien las palabras, que haya alteraciones que no autoricé. El autor soy yo, no soy un guionista de espectáculos, no entrego un boceto para que lo redondeen los actores y el director, yo entrego un texto organizado, coherente. Yo he dirigido obras mías y a veces he sustituido palabras por gestos. El teatro es acción dramática, hay que lograr un delicado equilibrio entre lo literario y la acción. Entonces hay que introducir cambios porque la puesta en escena es como una especie de redondeo de la escritura teatral, pero cuando el autor está vivo los cambios deben consultarse y debe haber un acuerdo.
También reivindicaba su presencia en las puesta en escena de sus obras, exigente en el respeto de sus textos porque: el teatro es ante todo palabra, no es verdad que el espectáculo funcione por sí mismo. Hay un dramaturgo que tiene una visión, una idea que plasma a través de palabras organizadas, por lo tanto el aporte que puede hacer el autor es muy importante, no puede quedar al margen de la realización de la idea. El tema es muy delicado porque hay componentes creacionales del director y de los actores que pertenecen a otro ámbito. Hay que tratar de lograr una síntesis de lo que el autor pueda tener con respecto a la obra hecha en el espacio y las expectativas que tengan los actores y el director. Lo importante es que el núcleo de la obra, el objetivo central se vea reflejado en el escenario.
Prieto indagaba para llegar a la palabra oculta, aquella que da cuenta de la profundidad del psiquismo humano. Maestro de la tensión dramática, a través de los diálogos sus personajes son conscientes del disfraz, de cierto ocultamiento:
Juan. (Imperturbable) ¿Por qué iba a sentirme herido? La señorita tiene derecho a expresar sus pensamientos, como yo a ocultar los míos. Alicia. Ocultar…es una palabra adecuada para usted. Esconde demasiado. Pero yo lo conozco. Aunque se haga el sumiso y el inocente sé lo que alberga. Hace dos meses que trabaja aquí y no ha levantado la voz ni una sola vez. Usted no es espontáneo. Juan. Ningún empleado es espontáneo en su trabajo. (Los disfraces)
La complejidad del psiquismo se muestra de manera nunca obvia, los roles de manipulador y humillado se alternan circularmente en una lucha en la que los personajes se desploman agobiados o se yerguen victoriosos pero siempre de forma agónica. La acotación final de Los disfraces indica: PAUSA MUY EXTENSA. El escenario se oscurece casi totalmente. Se levantan. Alicia se pone su deshabillé, Juan su uniforme. Los gestos de ambos son muy lentos, sus rostros parecen aniquilados. Se dirigen hacia el lugar que ocupaban al principio de la obra. Pero no termina allí, en esa circularidad aludida habrá un giro final. Hay en su teatro un “enjuiciamiento de la inautenticidad…se vomita la ocultación”, dice Suleika Ibáñez
Aunque se suelen reconocer dos etapas en la producción dramática de Prieto -una más psicológica y otra más naturalista (o costumbrista)- estas no resultan necesariamente enfrentadas. En nuestro encuentro, me ofreció un acercamiento a su estética: Si yo tuviera que definir mi estética pienso que el psicologismo es lo que más me preocupa, me gusta explorar la mente. Entiendo al teatro como acción dramática que se genera cuando los antagonistas se enfrentan con discursos opuestos y tienen que llegar a un acuerdo. A veces llegan, a veces no, pero a través de ese antagonismo yo puedo explorar toda la complejidad del psiquismo humano. Garúa y Danubio azul son obras que pertenecen a otra etapa en la que yo estoy trabajando con el mundo objetivo. En la etapa anterior estaba más atento a todos los estados subjetivos, desde mi propio psiquismo profundo al de los demás. Yo era un gran analista de todo el mundo psíquico pero de los aspectos más ocultos, los que las palabras no revelan.
En el año 2000 publicó Palabra oculta (ediciones Aldebarán). Allí reunió poemas de libros anteriores e inéditos. En la introducción explicaba: Creo que Palabra oculta es el título adecuado para el libro de un poeta que ha trabajado en silencio durante años, de espaldas al reconocimiento. Sé que la fama del dramaturgo y la presencia del narrador han opacado la existencia de los dos libros anteriores. Pero eso es una mera circunstancia, una extraña fatalidad. Sigo fiel a la poesía.
FUERA DE MÍ ESTÁ EL MUNDO
Retornan las palabras.
Siempre su verdor quieto
cruza jardines, mora
en recónditos pliegos.
Yo estoy, no estoy allí,
¿Qué se prueba en mi afán?
Desgrano notas,
pulo, saco recuerdos
del arcón de la tarde
y pongo junto al pan la coma,
ante la noche el hipérbaton.
Fuera de mí está el mundo.
No lo sabría quizá,
nada sería cierto
si no pudiese verter
en palabra oscura
lo poco de luz
que me toca.
De “Juegos para no morir” 1983
Con la palabra emerge el yo; hay un distanciamiento del mundo necesario para saberse existencia, memoria. Si la desmesura es una forma de ocultamiento, lo oculto no es necesariamente señal de inautenticidad. En Prieto hay una poética que recala en uno u otro género. Dueño de la palabra y sin embargo esta le resulta oculta, oscura; quizás por eso el poeta se afana en juegos… para no morir. Pero la muerte llega y a veces, la escena final es también un gesto de desmesura.
Luego de la desmesura el hombre, en toda su autenticidad. Ricardo Prieto, artista enorme que me recibió amorosamente para realizar aquella entrevista, nos dejó un noviembre como este pero sigue siendo un escritor presente. Su literatura pasa sin dudas la prueba del tiempo, sigue sorprendiendo y despliega humanidad.