Los tapices de Améndola – Bettinelli | Laura Domínguez

Nelson Améndola y Dinorah Bettinelli coordinaban talleres en el Hospital Vilardebó. Maestros Técnicos de la Universidad del Trabajo del Uruguay, concebían el taller como un lugar donde desarrollar algo más que terapia ocupacional y por tanto, la transmisión de las técnicas expresivas no debía responder a la repetición mecánica sino a desarrollar la imaginación y la creatividad. Entendían la expresión artística como forma de sostener nuestra condición humana aún en las peores condiciones; la incomunicación no debía ser la constante ni siquiera en el Hospital Psiquiátrico. Desde esa perspectiva, la expresión plástica era el resultado de un proceso en el que se expandía la percepción. A veces, se iniciaba con la observación de la naturaleza, un encuentro debajo de un árbol, una narración oral, diálogo y luego se materializaba en objetos estéticos singulares. Dinorah Bettinelli evoca cómo trabajaban en ese entonces: “Todos estábamos en un mismo lugar físico, Nelson tenía una manera muy especial de hacer ver las cosas, a los pacientes y a nosotros. Siempre trabajamos de manera integrada”.

De manera casi natural la experiencia compartida en los talleres, esa complicidad en la visión del arte y de la vida derivó en un proyecto común. En 1984 Dinorah Bettinelli y Nelson Améndola iniciaron el “CENTRO DE TAPICERÍA ARTÍSTICA”.

Bettinelli nos ha permitido acceder a documentos y a su memoria para recuperar en esta nota algo de la historia de dicho Centro. Instalaron el taller en un local de una galería céntrica. Améndola hacía sus dibujos y luego los proyectaban en las paredes al tamaño en que serían elaborados los tapices.

Améndola Bettinelli

Inicialmente -recuerda Bettinelli- Améndola tenía la idea plasmar su mundo pictórico en un entramado tejido a la manera de los telares tradicionales. Ella observó que con la técnica convencional se perdería la multiplicidad de colores, los degradé y las sombras imaginadas por Améndola. Esto derivó en una investigación en torno a las posibilidades de la lana, las tinturas a utilizar y el desafío de cómo sostener la urdimbre. El proceso de investigación la llevó hasta el Secretariado Uruguayo de la Lana para saber dónde se podía adquirir lana en la primera fase, luego del escarmenado, lo que se llama primera hilatura; es decir, madejas de top. Nos aclara que la esquila con el animal suelto (desmarcado), como se hace en Uruguay, permite obtener fibras con mayor rendimiento al peinado, buena longitud y mucha suavidad. Optaron entonces por el vellón de Corriedale que brindaba la sedosidad necesaria para tirar las hebras sobre la urdimbre. Luego, Bettinelli experimentó con tintes naturales: cebollas, zanahorias, té, café, diente de león, manzanilla, marcela, espinacas, remolachas. Solo usaban tintas artificiales para unos pocos tonos -los azules, el negro, el violeta oscuro- difíciles de lograr con frutas, verduras o hierbas. Según el tiempo de exposición al calor y las proporciones se conseguían distintas tonalidades. Usaban la lana en su tono natural fundamentalmente para lograr efectos de luces y sombras.

Unicornio
Unicornio
Unicornio - Detalle ojo
Unicornio – Detalle ojo

Bettinelli continúa hilvanando su memoria y nos relata que para la urdimbre utilizaron canabá, un entramado para alfombras bordadas también llamado telar para alfombras. En él se esparcía el color de fondo que se sujetaba a toda la superficie con pequeñas puntadas. Recién entonces, sobre este fondo, Améndola tendía los hilos de lana teñida como si fueran pinceladas de un cuadro buscando lograr un efecto de movimiento. Para que esos hilos no se movieran del lugar en el que se los había dispuesto, pasaban una plancha de vapor y con minúsculas puntadas se adhería todo el conjunto al fondo. Esas puntadas le daban el efecto de textura que puede apreciarse en las imágenes que acompañan esta nota. Llamaron a esta técnica “primitivo – mixta”. Era una técnica primitiva dice Bettinelli, en el sentido de que estaban haciendo algo anterior a lo que propiamente es un tejido y mixta porque usaban lana peinada que no era lana directamente cortada del animal.

Sueño del ciervo
Sueño del ciervo

Los motivos abarcaban una fauna fantástica (unicornios, pegasos, ciervos multicolores), personajes de la cultura local y latinoamericana (un hechicero, un dios guaraní, un compadre) y algún paisaje emblemático de la ciudad-puerto de Montevideo. En esos diseños se plasmaba la ensoñación, lo mítico ancestral, el inconsciente; el carácter supra-real se lograba con la textura y los colores de la lana. Por la técnica utilizada se lograba un efecto de acuarela.

Los pilares del taller fueron arte, artesanía, técnica y diseño. En un documento que era tanto carta de presentación como fundamentación del proyecto Améndola y Bettinelli decían: “A través de nuestro atelier hemos logrado incorporar a las ya conocidas técnicas del gobelino clásico y del tapiz tradicional, nuevos medios expresivos, que manifiestan un nivel de contemporaneidad que se adecue a las exigencias estéticas actuales. Estudiando a través de métodos técnico-prácticos los primitivos caminos de nuestras culturas y civilizaciones latinoamericanas, quisimos lograr sin olvidar nuestro pasado estético aún latente, nuevas formas de lenguaje incorporando a estas las manifestaciones de las corrientes artísticas actuales.

Tupá Eté
Tupá Eté

Recorrimos los caminos de la plástica contemporánea y las nuevas corrientes que ya hemos heredado (pop art, arte-otro, informalismo objeto-arte, etc.) intentando hacer manifiesto nuestro quehacer de realidades ancestrales vividas por nuestros pueblos a través de la cultura que hoy forma parte de la historia universal del Arte. Conscientes del camino a recorrer, no desechando ninguno de los logros estéticos de la humanidad, queremos contribuir con nuestra obra al engrandecimiento y desarrollo del arte americano contemporáneo, haciendo presente esa conciencia a través de nuestro aporte. Los que hoy reunidos formamos un equipo de trabajo multidisciplinario agregamos al universo un objeto más de los infinitos que lo conforman, conociendo lo irreversible e irrevocable de esta acción consideramos para siempre el hecho de su transformación. Nuestra meta es la comunicación, el diálogo que une, diversifica y manifiesta nuestra propia existencia con los demás hombres (…) Anhelamos concretar nuestros ideales en la obra pero, también nos complacemos en la infinitud de la misma reconociendo lo inagotable e insondable de la tarea humana Tendemos a lo absoluto por valores inherentes a la propia naturaleza , queremos rescatar definitivamente y detener como en un punto en el tiempo eternizándonos. Esa es nuestra dicha y nuestro drama y recurrimos felizmente consecuentemente a exponernos como todos los hombres a la vida, el amor, la magia, la muerte y el tiempo que es una de sus formas”.

Puerto chico
Puerto chico

Solía visitar el taller y lo primero que percibía era la música. Muchas veces “La flauta mágica” daba la bienvenida; desde entonces, esa ópera me ha acompañado. De alguna manera, las tonalidades y la fantasía que se pueden apreciar en la trama ligera y compleja de los tapices me evocan las curvas melódicas de la Reina de la Noche, Papageno y otros personajes de esa espléndida ópera de Mozart. Aquella percepción ampliada que Améndola y Bettinelli buscaban desde los tiempos de los talleres en el Vilardebó también se lograba en el Centro de Tapicería Artística.

Los tapices fueron adquiridos por particulares y hoy se encuentran en distintas latitudes. Nelson Améndola partió temprano (1944-1995). Dinorah Bettinelli nos ha dicho que esa fue una hermosa etapa de su vida. Yo, que fui testigo del emprendimiento, pude constatar una vez más que el arte permite encuentros insospechados y deja huellas al exponernos -como decían Nelson y Dinorah- “a la vida, el amor, la magia, la muerte y el tiempo que es una de sus formas”.

La danza del brujo
La danza del brujo