Románico en perspectiva | Francesc Fusté-Forné

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A un lado del Océano Atlántico, en la ciudad de Nueva York, se encuentra el archiconocido MET. El Museo de Arte Metropolitano de Nueva York cumple este año 2020 su 150 aniversario. Fundado en 1870, tiene alrededor de 7 millones de visitantes anuales. No es solo un museo de arte, sino un destino en sí mismo, y home de una de las galas más mediáticas del panorama de la moda internacional.

Menos conocido es que el MET cuenta con dos sedes, ambas en la isla de Manhattan. La más famosa es en la Quinta Avenida, al este del Central Park y cerca de otros grandes museos neoyorquinos como el Guggenheim o el de Historia Natural. La otra sede del MET se ubica al norte de Manhattan, en Fort Tryon Park y se denomina MET Cloisters, que se podría traducir como los claustros del MET. En la orilla oriental del río Hudson, el MET reúne un espacio dedicado al arte medieval, donde hay más de 2000 obras de arte, pinturas y esculturas, y ejemplos arquitectónicos de la Europa medieval. Este es un ejemplo de museo como un lugar consagrado a las musas y, siguiendo con el origen etimológico de la palabra, edificio dedicado al estudio. En este caso, al estudio del románico. Pasear por sus espacios significa recorrer el medievo a través de sus paredes, obras escultóricas y pictóricas, en medio de la urbe de Nueva York.

El románico es un arte que predominó en Europa durante los siglos XI y XII, y parte del XIII. Uno de los ejemplos más representativos se encuentra en tierras catalanas, en la Vall de Boí, que es el municipio más extenso de la comarca de la Alta Ribagorça, provincia de Lleida, al noreste de Catalunya. La Vall de Boí tiene una población de poco más de 1000 habitantes que se distribuyen entre ocho poblaciones: Barruera, Boí, Cardet, Cóll, Durro, Erill la Vall, Saraís y Taüll, ubicadas a más de 1000 metros de altitud.

Este valle no solo es un destino turístico y gastronómico de referencia, sino que es internacionalmente reconocido por su conjunto de iglesias románicas, declaradas por la UNESCO como Patrimonio de la Humanidad. Este año se cumplen dos décadas de este reconocimiento, que se producía en el año 2000 en la ciudad australiana de Cairns, justo a las antípodas del valle.

El conjunto románico de la Vall de Boí destaca por aglutinar nueve edificios que se localizan en un espacio reducido, y en un valle de los Pirineos catalanes, lo cual ha contribuido a un asilamiento geográfico que ha facilitado su conservación. Las iglesias y ermitas son: Assumpció de Cóll, Santa Eulàlia d’Erill la Vall, Santa Maria de Taüll, Santa Maria de Cardet, Sant Joan de Boí, Nativitat de Durro, Sant Feliu de Barruera, Sant Climent de Taüll y Sant Quirc de Durro, siendo las ubicadas en Taüll las más emblemáticas, especialmente la de Sant Climent. Fueron construidas en la época medieval bajo la influencia del románico lombardo. Provenientes de toda Europa, grupos de picapedreros, pintores ambulantes y talleres de artesanos crearon esta obra colectiva. Las iglesias, de una o tres naves, se orientan al este, y destacan sus campanarios y las pinturas murales en su interior.

Pasear y visitar sus interiores y exteriores, en plena naturaleza, evoca la historia de la Edad Media. Ahora en el sitio exacto donde estuvieron quienes concibieron estos lugares y que también apreciaron el entorno majestuoso: el encuadre perfecto a su ubicación. El románico en la Península Ibérica cuenta con una relación innumerable de ejemplos que se extienden a lo largo y ancho del territorio y significan una parte de la identidad artística, pero también cultural y natural de la península. La cultura en la naturaleza como una fórmula de comunicación de la historia de generación en generación, de siglo en siglo, de valle en valle, porque, aunque la identidad avanza siempre hacia delante en ocasiones esta parece que permanezca inamovible.

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