Ellas, Poe | Joaquín DHoldán

Edgar Allan Poe
Edgar Allan Poe por Jaime Clara

El escritor norteamericano Ray Bradbury soñaba con viajar en el tiempo para ir al lado de Edgar Allan Poe y, antes de su muerte, mostrarle las miles de ediciones de sus libros, la cantidad de influencias y los millones de seguidores que tendría en el futuro (seguidores de verdad, no los de “Twiter”). Quería susurrarle lo mucho que lo amamos, decirle que su vida había valido la pena. Es un detalle conmovedor, suponer el alivio ante la muerte a cambio de la inmortalidad de la obra artística.

Algunos creen que el arte es hijo de lo que falta y no de lo que sobra. De ser escrito, el poemario: “Que felices somos, mi esposa y yo”, estaría condenado al fracaso. Podríamos tentarnos y creer que la genial obra de Poe funciona y se explica con esos resortes de tristeza y ausencia. Creo que no.

Pero sí, estoy seguro, que todos sus escritos valen la pena gracias a “ellas”. Las mujeres escritas por Poe (fantasmagóricas, frágiles y siempre a punto de esfumarse) son más que belleza y juventud, pasan por encima del deseo, atraviesan la capacidad de inspirar cual musas celestiales (o infernales según el caso). Ellas son la obra de Poe.

Decía Octavio Paz que algunos piensan que la poesía está en un sitio lejano y que las palabras apenas son un reflejo de ese lugar, y eso era un error: “La poesía son las palabras”, afirmaba.

Cuando escribió “Berenice”, o más aún “Eleonora”, su joven esposa Virginia estaba viva. Eran pobres y ciertamente pasaban necesidades, luego ella se enfermaría, y es posible que su belleza y fragilidad fueran una obvia referencia, pero no basta para entender a Lady Usher, Ligeia, Anabel Lee o Morella. Ellas vienen de más adentro, de más atrás, de antes.

Las malas lenguas de entonces (vaya, parecemos condenados a tener que soportar cretinos en las redes sociales aunque estas sean orales o de papel de periódico), vincularon a Poe con la poetisa Frances Osgood Sargeant (usaba el seudónimo de Violeta Lane), también casada pero fascinada por nuestro querido escritor (como no estarlo), tenían una gran conexión intelectual que tuvo que ser interrumpida por las habladurías. Esa pérdida está reflejada en mucha poesía, al igual que la posterior pérdida de su joven esposa, luego de años de estar enferma de tuberculosis.

A Poe se le vincula con muchas mujeres: Sarah Helen Whitman, una excéntrica poetisa, también muy reconocida, aficionada a lo gótico y la muerte, seis años mayor que él, interesada por el ocultismo y aficionada a oler éter. (Esta descripción podría ser la pareja ideal de nuestro amigo Edgar y al mismo tiempo la más alejada de sus personajes femeninos, una mujer mayor, fuerte y transgresora). “Si tuviera la juventud, la salud y la belleza, moriría para ti” le escribió Sarah.

Todo iba bien hasta que se les cruzó una tragedia (con forma de los peores demonios que el genial escritor jamás habría concebido), apareció entre ellos un poderoso ser que interrumpió su relación para siempre: la suegra. No es un chiste, la madre de Sarah amenazó con que la desheredaría si se casaba con ese hombre con fama de borracho y mujeriego.

Poe quedó desbastado. Quizás exageró un poco, estuvo “de novio” apenas seis meses y la vio en contadas ocasiones, en efecto tenía una tendencia a sufrir por los abandonos. Si nos ponemos de su lado y recordamos nuestros amores desgraciados podríamos suponerlos como motor de sus obras, pero no es así. (Quizás como motor de sus desdichas, pero no de sus cuentos).

Lo que reflejan sus escritos son su forma de ver el mundo, sus letras son su interpretación de la vida, la muerte y el abandono. Por eso hay autores que creen que quien de verdad refleja e inspira a sus textos es su madre: Elizabeth Arnold Poe.
Ella era actriz, en esa época ni siquiera interpretar a Shakespeare estaba bien visto, pero ella logró ser reconocida en el medio teatral de la época. Hermosa, encantadora, mágica y joven. El pequeño Edgar, antes que el matrimonio Allan lo adoptase, vio entre bambalinas, como noche tras noches, su madre sufría, reía, lloraba y -muchas veces- moría en escena. La veía desplomarse ante el silencio sepulcral para luego resucitar y entonces recibir el aplauso del público maravillado por el milagro.

David Poe, su padre, también era actor, pero mediocre y borracho, abandonó a su familia. Eliza Poe murió a la misma edad que lo haría Virginia, los Allan, una familia rica, adoptará al pequeño Edgar y lo separará de sus hermanos. Huérfano de la actriz, era rechazado por la alta sociedad, luchó por ser el mejor en todo y se convirtió en un tipo duro.

Pero a cada sitio que iba, buscaba recortes de prensa que hablaran de su madre, y quizás en las páginas de los clásicos retumbara la voz que ensayaba textos y a la vez lo arrullaban, y en su obra intentará que aquel recuerdo de su madre regresando, reanimándose, fuera por fin verdad.
Era muy pequeño, es cierto, tenía menos de tres años cuando vivió con su madre, es posible que nuestra memoria comience a funcionar después, quizás sean sólo suposiciones.
También lo son pensar, que si no hubiera sido por aquella suegra, Edgar Allan Poe hubiera vivido muchos años más, en compañía y feliz, y quizás entonces hubiera escrito más textos, aterradores y bellos.