Carolina Zamudio es poeta y ensayista, pero sobre todo mujer. Escribe desde allí con los tormentos y misterios que sólo aquellos que se ubican en esa posición pueden hacerlo. Cuatro son las palabras que más aparecen en su libro: cuerpo, mujer, ojos y niña. Cuatro vectores para leer estos poemas escritos en prosa. Los ojos de una niña-mujer que se preguntan acerca del cuerpo, del suyo pero también de los otros, del cuerpo enjuto del abuelo, del que está de este lado y no del otro, del pasajero en tránsito, del que tiembla del espanto, del que regresa, del anestesiado.
Sus textos íntimos y profundos de poesía pero en prosa, generan un entramado particular que conforman un universo, donde cada texto, a modo de micro cuento, independientes entre sí, toca lo familiar pero al mismo tiempo lo ominoso.
Como capítulos de una vida, el libro se desgrana en cuatro partes a modo de mojones de una existencia: “La mujer detiene al patio de atrás, su tiempo”, “Escribir se parece a morir”, “Las turbinas siempre giran hacia el silencio” y finalmente “La voz no recuerda ni interpreta, intuye”.
Los recuerdos se funden y confluyen en imágenes visuales muy potentes, donde el dolor parece ser el principal protagonista aunque se pueda hablar de amor. Es así que el libro se convierte en una galería de personajes, madres, abuelos, pasajeros, niñas, enfermos que fundamentan la existencia de un vivir, donde un poco más allá de la palabra escrita y lineal, encontramos un mundo abisal que habla de lo conocido pero sobre todo de lo imperceptible a los ojos. Es un acto de valentía sin claudicación convertir a esta timidez en un grito desgarrado pero lleno de poesía.
El enigma sobrevuela, como un juego de espejos y veladuras que no solo hablan de una infancia perdida, sino de un mundo presente sumido en esas sombras que le dan consistencia.
La timidez de los árboles nos cambia la perspectiva de aquello que podríamos pensar como una infancia feliz, ya que algunos de sus textos no se ahorran en sordidez y angustia, o como expresa la autora en uno de sus poemas: “vivir se parece a querer olvidar”.
A modo de ejemplo uno de ellos: “En la pequeña galería a la que daba el cuarto había una mecedora de mimbre desgastada por el tiempo y las lluvias que no pudieron detenerse. La vida se hamacaba en ella contemplando al cuerpo enjuto del abuelo que sin ningún decoro dejaba ver, hora a hora en los pocos días que duró su despedida, los huesos de su cuerpo. La piel, en él, tampoco se resistía y era una película de la que caían cada vez más capas de forma abrupta. Otoño que fue un remolino. Piel y hueso se mecían los días: primero, el cuerpo de este lado; al siguiente, del otro. Todo, para evitar las excoriaciones. Las de él, las de nuestra mirada. No sabíamos cuánto llevaría la partida, cuál parte nuestra ganaría la batalla contra ese cuerpo que —con la acritud de lo que no tiene vuelta atrás, ni puede ser acelerado— se nos escapaba ante los ojos. Humores y, durante los frecuentes intervalos de sueño, mínimos suspiros que nos mostraban, inmensa, la fragilidad. Los ojos pardos, esos, seguían siendo los mismos y desde allí intuíamos: mientras nuestros sentidos luchaban tenaces por entumecerse, los de él se aguzaban. Que nada quedara por decirse ni apreciar. Había que acercar el oído para escucharlo, pero sus manos se aferraban con fuerza y los ojos absorbían para refrescarse todas las lágrimas que no derramábamos. Desde afuera ante nosotros, el jazmín del país dispuesto con sus lilas de luto, las que él, prolijo, había cuidado toda la vida, también caía: leve, pañuelo de despedida. Nosotros casi nada percibíamos. Nuestra única imagen era la de ese traje semitransparente con el que el abuelo se había vestido, bajo las sábanas, con sabiduría de nigromante. La misma con la que supo detener —junto a Santa Clara y una que otra palabra en guaraní— la lluvia. Un día, cerramos los sentidos. Ni siquiera pensamos, para consolarnos, en que también se aprende del canto de los pájaros. Y, luego, del silencio. La muerte, supimos más tarde, dejó algo más que un perfume rancio”. (El abuelo)