Correcto / Incorrecto | Héctor Balsas

La mayoría de los acontecimientos tienen una posible paradoja. A veces se concreta, a veces es potencial y otras, las menos, se ataja a tiempo antes de que se manifieste.

ANOTHER BRICK IN THE WALL

A fines de 2018 se presentó en Uruguay el famoso ex integrante de Pink Floyd, Roger Waters. Su espectáculo, muy esperado por muchos, dentro de los que nos incluimos, despertaba expectativas dispares: la música vinculada con su legendaria ex banda; el monumental espectáculo audiovisual; ver en directo el mítico cerdo volador que desde 1977 surcó cielos de medio mundo; el contenido político y politizado de su mensaje, al servicio del cual puso los elementos anteriores.

Roger Waters
Roger Waters por Jaime Clara

Waters es un bien conocido militante en favor de la causa palestina y un acérrimo crítico de la política y las prácticas del gobierno israelí al respecto. Sus espectáculos tienen ese contenido hace muchos años, así que todos los que lo presenciamos sabíamos lo que íbamos a ver.

Precisamente por eso, se me hizo muy visible la paradoja de aquella oportunidad. Como integrante de la militancia del Movimiento Boicot, Desinversiones y Sanciones (BDS), que coordina el Comité Nacional Palestino de BDS, desde 2005, Waters proclama abiertamente las medidas del Movimiento BDS en tanto se mantenga la ocupación israelí de territorios reclamados por Palestina. Ha instado, reprochado y censurado la actitud de sus colegas músicos que han actuado en territorio israelí y ha abogado para que inversiones de empresas extranjeras se marchen de Israel y que no entren nuevas.

En Montevideo participó en una actividad de la Coordinadora por Palestina, sobre Palestina y los DDHH, llevada a cabo en la Sede de la Central Sindical uruguaya, PIT-CNT. Para su llegada a la Sede se trasladó en dos vehículos de alta gama, uno de marca Lexus y otro de marca Hyundai. Y he aquí la paradoja: tanto Lexus (una marca japonesa creada por Toyota), como Hyundai (el gigante automotor surcoreano), poseen importantes inversiones e intereses en Israel, donde, hasta el día de hoy, no solamente no han desinvertido, sino que, amplían sus áreas de acción.

QUÉ DIFÍCIL ES LA CORRECCIÓN POLÍTICA

Seguramente Waters no advirtió el cortocircuito entre su discurso y la imagen que deriva de ese episodio, porque probablemente no reparó en el detalle, lo cual demuestra que todo muro tiene, al fin y al cabo, sus fisuras.
Pero también nos trae a colación algunos aspectos de la corrección política que resultan en paradojas.

El primer asunto estriba en la cantidad de contenidos y contradicciones que caben en ella. Su uso como concepto se verifica en posiciones ideológicas y tendencias políticas diversas y hasta antagónicas. También el tono que se le imprime es variable, ya sea en sentido directo, como en tono irónico, ya como epíteto y hasta descalificación del adversario. En este último particular ha sido empleado tanto para fijar un dogma como para ridiculizarlo. En todos los casos se aprecia el carácter metafórico y eufemístico que presenta el concepto de corrección política.

Si se busca una definición, seguramente se encuentre una referencia neutra relativa a la actitud de evitar todo tipo de expresión, de política o de acción que puedan ofender o menoscabar a grupos de la sociedad, especialmente minoritarios, vulnerables, desfavorecidos o marginados.

Dicho así, no cabría la posibilidad de no adherirse a esa idea. Por lo pronto, el lenguaje disponible corriente ya posee numerosas expresiones que pueden vehiculizar esa actitud de respeto, aceptación de las diferencias y posición integradora.
Pero pareciera que los tiempos actuales requieren nueva terminología que sintetice en una expresión global todos esos y aquellos propósitos. Si ahondamos en cómo evolucionó esta denominación, veremos que esto viene de una larga polémica instalada inicialmente en los ámbitos universitarios de Estados Unidos y que su germen estuvo en los intensos conflictos raciales de aquel país, por lo cual el foco de la cuestión racial fue el primero en aparecer en su contenido y luego se iría extendiendo hacia otras temáticas, vinculadas con el feminismo, las cuestiones de género y de la sexualidad, las minorías étnicas y culturales, etc.

Luego, de la postulación como ideal se pasó al uso irónico descalificativo, bien de quienes contradecían el concepto, como de aquellos que lo sostenían, así como también se convirtió en acusación de dogmatismo.

La enunciación teórica parece bastante más clara que las prácticas que han derivado de aquélla. Las dificultades estriban en que no es para nada unánime la consideración del carácter lesivo u ofensivo de palabras y prácticas. La casuística sería extensísima, pero a poco de ver el entrecruzamiento de opciones y propuestas, es fácil convenir que no hay una solución que cuente con la conformidad general. Más bien queda de manifiesto el voluntarismo implícito en la generación de un lenguaje que establece más cortapisas y vallas censoras que la igualdad que pueda producir, ya que no es el lenguaje el que transforma la realidad, sino exactamente a la inversa. A menos que se crea que somos capaces de producir una suerte de “fiat lux” que transforme la realidad por obra y gracia del Verbo.
Señala Umberto Eco (2006), que “muchas veces la decisión políticamente correcta [PC] representa una forma de eludir problemas sociales no resueltos aún, enmascarándolos mediante un uso más educado del lenguaje”.

El tema de quién o quiénes resuelven cuáles son los términos “biensonantes” y en definitiva “correctos” es otro problema, porque es invariable que se trata de minorías cultas, con acceso académico y con instrumental intelectual del que resultan privados, por lo común, los colectivos beneficiarios de sus cavilaciones y preocupaciones. Esto hace que sobrevuele la impresión de una mala conciencia intentando amortiguar remordimientos.

Más grave se torna el asunto cuando se implementan medidas preceptivas para ciertos ámbitos – y otra vez comenzamos por los espacios áulicos – con las consiguientes consecuencias de reprobación, de censura y hasta de marginación que se han repetido en ejemplos ya demasiado numerosos.

De ahí lo del carácter eufemístico de la corrección política, ya que es una forma mucho más digerible de referirse a la vieja idea de moral única. De lo que deriva otra paradoja: la discusión de normatividades morales rígidas que influían aún en normas jurídicas (penalización de la homosexualidad, normas de segregación racial, limitaciones de los derechos civiles y cívicos, incidencia de creencias religiosas o de ideologías políticas en los sistemas educativos, en diversas sociedades), desemboca en la configuración de modelos de normatividad alternativos que, no obstante, exhiben también un alto grado de rigidez y preceptividad, constituyendo un nuevo modelo de moral única.

Al parecer el lenguaje se volvió el campo de batalla predilecto. Creo que con bastante ligereza y algo de pereza. Porque además de que el lenguaje no posee esa cualidad mágica de transformar la realidad, tampoco es, como muchos quieren suponer el correctivo moral que ennoblezca al hablante según ciertas pautas propias de un espíritu de capilla.

De hecho, definiciones más recientes de la corrección política se centran en el uso de un tipo de lenguaje, por un grupo social o cultural, con aquella terminología que representa mejor las creencias del grupo, en tanto que, lo incorrecto políticamente queda de manifiesto por el lenguaje que ese grupo censura por el uso de una terminología que se considera atentatoria respecto a aquellas creencias compartidas. (Chamizo Domínguez, Pedro José y Reutner, Úrsula, 2017).

UN EJEMPLO MÁS COMPLEJO QUE LO SUPUESTO

Algo de ligereza y de pereza porque hay gran cantidad de soluciones alternativas propuestas que no atienden a esos detalles que inexorablemente arruinan el voluntarismo que exhiben de modo inopinado. Tomemos uno de los ejemplos germinales del asunto: el sustantivo “negro”. Y, como es recurrente en estos temas, volvemos a Estados Unidos, donde se origina la controversia. El desprecio racista y la práctica segregacionista, acuñaron el término “nigger” como forma despectiva en grado sumo. Aún la expresión “negro”, en préstamo del español, se considera también despectiva, ambas recordatorias de los tiempos de vigencia de la esclavización, por lo cual las expresiones afro-american y aún black (considerada más descriptiva que cosificante) han ocupado, con cierta aceptación, el lugar de las otras. En recientes episodios de protesta en Estados Unidos y en repercusiones internacionales, la organización y la consigna que los identifica incluye la expresión “Black”. Trasladado a nuestro idioma, al no considerarse “correcto” el vocablo “negro”, no habría casi forma de traducir el nombre del movimiento por lo que se ha adoptado la expresión sin traducir. Así, se debe permutar una expresión española por una expresión anglosajona, al amputar al lenguaje vernáculo la expresión correspondiente en la traducción. La argumentación es que en español también remite a la esclavitud y que el término mantiene connotaciones despectivas. Claro que, como en todos los casos con el lenguaje, depende de la actitud del hablante, ya que, a nivel coloquial el término “negro” tiene, a menudo, connotaciones de familiaridad y afectuosidad. Pero el asunto es un tanto más complejo, ya que cuando se habla actualmente de esclavitud se piensa fundamentalmente en la esclavitud moderna, la de los últimos cinco siglos, pero se olvida que es un fenómeno mucho más antiguo y que involucró a muchas otras poblaciones.

En su origen y hasta el siglo XV, la esclavitud afectaba a aquellos que caían prisioneros de guerra, sin distinción de raza, religión, origen social o estatus político. Perdían su libertad y podían ser comerciados como mercancías, aún reyes, jefes militares, religiosos o cualquier otro combatiente o personas hechas prisioneras en la toma de ciudades u otros eventos bélicos. Incluso en algunas zonas se podía caer en la esclavitud por ser deudor insolvente.

En la antigua Grecia se les llamaba doulos, y en Esparta, en particular, se les decía ilotas, y a los esclavos romanos (muchos de ellos griegos cultos), se les denominaba adictos. El término esclavo proviene de tiempos posteriores, en los cuales el Sacro Imperio Romano Germánico tomaba prisioneros de guerra en sus incursiones por el este de Europa, entre las poblaciones de la zona, de origen eslavo. Eso quiere decir que, al usar el término esclavo (metonimia de eslavo) continuamos el uso de una terminología que manifiesta el desprecio por otros pueblos del mundo que existen tanto como nosotros.

Esta asociación esclavo – eslavo se da, no obstante, en las lenguas latinas, nórdicas y anglosajonas (español, francés, inglés, italiano, portugués, rumano, alemán, holandés, sueco, danés, noruego, etc.) pero no así en las lenguas eslavas (ruso, búlgaro, checo, esloveno, polaco, serbio, croata, bosnio, macedonio, ucraniano, etc.) en las que el equivalente a aquél que le quitan su libertad y puede ser vendido como mercancía se denomina con variadas expresiones, muchas vinculadas a la forma “rob”, que tiene que ver con el trabajo servil (de lo cual el escritor checo Karel Capek creó la palabra robot), en tanto que las formas para “eslavo”, nada tienen que ver con lo anterior y se basan en la desinencia “slav”, que reconoce varios posibles orígenes, todos ellos laudatorios, vinculantes con “gloria”, “fama”, “devoto”, “el pueblo” (por exelencia), o “los que hablan la misma lengua”, por contraposición a “nemsky” (extranjero) que significa “los que no hablan, los mudos”.

Pero no vayamos a creer que esto es asunto del pasado remoto. La animadversión de los pueblos germanos hacia los eslavos – y las prevenciones de éstos respecto de aquéllos – tuvo su más reciente episodio cuando la Alemania Nazi invadió y dominó a las naciones eslavas de Europa oriental, considerándolos como pueblos destinados a ser dominados, una persistencia en los hechos de aquella infausta etimología.

Pintura Antonio Saura
Pintura de Antonio Saura

Volviendo sobre “afro american” como la otra alternativa a “nigger”, ”negro” o incluso “black”, eso nos adentra en otras complejidades. Esta denominación implica una restricción que escapa a las supuestas diferencias raciales, ya que hace una consideración de orden geográfico. Pero debería considerarse que el carácter de africano no se restringe únicamente a la llamada raza negra, sino que en toda la zona sahariana existen poblaciones de otros grupos que, quedarían excluidas de su pertenencia a ”lo afro o africano”. Del mismo modo, al ser “negro”, “nigger” y “black” denominaciones que se originan según un criterio «colorista” que tiene una visión restrictiva al mero hecho del color de la piel, esos términos no deberían ser privativos de poblaciones de África, y por tanto, la referencia a lo afro, dejaría fuera a buena parte de la población mundial no africana. En algún momento se había extendido el uso del término «negritud» como identificatorio colectivo, especialmente en el ámbito de la antropología, pero ha perdido fuerza. Ni incursionemos en por qué los continentes se llaman como se llaman y en particular África y América, producto de bautizos por parte de sus dominadores que no remiten a sus cualidades o características esenciales, sino a una perspectiva de dominio.

Por eso resulta más adecuado a esta altura de la historia mundial adoptar otras perspectivas como las de relegar el término “raza” al área zoológica, especialmente a la que estudia la producción y mejoramiento de ejemplares de cría, y aplicar otros conceptos al ser humano, en tanto se entiende que lo que se consideraban diferencias de raza estriban en otros factores mucho más complejos y que no dependen de visualizaciones exteriores como la tonalidad de la piel. Desde los años ’60 se ha extendido el estudio de las variedades humanas a partir del concepto de clina, que alude a los cambios de los rasgos fenotípicos en una especie en relación a las condiciones medioambientales, de lo cual deviene la constatación de variaciones clinales que se dan indistintamente en individuos de lo que antes se consideraban razas diferentes, con lo cual, el concepto de raza ha perdido pie a nivel científico. De modo que, en tren de transformar el lenguaje, debiéramos basarnos en la realidad y no crear eufemismos que no se atienen a ella. ¿Habría que recordar que la contrapartida “blanco” o “white” responde al mismo criterio racista y colorista, pero desde una perspectiva supremacista, que tampoco es representativa de una inmensa cantidad de “blancos”?

En su artículo Sobre lo políticamente correcto, Umberto Eco aporta muchos ejemplos acerca de la premura por cambiar el mundo a través del lenguaje PC, sin advertir numerosas paradojas que acechan a la vuelta de la esquina.

ORTOPEDIA DE LA HISTORIA

Pero otro derivado de la corrección política, que ha ido cobrando más cuerpo en la actualidad radica en lo que llamaríamos la ortopedia de la Historia, una especie de bricolaje post mortem que ejecute la cirugía plástica necesaria para que la Historia luzca justicieramente corregida por una acción redentora de una vez y para siempre.

Esta idea de “la Historia como debe ser” implica un dejo milenarista, de fin de los tiempos o de la Historia, de una cultura definitiva, necesaria (en el sentido de inevitable), una parusía.

Que intentemos transformar el presente y aún los resabios que un pasado cercano ha dejado, es la natural dinámica de la historia. Pero emprender la remodelación de la historia destruyendo testimonios de épocas anteriores por vergonzantes que sean, se acerca más a querer borrar algo que ya no puede desaparecer como tampoco puede ser olvidado. Otra vez nos sobrevuela la mala conciencia.
No es que esto sea nuevo, Cuando en el siglo VIII el emperador bizantino León III se pronunció en contra de las imágenes religiosas porque fomentaban la idolatría, la controversia sobre una costumbre arraigada de siglos terminó violentamente con los partidarios del emperador destruyendo los antiguos íconos bizantinos. Esta iconoclastia, no obstante, no logró efectos permanentes y el culto a las imágenes volvió después de esto y aún después de una segunda ola iconoclasta un siglo después. Esta acción que se precia de ortopédica, que intenta llevar a su «lugar correcto” a una Historia que se pretende escoliótica, intenta borrar definitivamente las incorrecciones de un pasado que quedaría, de este modo, cancelado.

Es cierto que la actitud contraria también existe y que se autoevalúa también como del lado correcto de la Historia. Es la actitud de la conservación de los valores que definen estados culturales del presente, pero muy arraigados en el pasado y de la pretensión de continuidad inalterada del mismo orden. Considera incorrección a todo aquello que transgreda esos límites, propicia la censura, rechaza las innovaciones y las transformaciones, en nombre de la Tradición.

Enfrente se presenta otra actitud, la de revisión y revocación de los valores de una época pasada desde un conjunto de valores del presente, de la intervención de la imagen de aquella época y su testimonio, como memorial para el futuro, de lo incorrecto que no debe repetirse.

En ambas actitudes hay un sustrato de cancelación y de búsqueda de la atemporalidad, la aspiración a un presente eterno, en el estado que cada una considera el que debe ser.

Si algo demuestra la Historia es que su dinámica no se detiene y que sus distintos momentos y configuraciones temporales son bastante indiferentes a las preocupaciones voluntaristas de cambio o de continuidad y que, afortunadamente siempre dejará el resto necesario de insatisfacción que se traduzca en la cantidad adecuada de inconformismo para que sea posible una dialéctica transformadora. Aplicar de modo constante los valores propios tanto prospectiva como retrospectivamente implica desconocer cómo cada época se pensó a sí misma, cómo valoraron las cosas y es malinterpretar el hiato temporal entre unas épocas y otras, considerando que nuestra visión es la correcta, por lo cual el pasado se somete legítimamente a nuestro juicio, pero nuestro tiempo se exime – en un autojuicio de corrección – del subsiguiente juicio de las generaciones venideras.

La trampa de estas actitudes estriba en que nunca vemos el pasado de modo completo, sino que lo tamizamos desde nuestra cultura, por lo cual, una valoración desde nuestra época dará una imagen de nuestra visión de las cosas y de nosotros mismos, antes que una versión fidedigna de la época observada. Dicho en palabras de Juan Antonio Ramírez, “aunque cada cultura haya tendido a considerar verdaderas o científicas sus valoraciones del pasado y de las relaciones sociales contemporáneas, es evidente que no pasan de ser “arquitecturas” más o menos arbitrarias, reducciones esquemáticas construidas con unos fragmentos de la totalidad que se pretende analizar o comprender”. Ese carácter definitivo de la corrección política obvia la circunstancia de que no somos el punto de llegada (a donde sea), sino un momento, una etapa en la historicidad, aunque la literatura distópica y de ciencia ficción, los fenómenos de la naturaleza que interpretamos como inminentes desastres (o como cobro de cuentas por nuestra incuria) y la aceleración de la globalización nos hagan sentir y creer que vamos todos en una insensata hilera, de la mano de la muerte, como en las danzas macabras medievales, hacia una clausura.

AÚN QUEDA MUCHO POR DECIR

Toda esta problemática se revela aún como más compleja si se tiene en cuenta el entrecruzamiento de los elementos que pueden resultar ofensivos o lesivos de unos y otros, en el que la condición de “uno” u “otro” es alternativa, de lo cual se desprenden otras paradojas, donde discriminado y discriminador cambian roles sucesivamente.
Pero ese aspecto merece un desarrollo propio en otra nota.

Referencias
Chamizo Domínguez, Pedro José y Reutner, Úrsula [2017]. La corrección política y el control ideológico – cognitivo de la realidad, Odisea Nº 18, Universidad de Almería, España
Eco, Umberto [2006]. A paso de cangrejo, Debate, Buenos Aires

Héctor Balsas es escritor y docente. Autor del libro «Los Beatles y su leyenda negra» (Planeta, 2018) Esta es su primera colaboración para Delicatessen.uy