La fiesta del lenguaje, variaciones sobre Fogwill | Osvaldo Quiroga

Fogwill
Fogwill, caricatura de Jaime Clara

La primera vez que invité a Fogwill a mi programa de televisión, y después de grabar una nota sobre uno de sus libros, me dijo: “Yo pensé que eras un imbécil”. La anécdota lo pinta de cuerpo entero. Más allá de lo acertado o no de su adjetivo, Fogwill dijo lo que pensaba de manera espontánea. Con el tiempo tomamos café más de una vez y vino a mi programa con frecuencia. Otras anécdotas, otras historias fueron sumándose a lo largo de la vida. Muchas de ellas no se pueden contar, quizá por el desparpajo o por la falta de pudor de algunas de sus intervenciones. Lo cierto, al menos para mí, es que Fogwill era un creador excepcional de tiempo completo. A todo le ponía el cuerpo y en cada gesto parecía que se le iba la vida. Sus intervenciones en la realidad –mesas redondas o entrevistas- daban cuenta de ese ir a fondo, casi sin censura, en cada cosa que emprendía. Y frente a la Poesía completa, este libro excepcional que me acompaña a todas partes desde el primer día que lo tuve, uno siente que de sus páginas va a salir el escritor para invitarme, una vez más, al grupo de gimnasia al que asistía en el Club Ciudad de Buenos Aires.

La verdad es que Fogwill está en sus textos. Los viajes, la droga, el sexo, la vida mundana y hasta la política surgen una y otra vez en su obra poética. Aquello que se insinuaba en El efecto de realidad (1980), su primer libro, creció hasta alcanzar la profunda vitalidad de Partes del todo (1991), donde el autor trabaja el lenguaje a través de hurgar en sus pliegues, en sus variantes y en sus inflexiones. Fogwill se enfrenta a las formas poéticas consagradas como lo hizo Osvaldo Lamborghini: dislocando el lenguaje, estrujando las palabras. De esta manera, Fogwill nos lleva a pensar en las cosas que no se dominan y abra las puertas a un pensamiento filosófico que no por brutal deja de ser verdadero. Porque lo verdadero es siempre nuevo y para ser verdadero es preciso que sea nuevo.

En Gente muy fea, un libro inédito hallado en los archivos electrónicos del autor, Fogwill escribe: “No es lo feo: es lo que veo: / el mundo, esta mujer insoportable/ y el destino de empujar el carrito/ del mundo –insoportable-/ entre los bordes del patrimonio ajeno.” La ironía y el sarcasmo, acaso también la burla, desacralizan la poesía y cuestionan la impostura y la mentira. Lo central en Fogwill es una ética del lenguaje. Y en ese camino da vuelta el sentido de las palabras de tal forma que convierte en extraña la lengua cotidiana. Algunas veces, incluso, pone al descubierto todo lo siniestro que esconde el habla diaria. Enfoca los objetos y las relaciones que el ser humano entabla con ellos de tal manera que aquello que se creía ver con claridad se torna opaco e incomprensible. En ese sentido Fogwill, como Beckett, luchan con la imposibilidad del lenguaje para dar cuenta de la cosa. En Rumbo a peor, último texto del autor de Esperando a Godot, tres palabras se repiten con insistencia: vacío, tenue y aún. Fogwill vive y aborda un mundo similar, pero lo hace desde la pasión y la rabia. El “aún” significa que a pesar de todo hay que seguir. El problema surge cuando cada uno piensa en cómo se sigue. Y si el lenguaje no es suficiente habrá que dislocarlo y exigirle de tal forma que alguna vez pase de significante a significado y alcance a decir algo. Escribe Fogwill: “Cosas, cositas/ su entera relación. / El matrimonio de las partes. / La parte del valor de las cosas del todo/ y bajo ellas el mundo en partes/ de nada.” Fogwill piensa la existencia desde la fenomenología filosófica. Construye un nuevo entramado de significantes, que es la única manera de empezar a pensar alejándose del lugar común, de la frase hecha y de la peor de las imposturas del mundo contemporáneo: la del pensamiento políticamente correcto. En cada uno de sus poemas pone en tensión el lenguaje y su relación con las palabras. O mejor: fuerza la palabra de tal manera que transforma su significado. Y en este punto enfrenta los discursos del poder, tan propensos siempre al vacío y la repetición.

Poesia completa FowillEn el prólogo de Poesía completa, Arturo Carrera, otro gran poeta de nuestra lengua, escribe: “De las obras contenidas en este libro, simplemente elegiría todas. Incluso los primeros inéditos, esos poemas frágiles, que se escriben como para intentar que hable o murmure la sibila del destino. Cada uno incluye una manera de plantarse frente al hecho poético que Fogwill penetró”. Y agrega: “Fue trovadoresca su posición en este sentido: su poética se expresa en una lengua vulgar, entendida por todos; es lírica y es incluso una actividad, para él, extraordinariamente digna y seria. Trabajó como lo hacían los poetas provenzales: sabiendo usar la escofina, el cepillo, el torno. Hacer un poema era como fabricar un lujoso mueble, una marquetería”.

Una última reflexión. Lo mejor que puede hacer el lector con este libro extraordinario es ingresar a él de cualquier manera, por la página que abra al azar o por el sentimiento que lo guíe hasta algunas de sus zonas. Lo que va encontrar es el cuerpo de Fogwill en cada uno de sus poemas. Y es probable que también encuentre, al atravesar sus textos, y en medio de tanta incertidumbre, una voz que entiende que la única revolución posible está en el lenguaje, ya que el lenguaje construye la forma de vida de los humanos. De ahí que si alguien quiere cambiar el mundo sólo puede hacer una cosa: transformar el lenguaje.

Por mi parte, yo extraño la brutalidad de Fogwill, sus exabruptos, sus desplantes, sus teorías no desarrolladas sobre mi propia imbecilidad. Fogwill era una máquina de pensar y de escribir. Frente a alguien como él sólo queda el abrazo en el aire y el silencio respetuoso. Después viene la fiesta del lenguaje, que era lo único que realmente le perteneció hasta el día de su muerte.