Raúl González Tuñón, aquel recordado poeta llamado “pichón de Argentina” decía allá por 1928 en lo que fue la letra de una milonga:
Y no se inmute, amigo, la vida es dura,
con la filosofía poco se goza.
Eche veinte centavos en la ranura
si quiere ver la vida color de rosa.
Todos conocemos quienes se embelesan con la mujer barbuda del teatro de diversiones y echan veinte centavos en la ranura para que las lucecitas los deslumbren y la mujer barbuda se desnude pero nunca del todo, que barba y desnudez al mismo tiempo es difícil de soportar.
Este mundo poco serio tiene mucho de viejo circo, con lucecitas y mujeres barbudas. De truculencias que ganan audiencia, de simplicidad rampante, de argumentos infantiles y pueriles, de contenidos terrajas, de blanco-negros sin grises, de imperio de las cualquiercosarias redes sociales, de la caja boba con más mediocridad y bobera que nunca, de los discursos dirigidos a masas que no entienden demasiado, de léxicos de doscientas palabras escasas, de soluciones facilongas para cuestiones de vida o muerte, del mundo dividido en amigos-enemigos para todo, en derechos sin obligaciones, en el honor como una antigualla, en la primera superficie de todas las cosas sin que siquiera se sospeche que puede haber algo más allá.
La macana de los veinte centavos en la ranura es que ya no hay monedas de tan bajo valor pero nos damos maña para introducir chapitas, circulitos de plástico, hasta argumentos circulares para poner la máquina de la tontería en funcionamiento, el mundo mentiroso de los rosados fenómenos de circo, un mundo de moral blandita donde todo vale veinte centavos.
En estos tiempos pandémicos podríamos armar algún zoom de los gratuitos para comentar el último programa de variedades o los sesudos comentarios de tuit de aquél con las meditadas respuestas de aquellos otros.
Ya no hay monedas de veinte centavos, aunque abunden razonamientos de ese valor.
Pero ranuras abundan. Y mujeres barbudas también, dios libre y guarde.