Acorde a una promesa, al comienzo pensé nada más que en un pequeño escrito de varias páginas para expresar mi sentimiento y sensaciones que se produjeron después del encuentro sorpresivo con mis compañeros de la Escuela de los Hermanos pasados nada menos que, ¡once lustros! Luego, poco a poco las emociones fueron empujando hacia fuera las historias que se iban hilvanando en forma fluida y finalmente, apenas tuve en mis manos la primera edición del libro «Desde el otro lado del mar», procedí a enviar un ejemplar a ciertas personas que de algún modo fueron apareciendo como protagonistas de estas vivencias. Uno de ellos es Juan Tojo, el chófer del autobús de la Empresa Peillet de la localidad de Vedra. Me impresionó tanto su actitud que aún sin conocerlo personalmente, la misma mereció un capítulo casi al final, “Pedrafita do Cebreiro”. Pero más me sorprendió su respuesta epistolar casi inmediata, de la cual adelanto en estas lineas casi un párrafo. En un apéndice, al final, figura la carta completa en su idioma original.
“(…) Gracias por recordarnos paisajes de nuestra ciudad ya desaparecidos, algunos de los cuales nosotros mismos vivimos en el pasado. Gracias por hacernos caer en la cuenta de que cualquiera de nosotros, por diversos motivos, podemos tener que dejar un día nuestra tierra, por mucho que duela. Gracias por inducirnos a repensar como pueblo el trato dispensado a los inmigrantes llegados a nuestro país, sobre todo los que tienen raíces gallegas, ¡y no digamos ya a los gallegos retornados! ¡Qué injustos podemos llegar a ser a veces con nuestros comentarios!”
Pedrafita do Cebreiro
Juan Tojo, de mediana edad, era el chófer que conducía el autobús de la empresa Paillet, de la localidad de Vedra.
“¿De dónde era que venían estos excursionistas? ¡Ah, si!, ¡de América, claro! Ya se nota por el barullo que meten.”
Juan miraba por el espejo retrovisor a cada momento. “Parecen niños pequeños. Me van a distraer con tanta algarabía, ¿no sabrán que ya nadie canta A Rianxeira? ¡Ah! ¡Y ahora una se pone a recitar versos de Rosalía de Castro! Pero, ¿de dónde serán mismo?”
En vez de treinta y cinco pasajeros parecía como si transportara ochenta.
“¡Eh! ¿De dónde son ustedes?” “¡Somos del Patronato da Cultura Galega de Montevideo! ¡Y venimos para nuestra tierra, para Galicia! ¡Para Galiciaaaaa!”
“Uy… Esto recién comienza, me tendré que armar de paciencia. ¿Por qué hablarán todos a la misma vez? Una semana para llegar a Galicia, dos días más y ya no se acuerdan ni de A Rianxeira ni de nada, la furia de los primeros días, vienen a pasarlo bien y nada más. Pulpo, sardinas, tortilla, pimientos de Padrón… Eso es lo único que les puede interesar. A estos que se fueron para América… Mmm… Muy poco les creo yo. Me parece que todo es de boca para fuera.”
“¡Oigan! ¡Oigan! ¿No saben otras canciones?” “Para qué les habré dicho… Bueno, de todas formas cantarían igual, todo el tiempo. A veces hasta parece que hablaran en serio de sus sentimientos hacia Galicia. Pero, yo sigo sin creerles.”
Toledo, Cáceres, Trujillo, Mérida, Salamanca… La “Ruta de la Plata” del Camino de Santiago. Y, al llegar a Astorga…
“¡Oye Juan! ¿Sabes? De aquí son los maragatos y unos cuantos de ellos emigraron a Uruguay, hace mucho tiempo ya, y fundaron allí una ciudad, San José de Mayo, por eso a los que son de San José se les conoce como ‘los maragatos’.”
“Caramba, al menos parecen ser gente ilustrada. Pero, yo sigo pensando lo mismo. Mañana entraremos a Galicia por Pedrafita do Cebreiro y, seguro, seguro, que ni se van a enterar.”
Ya unos kilómetros antes de llegar al Cebreiro comenzó a reinar el silencio en el interior del autobús. “Y ahora, ¿por qué se callaron todos de golpe? ¡Bah! Vendrán durmiendo.”
De pronto, el chófer miró por el espejo retrovisor y se encontró con rostros completamente distintos. ¿Qué pasó? ¿Acaso Juan se equivocaba? No parecían los mismos barullentos de todo el viaje, la algarabía había cesado por completo, parecía que la expectativa dominaba la situación. Solo la voz de Robert, el guía que parecía un sacerdote y les iba explicando con voz muy pausada por donde iban transitando y a dónde estaban por llegar, eso era lo único que se podía oír. Todos los demás estaban en absoluto silencio, escuchando tan atentamente a su guía que parecía como si hubiesen entrado en un estado de trance.
“¡Estos no son los mismos pasajeros que yo traía hace una hora! ¿¡Qué está pasando aquí!? Si parece que están aletargados. Bueno, vamos a ver si así se despiertan.”
“¡Eh, oigan! ¡Oigan! Próxima parada… ¡Pedrafita do Cebreiro!”
“A ver qué pasa… A ver si es verdad que sentirán algo como vienen comentando todo el tiempo. ‘Cuando lleguemos a Galicia’… ‘Cuando lleguemos a Galicia’… y bla, bla, bla.”
En cuanto paró el autobús, con los rostros serios, concentrados en su pensamiento, todos los pasajeros fueron bajando lentamente. La algarabía estaba ausente, ya había cesado por completo hacía más de una hora. Juan no podía creer lo que estaba observando. Siempre lo palmeaban al bajar del autobús, o le hacían alguna broma. Ahora nada, como si él no existiera. Las miradas de todos los pasajeros estaban como perdidas en la nada.
Y de repente ocurrió lo que Juan menos podía esperar. Sara González, llorando, se arrodillaba y besaba la tierra. Charito Vilas hacía lo mismo, todos con lágrimas en los ojos, Chiquita González, Josefina Rego, Elvira Mato, Mary Fervenza… Algunos imitaban a Sara, otros se quedaban como estatuas mirando hacia el suelo. Y de repente comenzaron a aflorar diversas expresiones de júbilo mesurado.
“¿Será verdad, entonces? ¿Y será verdad también que el día 24 de julio por la noche en la Plaza del Obradoiro, mientras miran ‘los fuegos, la quema simbólica de la fachada de la Catedral’ se toman todos de la mano y lloran y ríen y yo qué sé cuántas cosas más, según cuentan y cuentan?”
Y fue así que Juan comenzó a sentir toda esa energía que pululaba en el ambiente y en forma súbita, ante su sorpresa, también él sintió la emoción de esos emigrantes que regresaban de visita a su querida tierra gallega. Algunos hacía cinco años que no la pisaban, otros diez. Otros, muchos más. Y otros, era la primera vez que regresaban después de muchos años de ausencia y de morriña.
Y otra vez ocurrió lo inesperado, pero ahora para los pasajeros del autobús. Antes de partir de allí hacia la meta, Santiago de Compostela y el interior de Galicia donde pasarían dos semanas más, Juan Tojo no pudo más con su sentimiento y de improviso pronunció un breve discurso que afloró natural y espontáneo…
“¡Oigan! Permitan que sea yo quien me dirija a ustedes esta vez… Y es para decirles que tengo que pedirles disculpas por mis pensamientos. Antes yo creía que lo de ustedes los emigrantes que volvían o retornaban a su tierra era pura frivolidad, pero ahora, después de lo que vi estos días que pasé en vuestra compañía, les diré que pienso completamente distinto. Sí, completamente distinto porque ahora, ¡comprendo vuestros sentimientos profundos!
Así que… ¡Permítanme unirme a ese sentir tan espiritual y tan hermoso! Desde ahora… ¡Yo quiero ser uno más de ustedes!”
Júbilo, alborozo, abrazos de todos y algunas lágrimas.
Ya en Compostela, al final de los servicios de traslado por diversos caminos de la Península, una despedida muy emotiva con lágrimas rodando por las mejillas de muchos. Mientras la Catedral esperaba por los emigrantes viajeros, Juan Tojo se dirigía con paso lento hacia su autobús. Seguramente al llegar a su casa, tendría mucho para contar a su familia. Por última vez miró hacia atrás, sus ojos brillaban con intensidad mientras se despedía nuevamente de sus extraños y entrañables amigos saludándolos con una mano en alto. La otra mano apretaba contra su pecho “Relato de un emigrante”… “Toma, el libro escrito por un emigrante compostelano radicado en Montevideo”. “¡Para para que nos recuerdes y nos comprendas un poco más, Juan!”
Apéndice
Se transcribe la carta recibida de Juan Luis Tojo Rozas en su idioma original
From: juan luis tojo rozas
Date: 2012/8/2
Subject: De Juan Tojo a Don Manuel Losa Rocha
A Don Manuel Losa Rocha
O día 25 de xullo deste ano 2012 recibín una chamada do Sr. Rober, membro do Patronato da Cultura Galega de Montevideo, instándome a xuntarnos, pois él xunto con outros membros do Patronato estaban a celebrar en Santiago de Compostela o día grande de Galicia e traían para entregarme un agasallo. Pódese vostede imaxinar a ledicia que esta chamada me ocasionou, pois espertoume gran cantidade de bos recordos.
Non tardei nen media hora en desplazarme, xunto coa miña muller Mari, ó hotel onde estaban hospedados e agardando por nós. ¡Cantas mostras de afecto ó reencontrarnos! Rober entregoume un libro titulado “Desde el otro lado del mar – Los regresos del emigrante”. Fíxome notar que nun capítulo do mesmo falábase de min, e o autor mo adicaba persoalmente sen coñecerme, como ben facía constar na adicatoria. ¡Canta emoción!, porque como dicía Balbino en “Memorias dun neno labrego” de Neira Vilas, “-Eu son como quen di un ninguén”, e por tanto, ¿quen ía escribir algo sobre min nun libro?
O escritor era Don Manuel Losa Rocha, un santiagués –outros chámannos compostelanos- residente en Montevideo, ó outro lado do mar, no Uruguai. Deste autor xa lera facía tempo a obra titulada “Relato dun emigrante – De Santiago de Compostela a Montevideo”, libro co cal me obsequiaran no ano 2008, nunha viaxe que fixera coas persoas do Patronato por media España e no que vivín experiencias inigualables, as cales cambiaron a miña idea previa sobre a emigración, particularmente sobre a galega. Ó comprobar a emoción desta xente ó chegaren e pisar solo galego, ¡é algo para vivilo! Sempre me faltaron palabras para describir o que naquel momento sentín; aínda hoxe cando o recordo me estremezo.
Chegado o momento de despedirnos dos nosos amigos, tras una animada corversa diante dunha cunca de café, desexámonos un próximo reencontro, en Santiago ou en Montevideo. No camiño de regreso para a nosa casa, tanto a miña muller coma min estabamos desexando chegar para poder ler o libro, cousa que fixemos xuntos e dunha sentada nunha primeira lectura.
Queremos darlle as grazas, Don Manuel, por incluirme no libro, e tamén polo seu interese persoal en que eu o recibise, pero principalmente polo contido do mesmo, pois segundo íamos lendo embargábannos emocións encontradas, pasando con facilidade dos ollos húmidos ó sorriso alegre e viceversa; noraboa por conseguir que disfrutaramos estes sentires. Grazas por recordarnos paisaxes da nosa cidade xa desaparecidos, algúns dos cales nós mesmos vivimos no pasado. Grazas por facernos caer na conta de que calquera de nós, por diversos motivos, podemos ter que deixar un día a nosa terra, por moito que doa. Grazas por inducirnos a repensar como pobo o trato dispensado ós inmigrantes chegados ó noso país, sobre todo ós que teñen raíces galegas, ¡e non digamos xa ós galegos retornados! ¡Que inxustos podemos chegar a ser ás veces cos nosos comentarios!
Quero estender este agradecemento ós membros do Patronato da Cultura Galega de Montevideo por se acordar de min, igual que eu os teño a eles no meu recordo. ¡Sempre resulta agradable sentirse querido! Por favor, esténdalles este recordo e o meu sincero agradecemento.
Grazas.
Juan Tojo, chofer da empresa Peillet da localidade de Vedra