Vuelta al mundo en una calle | Francesc Fusté-Forné

 

El concepto de auténtico o inauténtico se ha desarrollado a lo largo de las últimas décadas y su comprensión incluye un diálogo constante entre disciplinas que van desde la ‘antropología’ al ‘turismo’. MacCannell en 1973 describió los procesos de staged authenticity y una década más tarde, Hobsbawm y Ranger (1983) hablaron de la commodification of tradition como una fórmula de comunicar los valores del patrimonio y las tradiciones locales. Pueden leer también al profesor Erik Cohen que ha ahondado en el desarrollo de la autenticidad en el turismo contemporáneo. Así, son varios los enfoques que abordan la autenticidad y su papel clave en las relaciones entre cultura y turismo, lo cual implica múltiples significados acerca de qué significa una experiencia ‘auténtica’. ¿Por qué? Son muchos los actores y los factores que contribuyen a la producción y consumo de una ‘experiencia’.

Un punto de partida para analizar cuan auténtico es una visita gastronómica es nuestra percepción de ‘local’ y ‘global’. Hace unas semanas, en mi cesta de la compra puse naranjas y plátanos. Pudiera usted pensar que debieran ser naranjas de Valencia y plátanos de Canarias. Pero no. Las naranjas venían de Sudáfrica y los plátanos de Guadalupe. Viajaba a otros países y continentes sin moverme de mi barrio. Eran frutas sabrosas y me permitieron indagar por las redes acerca de las zonas de producción. Es evidente que el concepto de ‘local’ no siempre se entiende de la misma manera.

Por ejemplo, un turista español que visita un pueblo de La Mancha entiende los quesos locales como aquellos que se elaboran en La Mancha. Por el contrario, un visitante internacional que compra o degusta un queso manchego en España puede percibirlo como un souvenir ‘auténtico’, independientemente de la región concreta que esté visitando. Aun así, al abordar el consumo local de un producto, la globalización afecta directamente las identidades culinarias y por lo tanto se espera que los puntos de venta brinden una oferta amplia dado el cosmopolitismo y la omnivoridad cultural actual.

Tal y como destaca la escritora Elizabeth David en su obra de 1960, French Provincial Cooking, la comida de un sitio es completamente auténtica solo en ese lugar. Comer un plato no solo es un tributo a una tradición cultural sino también al entorno natural que produce los ingredientes que conforman su receta. Ahora bien, los alimentos y las elaboraciones se globalizan rápidamente. Un vino español viaja fácilmente a América u Oceanía. Así mismo, un turista puede degustar una diversidad de platos provenientes de culturas diversas en la mayoría de ciudades del mundo.

En la capital de Nueva Zelanda, Wellington, hay una calle que se denomina Cuba Street, Te Aro, donde en una distancia reducida el viajero da la vuelta a la Tierra. Es uno de los centros neurálgicos de la ciudad y ofrece, igual que muchas otras urbes, un paseo literal por las gastronomías del planeta. Cada una en su local ‘auténticamente’ recreado: empieza el recorrido por Europa, con una tortilla española, una pasta italiana o un helado alemán. No falta un pub irlandés. Después se continua el viaje a Asia, para probar platos de la cocina malaya o india. Finalmente, un delicioso pastel de plátano en un café cubano. También hay una oferta de cocina neozelandesa, pero eso no debiera ser algo destacable. ¿O sí?

Saborear lugares sin moverse. Comer global en local. Explorar el saber culinario propio y ajeno.

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