Se nos fue Aute: no tendré que olvidarte… | Alfredo Goldstein

Luis Eduardo Aute

Soy un serratiano rabioso. Desde siempre. O desde que me acuerdo, desde aquel simple con Tu nombre me sabe a hierba en una de las caras y en el lado B, Poema de amor. Que es lo mismo que decir desde siempre. Sigo creyendo a través de los años que su mejor canción, letra y música, es Pueblo blanco. Que me conmueve cada vez que la escucho. O porque quizás me predispongo a que me pase eso. Pero otras no se quedan atrás. Tío Alberto…Balada de otoño. Los fantasmas del Roxy. ..Romance de Curro el Palmo…y ni qué hablar de las maravillas sobre Machado y Hernández. Pero bueno, soy serratiano, pero tengo mis limitaciones. Como cuando vino con Sabina. Porque soy antisabina también rabioso, con su pose de seudomarginal. Y me prometí que cuando volviera con Sabina, lo iba a traicionar.

Un día, ya hace muchos años, Charles, un amigo y colega de Literatura, me acercó un cassette grabado especialmente por él, con temas de un tal Luis Eduardo Aute. Un cassette de esos en los que uno ponía en la tapa de cartón los títulos de las canciones. Y allí Charles escribió Cómo te atreves. Y así todos los demás que venían. Me puse a escucharlo. Y se me abrió un universo que no se iba a cerrar nunca. Me reventé la cabeza contra la pared por la imbecilidad de no haberlo escuchado antes. Claro que sabía de su existencia. En ese entonces tenía discos de vinilo de Patxi Andión, que era otro dios, pero menor, a quien había visto en Madrid haciendo del Che en la Evita de Paloma San Basilio, con esa voz aguardentosa que siempre mantuvo hasta una estúpida jornada que se lo llevó hace poco y que nos recordaba que había bur-manos hu-gueses, que una, dos y tres no era solamente una forma de contar y que Rogelio nos daba una lección de las vueltas de la vida.

Pero de Aute, poco y nada. Algo de “Al alba” , “De alguna manera” o, sobre todo, de “Rosas en el mar”, aquel exitazo de fines de los 60 que Massiel paseó por el mundo y que, creo, a él no le gustaba mucho.

Luis Eduardo Aute por él mismo
Luis Eduardo Aute por él mismo

Y empecé a devorarlo. Todo lo que podía conseguir. Y sentí que este español filipino me hablaba a mí y no solamente a una generación que era la suya. Que incluso le hablaba a la generación que todavía no había llegado. Que se animaba a divertirse a lo grande con un mundo en el que todo se había vuelto light, al escribir y cantar Light motiv, que se mofaba con inteligencia de los cambios ideológicos en La guerra que vendrá, imaginando un Marxdonald ‘s en Odessa– nada lejos del Mc. Donald’s de Moscú, uno de los más grandes del mundo y que al inaugurarse formó colas y colas de desesperados degustadores, me consta en forma personal-, que se atrevía abiertamente con la sexualidad al exaltar la masturbación en Dentro, o que directamente apelaba al trío sexual, “o entre los tres nos organizamos, si puede ser”.

Pero Luis- me permito llamarlo así-, aunque en estos tiempos conviene decir Luis Eduardo, no tenía límites. Ni en la poesía, ni en la canción, ni en el cine, ni en la pintura, donde era un artista consumado y donde, creo, se sentía más libre y más feliz. Tan libre como un niño. Y tan osado como Dalí. Lo pude comprobar en los libros que me mandaba con sus pinturas una vez que hice contacto con él, y le dije que estaba estrenando como director un espectáculo con sus canciones.

Una generosidad única. Yo venía envalentonado con el Brassens de Guarda al gorila que se mantuvo diez años en cartel, la exquisitez que me permitió Brel en La tierna guerra, pero ahora se trataba de un cantautor vivo…Creo que era Chejov el que decía de la ventaja de poner en escena autores muertos… Pero Aute estaba allí, en su plenitud, con sus cincuenta años tan enteros como le permitía esa cierta bohemia que su generación lucía como estandarte.
Y resulta que Luis Eduardo venía a Buenos Aires. Y hacía años que no se asomaba a Montevideo. Lo invité ingenuamente a ver el espectáculo que ideamos con Susana Anselmi, Fernando Uliivi y Walter Antuña en la pequeña sala de Arteatro, allá por 1993. Acababa de explotar con el éxito de Slowly, un temazo que sonaba en muchas radios, incluso en las que Aute parecía sapo de otro pozo. Es que su sabiduría había cuajado una vez más con el juego, con el humor que lo acercaba a temas ancestrales. Y para mi sorpresa, aceptó. Arregló una actuación en El Galpón, en un retorno glorioso de un guerrero de la palabra y la melodía. Y una noche, en una función especial, allí estaba él, en la platea, viendo nuestro Bombas de soles, hecho con todo el cariño y toda la humildad que teníamos. Muy nerviosos todos. Los músicos temblaban con sus guitarras. Porque además actuaban y se lucían a la par de la gran Susanita. Un par de errores, pero ¿quién no los tendría en una noche cojonuda? Un escenario muy a la uruguaya, austero, muy austero, con un telón de fondo en el que asomaban varias de las referencias de sus canciones. Por un lado, el James Dean que tiraba piedras, citado en Las cuatro y diez. Por otro, el casi adolescente de Los 400 golpes de Truffaut, en aquella escena final, magistral, en la que los ojos desorientados del jovencito miraban un mar tan deseado como temido, transformado en una barrera más que en un camino a la salvación.

Y fue la gloria. Para nosotros. No sé si para él. Porque no es fácil para un grande ver un espectáculo armado sobre sus hijos, construyendo historias y contraponiendo climas, en el cual la ternura se enlazaba con la sátira, la crítica mordaz al presente y al posible futuro con la denuncia más penetrante, la enorme capacidad de sus referencias literarias, cinéfilas y musicales con la más sencilla expresión de la urgencia de la belleza.

Lo pude disfrutar. Lo pudimos disfrutar ahí, con esa altura casi gigante en todos los sentidos, con su generosidad y su verborragia semiadolescentes, ante lo liliputienses que nos sentíamos antes, durante y después de la función.
Nos vimos al otro día. Y con el tiempo, cuando llegaba a fin de año y yo le mandaba un saludo, siempre venía un disco nuevo, un libro nuevo, una dedicatoria cariñosa y un dibujo dedicado. Una forma de dinamitar algo que él mismo había expresado en Siglo XXI: “El hombre ha muerto. ¡Viva el Kapital!”. Porque él era el retrato de una ética intachable, de una humanidad porosa y avasallante. En uno de sus últimos reportajes, le oí decir: “La informática es el nuevo Dios y la nueva religión el fútbol. Eso me da temor.” Aunque le gustaba mirarse algún partidito interesante…

Y después volvió un par de veces. Pero solo lo vi en una. Y los saludos se fueron perdiendo. Y los libros y los discos dejaron de llegar. Quizás porque ya el mail era otro. O porque yo no supe encontrarlo. No iba a pretender que él me buscara a mí, un simple eterno agradecido.

Y cuando este sábado oigo de su muerte, no pude contenerme y volver a escuchar La belleza, una de las canciones más hermosas que se hayan escrito en lengua castellana. Y asumo el riesgo. “Reivindico el espejismo de intentar ser uno mismo. Ese viaje hacia la nada, que consiste en la certeza de encontrar en tu mirada la belleza…”. Y volví a llorar. Y al escucharla de nuevo, lloré una vez más. Como cuando en el cine uno llora de emoción, como en el final de “Smoke”, en ese cuento de Navidad narrado por Harvey Keitel y con la voz tremenda después de Tom Waits.

En uno de mis últimos destinos como director de liceo, estuve un tiempo largo en Barros Blancos. Y cuando llegué, le pedí a un funcionario pintar tres frases. Una en cada descanso de la escalera: una de Shakespeare y otra de Delmira. Y en el frente, bien detrás de la puerta de entrada, una de Aute, enmarcada entre tres posters de cine, una de sus pasiones. Y decía: “Que todo en la vida es cine y los sueños, cine son “. Espero que todavía esté allí, recibiendo a la gente. Porque es verdad que la vida es cine. Y ese chico de Los 400 golpes sigue, aterrado, sin saber qué hacer, frente al desafío de cruzar los mares o quedarse en la orilla, desaventurado.

 

Alfredo Goldstein (Montevideo, 1958) es profesor de literatura, director de teatro, periodista y crítico. Ha hecho adaptaciones y traducciones – de textos dramáticos y canciones- del inglés, francés, italiano y portugués. Esta es su primera nota en Delicatessen.uy