La sal de la tierra | Marcelo Marchese

Un rey le preguntó a sus hijas cuánto lo amaban. La mayor contestó que lo amaba más que al oro y la plata. La mediana contestó que lo amaba más que a los diamantes. La menor contestó que lo amaba más que a la sal. El rey, enojado, la desterró, pero la cocinera de Palacio la alojó en su cabaña y enseñó a quien había demostrado el más alto virtuosismo, los secretos de su arte mágica.

Cierta vez el rey ofreció un banquete para los principales de su reino y la muchacha pidió a la cocinera que le permitiera elaborar todos los platos. Una explosión de sabores pensados para todos los sentidos emborrachó a aquella concurrencia. Llegó la hora del plato preferido del rey, quien, encolerizado, reclamó por la cocinera y le preguntó por qué había arruinado su plato robándole la sal. Y ella le dijo:

-Un día desterraste a tu hija por comparar el amor con la sal, cuando tu cariño le daba sabor a su vida como la sal a este plato.

Dicen que la sal es la única roca comestible y dicen de guerras que fueron realizadas y revoluciones generadas y que rutas enteras se establecieron en Oriente y Occidente por la sal, y que deidades de la sal se adoraron y que la relación de la sal con el hombre hunde sus raíces en las oscuras aguas del tiempo.

En ocasiones, uno aconseja algo no tanto por la esperanza de hallar oídos, sino por una fuerza que lo impulsa y sin embargo, sería placentero que un día viniera alguien y dijera que mi exhortación a desterrar la sal refinada y en lo posible la sal fina, para adoptar la sal marina o la sal gruesa que tenga un toque gris, le había mejorado el disfrute de la cocina de tal manera que se había puesto a reflexionar cuánto tiempo le había costado descubrir algo tan sencillo y verdadero.

Es fácil adivinar que la sal fue usada como moneda de cambio y es fácil concluir que salario deviene de sal, ahora, no es tan fácil saber por qué aceptamos consumir una sal prostituida.

Un hermoso hilo invisible une al que dijo “Vosotros sois la sal de la tierra”, con la muchacha que le dijo al padre que lo amaba más que a la humanidad. Una confesión de amor tan grande no pudo haber sido dicha.