«¡En el nombre de Alá, el Más Benévolo, el Más Misericordioso! Me encontraba en una calle de Bagdad, regresando al lento paso de mi camello de una excursión a la famosa ciudad de Samarra, en la orilla del Tigris, cuando vi a un viajero modestamente vestido, sentado en un roca, que parecía estar recobrándose de un viaje».
«Me llamo Beremiz Samir y nací en la pequeña aldea de Khoi, en Persia, a la sombra de la gran pirámide formada por el monte Ararat. Siendo muy joven todavía, me empleé como pastor al servicio de un rico señor de Khamat». Bagdad, un viaje, para que Beremiz y Hanak recorran lugares, y para que ante situaciones matemáticas, Beremiz sea conocido como el habilidoso que resuelve situaciones matemáticas imposibles. En su recorrido, aparecerán nobles, mujeres, jeques y hasta el Maharajá de Lahore. El libro, ingenioso, divertido, interesante y pedagógico, fue escrito, según la portada, por Malba Tahan.
Dijo una voz popular, que muchos se comieron la pastilla. Y aún hoy. Porque quien lee, El hombre que calculaba, cuyo autor es Malba Tahan, tiende a creer que es un libro originario de Medio Oriente. No sólo por el nombre del autor, sino por las historias que relata. Sin embargo, se trata de la obra de un brasileño, Júlio César de Mello Souza (1895-1974), un profesor que nació a orillas del río Paraíba, en la ciudad de Queluz, cerca de San Pablo. Se graduó como profesor en la Escuela Normal y luego como ingeniero en la Escuela Nacional de Ingeniería. Fue docente de matemáticas, en varias escuelas y durante toda su vida tuvo fascinación por el mundo árabe, pese a no haber viajado jamás.
Cuenta un artículo (sin firma en la web) publicado en El País, que “en 1918 el joven escritor llevó cinco relatos a la redacción del periódico El Imparcial donde trabajaba. Días después, viendo que permanecían sobre el escritorio del Secretario de Redacción, decidió retirarlos para volver a presentarlos, agregando esta vez que pertenecían a un tal R. V. Slady y que estaban haciendo furor en Nueva York. Al día siguiente, uno de los cuentos, «La herencia del judío», era publicado en portada. El hecho lo convenció de la necesidad del seudónimo. Los primeros cuentos de Malba Tahan fueron publicados en el periódico A Noite en 1925. El supuesto Ali Yezzid Izz-Edim Ibn-Salim Hank Malba Tahan había nacido el 6 de mayo de 1885 (exactamente diez años antes que su creador) en Muzalit, una aldea cercana a La Meca. Viajero incansable, había recorrido Rusia, India, China y Japón; había sido muerto en 1921 en las cercanías de El-Riad luchando por la libertad de las tribus del desierto. Para que el engaño fuera perfecto, Mello e Souza creó también un traductor, el profesor Breno de Alencar Bianco (las referencias a Lord Byron en Grecia, a Lawrence de Arabia y al capitán Richard Burton se hacen patentes). La farsa no duraría mucho: cometió el error de atribuir una de las traducciones a un traductor real y la poetisa Rosalina Coelho Lisboa, atenta conocedora del trabajo de éste, negó en 1933 que eso fuera posible, sugiriendo así que Malba Tahan no era un personaje real. No existe total unanimidad sobre el significado del nombre; «Malba» remite a «establo», «oasis» o incluso a una raíz con la que se prepara una harina comestible; Tahan significa «mortero» o «molinero», pero en los hechos provenía del apellido de una alumna: Maria Zechsuk Tahan. Esas alusiones a nombres, costumbres y filosofía orientales tampoco eran simples elementos de persuasión literaria sino una verdadera pasión que había comenzado con la lectura de Las mil y una noches y había germinado al decidirse a estudiar la lengua: «la matemática me llevó desde muy joven a considerar con simpatía a las civilizaciones del próximo oriente, donde tuvo un gran florecimiento».
Como maestro, fue un duro crítico de las formas en que se educaba en las escuelas. Llegó a decir que “el profesor de matemática es, por lo general, un sádico. Siente placer en complicarlo todo» y llegó a titular con frases como «Los mártires de la matemática», «El arte de ser un perfecto mal profesor» o «Como torturar a los niños». Una de sus conclusiones es que «debe enseñarse bien lo fácil, lo que es básico y fundamental; insistir en las nociones conceptuales importantes; obligar al estudiante a ser correcto en el lenguaje, seguro y preciso en sus cálculos, impecable en sus razonamientos».
El artículo citado, del Cultural de El País, da cuenta de una situación que vincula a Mello e Souza con Uruguay. “Una de las tantas tesis doctorales que se publican anualmente en Brasil sobre la obra de Mello e Souza (Moysés Gonçalves Siquiera Filho, U. Campinas, 2008) aporta el siguiente dato: en 1940 visitó el Río de la Plata como parte de una misión cultural. En Uruguay conoció a un oriental auténtico, al Ing. Mario Copetti, con quien firmó un acuerdo para editar El hombre que calculaba en español. El convenio estipulaba la exclusividad de la traducción para hispanoamérica y tenía como contrapartida la publicación de las Tablas de logaritmos de Copetti en Brasil. El hecho explica la existencia de la edición por la cual muchos lectores uruguayos conocieron bien pronto las andanzas de Beremiz Samir (y la atribución que a veces se hace a Copetti de la autoría del libro); pero el trabajo citado ofrece también indicios de que el vínculo no finalizó en buenos términos. Testimonios y documentos muestran que Mello e Souza se quejaba de nunca haber recibido cuentas del número de ejemplares vendidos; Copetti, a su vez, le reprochaba (en carta de 1951) la publicación por cuenta propia en Brasil de otras tablas que habían eclipsado las ventas de las suyas.