Paréntesis | Alicia Escardó

Saul Steinberg
Ilustración Saul Steinberg

 

Todos fantaseamos con una vida menos agitada. Sin despertador, almuerzos apurados ni desplazamientos a las horas pico. Disfrutar de tiempo libre y sin horarios es una aspiración universal, nuestra zanahoria modelo siglo XXI. Nos hacemos la ilusión de que lo conseguimos en el fin de semana o las vacaciones, pero no es verdad, porque tenemos la habilidad de llenarnos de actividades incluso en esos días.

Sin duda nadie esperaba que esas obligaciones se vieran reducidas de una forma drástica, por la presencia de un virus tan invisible como letal. Que llegáramos a estar tan de golpe, pendientes de las noticias, tristes por la situación difícil que están viviendo tantos, sin poder abrazar a los que queremos, y llenos de incertidumbres. Y además, una cosa es elegir no salir y disfrutar de quedarnos en casa, y otra muy distinta estar obligados a hacerlo. Las calles desiertas, recibir esa mirada de temor al cruzarnos con alguien en el supermercado, el nuevo paisaje urbano de personas con mascarillas que antes solo veíamos en las películas, nos impide olvidar que estamos en medio de esta pandemia de dudoso pronóstico.

Pero como no tenemos otra opción, tratemos de intentar algo distinto para llevarla lo mejor posible. Me vino a la cabeza una frase de Xavier de Maistre, y su “Viaje alrededor de mi cuarto”, escrito durante los días en que duró un arresto domiciliario por haber participado de un duelo: “Me han prohibido recorrer una ciudad, un punto; pero me han dejado todo el universo: la inmensidad y la eternidad están a mis órdenes”.

Estamos acostumbrados a ir de acá para allá, a que nuestra vida esté condicionada por horarios y obligaciones. Producir, ser rentable, moverse, ésos son los mandatos de esta sociedad moderna. Y en los días supuestamente libres, más horarios: deporte, amigos, compromisos de todo tipo, salidas. Nunca un día libre con el alivio de muchas horas por delante sin nada planeado. La ausencia total de ese tiempo en blanco para ejercer lo que Hesse llamaba “el arte del ocio”. Momentos para soñar despierto, leer, escribir, escuchar música. Quizá ordenar como forma de desprendernos de tanta cosa inútil que guardamos sin sentido. En resumen, bucear un poco más profundo, salir de la inmediatez.

Recomiendo menos conexión en las redes (yo escucho un rato de noticias de mañana, navego portales de Internet a la tardecita, y nada más) para no intoxicarnos con demasiada información. Retomemos esos libros que tenemos pendientes desde hace meses amontonados en la mesa de luz.

Y me pregunto: ¿por qué no fui capaz de hacerme un tiempo para leerlos? ¿Qué me lo impedía? ¿Por qué me siento tan aliviada de tener menos cosas que hacer? Me había olvidado de cómo puedo disfrutar de conectarme con lo que de verdad quiero hacer.

Al menos, tratemos de conseguirlo por unas horas, hasta que escuchemos una nueva cifra, aquella estadística, la última predicción pesimista sobre la crisis que se profundizará sin remedio.

Ya que no tenemos más remedio que estar más quietos y sedentarios, activemos nuestra mente. Y quizá estemos mejor preparados para el día en que podamos volver a circular y termine este paréntesis forzado.