Alguien lee un periódico | Joseph Roth

 

Foto Louis Stettner

El rostro de quien lee un periódico tiene una expresión seria, que unas veces se endurece hasta resultar sombría y otras se disuelve en una sonrisa. Mientras los ojos, cuyas pupilas se ven bulbosas tras los redondos cristales de las gafas, se deslizan lentamente de izquierda a derecha, los soñadores dedos del lector de periódicos se deslizan por la marmórea arenisca de la mesa del café, con un tecleteo silencioso y mudo que parece una especie de lamentación, como si las yemas buscasen invisibles migas dispersas para apropiárselas con rapidez.

El lector de periódicos lleva una barba bien recortada, cuadrada y larga, que le oculta el suplemento cultural cuando lee las noticias políticas. Bajo la barba reluce una corbata violeta, ancha, cuyo nudo no puedo ver, salvo cuando el lector de periódicos se acaricia la nuez.

Pero sí puedo ver lo que el lector de periódicos está leyendo: noticias sensacionalistas de Budapest, con llamativos titulares. Se presentan de forma espaciosa, invitadora, francamente apetecible, formando compactos párrafos, cada uno de ellos precedido por otro titulillo atractivo. Como todas las noticias, se ofrecen antes de que sea posible leerlas por extenso, y prometen más de lo que terminan dando.

Sólo se las puede calificar de sensacionalistas. Hablan de billetes falsos pero no lo cuentan todo. Son escrupulosamente detalladas, pero se reservan algunos detalles. Describen la personalidad del falsificador, pero no desvelan su nombre. Hablan de «personas que ocupan altos cargos», pero no es posible leer cuán altos son ni dónde están. Sin embargo, precisamente lo que no se dice resulta estimulante. Las lagunas de las noticias son lo que más interesa. ¿Qué le pasa al lector de periódicos? ¿Cómo reacciona a lo que no sabe? ¿Se alegra de las falsificaciones, le indignan o también él es de Budapest? Sin duda pertenece a la gran muchedumbre de los moralmente afectados, a los que toda falsificación ajena sume en una indignación prestada. Todos los fusibles que ardían lentamente alcanzan el punto en que provocan una explosión. ¡Imperceptible, por supuesto! ¡Sin efectos palpables! Es una explosión contenida en ella misma, una implosión más bien…

En cualquier caso, es evidente que las noticias provocan un efecto en la delicada alma del lector, aunque él crea que provoca algún efecto en las noticias. Si no llevara esas grandes gafas, casi parecería que es el periódico el que lo lee. Tal vez cree que su fantasía completa lo que las noticias le cuentan a medias. Pero son esas noticias especiales las que juegan con su fantasía. Le ha encantado un inquisitivo artículo de fondo, en el que todo resulta tan luminoso que no puede menos que sentirse deslumbrado. Así que el lector se levanta ahora iluminado, más sabio y viejo, enriquecido por la experiencia. Alisa con la mano izquierda las ondas que hayan podido aparecer en su barba y se quita las gafas (por un instante, tiene ojos de ratoncito tímido). Luego abre el ataúd negro de otro estuche, se pone unas mundanas gafas oscuras y sale a la calle convenientemente protegido…

El suplemento cultural sigue escondido. Se lo deja a caracteres menos viriles que él.
Pero si un día, tranquilamente, leyera esto, aburrido y en silencio, tampoco le gustaría. Porque no escribo como a él le gusta.

 

Roth


Josep Roth (1894 -1939)  novelista y periodista austríaco de origen judío. Este texto fue publicado en el diario Frankfurter Zeitung el 11 de enero de 1926. Varios de estas crónicas están incluidas en el libro «Años de hotel. Postales de la Europa de entreguerras».  Traducción del alemán de Miguel Sáenz.