Thomas Wolfe nació el 3 de octubre de 1900 en Asheville (Carolina del Norte) y falleció de una tuberculosis cerebral el 15 de septiembre de 1938. Era el menor de ocho hermanos. Cursó sus estudios en la Universidad de Carolina del Norte en CHapel Hill y fue miembro de la sociedad dialéctica y de la fraternidad Pi Kappa Pi. Hizo dramaturgia bajo la dirección de Baker con quien produjo en 1923 “Bienvenido a nuestra ciudad”. Wolfe fue protagonista en algunas piezas teatrales como: “El retorno de Buck Gavin” y “La tercera noche” en 1919. Editó el periódico de la Universidad y ganó el premio al Mérito en Filosofía por su ensayo titulado: “La crisis en la industria”. En 1922 recibió la maestría en Harvard.
Ya instalado en Nueva York, en 1924, comenzó a enseñar inglés durante siete años en la Universidad y en la revista universitaria publicó su primer artículo en 1917. Así sus poesías, dramas y relatos también formaron parte de la publicación. A veces el fracaso nos lleva a triunfar y, en el caso de Wolfe, fracasar como autor dramático, lo llevó a ser un gran novelista. Eso le permitió recorrer Europa en 1926, quedándose en Londres ya que consideró el lugar mas idóneo para escribir. Al volver a Nueva York, volvió a su puesto en la Universidad como profesor y se dedicó a escribir regularmente todas las noches. Fue así que, en julio de 1938 enfermó de neumonía.
La prosa de Thomas Wolfe despertó la admiración de William Faulkner, entre otros autores. Las obras publicadas en castellano, hasta el momento por Editorial Periférica, son: “Una puerta que nunca encontré” (2012), ” El niño perdido” (2011) y “El angel que nos mira” (2009).
“El niño perdido”: se trata de un relato a cuatro voces y una de ellas es el mismo Wolfe. Ambientada en 1904, es una reconstrucción de su vida familiar, una novela autobiográfica centrada en contar la vida de Ben, su hermano preferido que muere de tifus con tan solo 12 años. Experiencia que marcó un gran dolor en la vida de Wolfe, quizás el más grande y que describe de una manera detallada con un registro fotográfico y sensorial. Nos habla de la inocencia, de las heridas irreparables de la vida, de la memoria del pasado y lo hace de una manera conmovedora.
Grover es el protagonista, un niño serio y pensativo, aturdido por la belleza y crueldad del mundo. Wolfe presupone que las palabras nunca podrán ser tan incisivas como la mirada febril de un niño de 12 años con una mancha de nacimiento en el cuello. Una de las cuatro partes de este maravilloso relato plantea al chico, a sus vecinos y familia, a su pueblo. Todo contado en tercera persona.
En la segunda parte su madre describe en el tren el semblante de su hijo mayor yendo de paseo a la Exposición Universal. La tercera parte a través de una foto, la hermana que es la narradora, nos habla de los hechos que surgen de dicha imagen.
Por último la cuarta parte, su hermano pequeño cuarenta años después trata de recordar hechos de su familia que ya no existe en la casa donde vivieron. Todo este bosquejo se ve truncado por la enfermedad inesperada, el tifus.
Wolfe es un obsesionado por el paso del tiempo, un narrador difícil de olvidar. Su escritura es refugio de una gran belleza e intensidad. Escribía como si supiera o intuyera que el tiempo se agotaba, que se le escapaba de sus manos. Recordemos a Rulfo, con “Pedro Páramo” se labró un nombre imperecedero, “El niño perdido” lo es para Wolfe. La grandeza de la escritura reside en la sencillez.
Thomas Wolfe, El niño perdido, Editorial Periférica. 2011, 96 págs.
Inés López Volpe es uruguaya, radicada en España. Es crítica literaria. Tiene un espacio de libros en el programa «El Mural» (Radio Uruguay). Delicatessen.uy publica este texto, con autorización de su autora. Fue publicado inicialmente en su blog.