Era el verano de 1984 y como cualquier niño de diez años, no veía la oportunidad de salir con mi nueva bicicleta BMX. Me la habían traído los Reyes Magos. Mi hermano tenía una Ondina Super Cross de color verde, con amortiguadores incluidos y asiento «banana». Pero mi Graciela BMX estaba de moda… Solíamos salir en bicicletas con los amigos del barrio (vivíamos en Las Acacias, en la calle Barquisimeto, en el entorno de la Av. Gral. Flores y Camino Corrales) y también con los amigos del Colegio Nubarián. Si bien éramos niños, recorríamos Montevideo, una ciudad con muchos menos automóviles que en estos días. Claro que nuestros padres no sabían hasta dónde llegaban las bicicletas. Una vez fuimos hasta la playa Malvín, otra vez hasta la UGAB en la Av. Agraciada y Suárez, que en ese momento, estaba terminando de construir su nueva sede social y que inauguraría pocos meses después. En general éramos mi hermano Martín, Michel Dyienavorián, Haygaz Sala y yo.
Pero la historia que hoy quiero compartir es la salida en bicicleta con mi hermano y con Eduardo Jaime, un amigo del barrio. Sin rumbo claro, circulábamos por Bulevar Artigas. Frente a Canal 5, en la intersección del Bulevar con la calle Colorado, encontramos un disco de vinilo, un simple, es decir, un disco de los chicos, diecisiete centímetros de diámetro, los de 45RPM. El «Edi», -como le decíamos nosotros a Eduardo-, toma el disco de la calle, medio sucio y medio rayado, y lo tira tal cual un planeador; sin embargo, no se rompe. «Para…», atinamos a gritarle. Mi hermano toma el disco y lo llevamos a casa. Una vez de regreso, subimos corriendo por la larga escalera de nuestra casa y nos dirigimos al «tocadiscos», un aparatoso equipo Punktal probablemente de los años ’50, que mi padre había comprado en su época de soltero. El viejo «tocadiscos» tenía radio AM, SW (onda corta), y una bandeja para discos con cuatro velocidades, 16, 33, 45 y 78 RPM. Como desesperados, encendimos el equipo y pusimos el disco simple. La música que conocíamos era básicamente infantil: María Elena Walsh, Las Ardillitas, el disco de Petete, los clásicos como Los Tres Chanchitos o el Gato con Botas, por citar algunos, y por supuesto que música armenia, turca y árabe, además de Jorge Cafrune y Los Wawanco. Lo que había en ese disco no era para nada conocido por nosotros. Las guitarras sonaban muy fuerte, y distorsionaba bastante, porque aunque el equipo de música era de una marca alemana, -Punktal-, era antiguo y quién sabe si era el viejo «tocadiscos» o los «locos» que lo habían grabado. Nunca habíamos escuchado «No pregunten por qué», que era la canción del lado A. Mucho menos «Vuela a mi galaxia», que era la canción del lado B. En aquel verano de 1984, mi hermano tenía doce años y yo diez. ¿Y quiénes eran estos de Psiglo que habían grabado ese disco en 1972? Sin embargo, después de escucharlo varias veces, nos empezó a gustar. El disco tenía escrito el nombre Esther Muñoz, supongo, quien había sido su propietaria. Nuestros padres nos decían, «bajen la música de esos peludos…». ¿Y serían peludos? No lo sabíamos… En 1987 nos regalaron un equipo Toshiba, con AM, FM, doble casetero y bandeja para discos 33 y 45 RPM, además de dos parlantes más o menos buenos para la época. La sorpresa fue cuando escuchamos aquel disco simple y «Vuela a mi galaxia»… Habíamos redescubierto una canción que ahora con un equipo estéreo, nos permitía conocer la verdadera «Vuela a mi galaxia», que además de la voz desgarradora de Rubén Melogno, -al menos así me parecía en aquella época-, resultaba que tenía coros con voces femeninas.
Algunos años después, cuando ya iba al liceo, consumía mucho rock, particularmente nacional y escribía además sobre música (tenía una revista que se llamaba Zero, -como el grupo de rock nacional-, entre 1986 y 1991), y me preocupo por conocer un poco más sobre aquella mítica banda de rock progresivo, al mejor estilo de Deep Purple o Jimi Hendrix, pero uruguayo, que tenía sonidos propios, locales, inclusive latinoamericanos, con letras en español y comprometidas con la realidad de su propio país.
Al respecto de este tiempo de la música popular uruguaya, el musicólogo Coriún Aharonián decía que se fue «dando una orientalización, la uruguayización del repertorio; es un proceso gradual y no impuesto por ningún grupúsculo ni por ninguna secta cultural. Hay un proceso de toma de conciencia colectiva…». Y Psiglo era parte de ese movimiento, banda que estaba integrada por Rubén Melogno (voz líder y percusión), Gonzalo Farrugia (batería) (falleció en 2009), Luis Cesio (guitarra y voz), César Rechac (bajo eléctrico y voz) y Jorge García Banegas (teclado, flauta dulce y voz). García Banegas, Melogno y Farrugia eran los autores de «Vuela a mi galaxia», parte del segundo disco simple editado en diciembre de 1972. Ideación sería el primero de sus discos larga duración, como le decíamos antes, cuya carátula tendría a Melogno como creativo. Tras la grabación de Psiglo II en 1974 y la censura de la dictadura (el disco se editará recién en 1982), se marchan a España en 1975, donde desarrollarán una importante trayectoria como músicos.
Muchos años después vendrá Psiglo III en 1991, así como dos reencuentros en 1993 y 1997 en el homenaje a Rubén Castillo, el creador de Discodromo Show. La serie «Los pioneros del beat» de aparición con la revista Posdata en 1998 nos permitió acceder a materiales como Ideación, bonus tracks incluidos, reprocesados digitalmente, y conocer una parte del rock autóctono pre dictadura.
El pasado 20 de marzo de 2020, la prensa de Uruguay anunciaba que había muerto en Madrid el primer uruguayo por coronavirus. El maldito Covid-19 se había llevado a Rubén Melogno, uno de los autores de mi disco simple de «Vuela a mi galaxia», mi himno del rock uruguayo.
QEPD.
Gustavo Zulamián Ohanián (Montevideo, 1973) es Doctor en Odontología y Especialista en ortodoncia y ortopedia dento maxilo facial. Es autor del libro Entre la historia y la memoria: los armenios de Marash en el Uruguay (2018). Fue editor de la revista Hay Endanik de Montevideo y corresponsal del semanario Sardarabad de Buenos Aires.