Roma III | José Antonio Flores


Literatura aparte merecen el Foro o, en puridad, los Foros, a los que el viajero ya aludido en varias ocasiones. Es todo un galimatías que no es fácil entender. Habrá que situarse históricamente. Inicialmente estaba el Foro en estado puro, el de la primera época romana, la republicana. El Foro era lo que son ahora las plazas principales de los pueblos y ciudades. Lugar en el que confluye todo lo importante de la ciudad, desde los negocios hasta la religión.

Pero no se ha de confundir el Foro con los Foros Imperiales. Estos están más o menos juntos al otro, separados por el Coliseo (Anfiteatro de Flavio) tradicionalmente atravesados por la Vía Sacra, pero hay más restos de foros repartidos por la ciudad. Sí, un galimatías, ya advirtió el viajero. Los Foros Imperiales son éstos: El de César, el de Augusto —quizá el mayor—, el de Nerva —desde el punto de vista del viajero, quizá, el más bello— y el de Trajano — emperador nacido en la España romana, en Itálica concretamente y, quizá, el mejor conservado—. Al parecer estaban unidos al Foro republicano, pero los cerebros fascistas del periodo de Mussolini crearon una calle o carretera entre medias, la cual es muy apreciable en películas de los cincuenta a setenta, como es el caso de la magnífica Vacaciones en Roma (1953), dirigida por Willian Wyler y protagonizada por Audrey Hepburn y Gregory Peck. ¿Cómo contradecir a un dictador? Sin embargo, por suerte, en la actualidad toda esa extensión es peatonal pero vasta, por lo que hay que recorrerla andando —por tanto, aconseja el viajero, hay que ir en buena forma a Roma—, partiendo desde la magnífica y enorme Piazza de Venecia desde donde es posible llegar hasta el Palatino —si el visitante tiene buena forma física y no hace mucho calor— o, incluso, hasta las espectaculares Termas de Caracalla. O más lejos aún. Ya se sabe el dicho: todos los caminos conducen a Roma.

foro romano¿Y qué verá el viajero en el Foro o en los Foros? Muchos verán piedras; otros verán piedras con historia, si van bien empollados o han contratado una visita guiada —es su consejo—, y otros verán belleza arquitectónica. ¿Pero qué vio, en realidad, el viajero? Puede asegurar que piedras no, aunque las había por doquier; vio belleza y mucha, mucha historia. Alguna la había empollado (llevaba mucho tiempo leyendo historia romana, desde que se enganchó con el Derecho Romano en la facultad) y otra se la explicó muy bien la guía italiana que contrataron, una chica espabilada y muy informada, que les contó cosas que no suelen aparecen en los libros de historia. Así da gusto, pensó. Pero el viajero, que es fiel a su mismidad y soledad, no podía dejar pasar la oportunidad (porque no lo hace en ningún sitio que visita y le gusta), de contemplar todo aquello con más tranquilidad y algo de menos gente, los días posteriores.

Recrearse en esa historia, en todas esas piedras que tuvieron vida, todas esas vidas que ahora no son más que aire, huesos lo más. Contemplar todo ese genio romano, con sus muchas virtudes y sus muchos defectos, que nos fue legado y configuró lo que hoy somos, para bien o para mal. Todo eso se coció ahí, a pocos metros de sus narices, y por eso decía al principio de este relato que, a Roma, tarde o temprano, hay que ir. Ir como el que busca a su madre o a sus ancestros, como el que busca explicarse sus propias costumbres, leyes, hábitos y cultura.

Nuestra propia Cultura Occidental que no nos debe ser arrebatada, heredada directamente de la Gran Grecia de nuestros admirados sabios y filósofos, ya dijo al principio. Porque Roma, y antes que ella Grecia y Esparta, fomentaron lo que somos. Pusieron en su sitio a quienes intentaron arrebatarnos esa entidad e imponer su propia cultura, en su opinión mucho más ancestral y oscura. Fueron asesinos y sangrientos, sí, y eso es deplorable.

Sometieron a otras nacionalidades, cercaron a los arévacos de Numancia durante más de veinte años. Mataron, ajusticiaron…, para al final legarnos su literatura, su ingeniería, su cultura, su arquitectura, su arte, su literatura, sus leyes, sus obras civiles, incluso sus corruptelas, en fin, lo que en gran parte es o hoy Occidente, que poco sería sin ese gran legado. Siempre ocurre. Cuando una civilización se sabe superior a las otras, no la explica, sencillamente la impone. Así ha sido siempre y es posible que así siga siendo. Roma, como sabe todo el que la haya visitado, es un mosaico de contrastes, pero hay dos elementos que el viajero considera destacables: sus cientos de iglesias y basílicas (y algunas catedrales) y sus trattorias y restaurantes-pizzerías. Es lo que el viajero encontrará en cada calle, avenida o plaza, por recónditas que sean.

Quienes viven en un país católico están acostumbrados a ver iglesias, parroquias, basílicas, concatedrales y catedrales en sus pueblos y ciudades. Por ejemplo, no sería posible imaginar un rincón de España, por muy pequeño que sea, que no cuente con un edificio católico, aunque sea modesto, decrépito o abandonado. Y, aun así, a pesar de esa costumbre ancestral, el viajero no dejará de sorprenderse por la ingente cantidad de edificios religiosos existentes en la ciudad de Roma, que ningún lugar del mundo cristiano supera. Ha leído diversos datos sobre el número de iglesias de todo tipo en Roma —antiguas y de nueva construcción—, tanto en la ciudad como en su amplia área que llega hasta la costa mediterránea y éstas se cuentan por cientos (casi un millar, según algunos).

En la propia capital, en concreto en su centro histórico, casi cada calle o zona más o menos importantes cuenta con una iglesia o basílica, y en cada una de ellas el viajero podrá descubrir tesoros fastuosos. Se necesitaría una estancia expresa en Roma, un turismo dedicado, para descubrir cada una de estas iglesias y sus escondidos tesoros que guardan, tanto pinturas como esculturas o tumbas de personajes célebres e importantes de la historia de la ciudad.

Se sorprenderá el viajero, lógicamente, con la observación de la basílica de San Pedro —ésta en el Vaticano, claro está—, por su enormidad y riqueza, pero quizá lo hará mucho más en San Juan de Letrán o San Pietro In Vincoli, por poner tan solo dos, de los muchos ejemplos que se podrían exponer. Pero el éxtasis del viajero, si es dado a este tipo de monumentos religiosos, podrá llegar cuando descubre en cualquier calle perdida, sin que apenas se lo espere, una bella iglesia, ni grande ni pequeña, repleta de distintos estilos arquitectónicos, esculturas y pinturas de enorme nivel. Incluso, hasta el magno Panteón de Agripa es en sí una iglesia, circunstancia que ha permitido poder presenciar en la actualidad uno de los más grandes edificios civiles de la época romana (en puridad, observando este Panteón es cómo el viajero llegó a comprender la verdadera magnitud que tuvo la Gran Roma Imperial, y ese descubrimiento fue emocionante), perfectamente conservado, gracias a su consagración como iglesia hace unos cuantos siglos.

Especial trascendencia tuvo para el viajero la visita a la primera iglesia consagrada al culto cristiano, la Iglesia de Santa María del Trastevere, ubicada en el corazón de este barrio y que estaba a unas cuantas docenas de metros de su lugar de hospedaje, en el corazón de este popular y original barrio romano. Así como sorprendido quedó al descubrir en una iglesia no demasiado lujosa, justo al lado de la Universidad de La Sapienza, como es S. Pietro In Vincoli, el famoso Moisés de Miguel Ángel o las cadenas que la tradición cuenta amarraron al mismísimo apóstol Pedro, aunque desde siempre ha creído poco en este tipo de objetos y fetiches. Como igual de sorprendido quedará al comprender la importancia que tiene para los fieles católicos San Giovanni in Laterano (San Juan de Letrán), tal vez, una de las basílicas más mediáticas de Roma por haber sido la sede papal anterior a que lo fuera el Vaticano y donde cada Jueves Santo el Papa ofrece su homilía. Por tanto, son las iglesias de Roma el lugar común del católico, el lugar de peregrinación obligatoria para los creyentes de la figura de Jesús de Nazareth.

En dura pugna con las iglesias se encuentran las trattorias y pizzerías, entiende el viajero. La trattoria es un emblema de Roma. Lugares que pasan por ser restaurantes pequeños y familiares, heredados de generación en generación, si bien es a veces más un reclamo que una realidad. Aun así, existen las verdaderas trattorias. Dos en particular visitó y le parecieron muy interesantes de las muchas otras destacadas que el viajero no tuvo lugar de visitar: Carlo Menta in Trastevere y Baffeto en pleno centro histórico, entre Plaza Navona y El Panteón. En esta última trattoria sí es patente ese relevo generacional y ese hacer antiguo y artesano, un lugar vinculado a la Roma gastronómica por excelencia, a pesar de su austeridad y reducido tamaño. Un lugar en el que la pizza romana pura (pasta fina y crujiente) será servida en pocos minutos, si el comensal cuenta con la paciencia necesaria para hacer algo de cola (es la ventaja/desventaja de aparecer en todas las guías que se precien), acompañada de una buena cerveza Peroni de más de medio litro y una ensalada Caprese, la más característica de Roma, a base de tomate partido en gruesas rodajas, albahaca y mozzarella. heredados de generación en generación, si bien es a veces más un reclamo que una realidad. Aun así, existen las verdaderas trattorias. Dos en particular visitó y le parecieron muy interesantes de las muchas otras destacadas que el viajero no tuvo lugar de visitar: Carlo Menta in Trastevere y Baffeto en pleno centro histórico, entre Plaza Navona y El Panteón. En esta última trattoria sí es patente ese relevo generacional y ese hacer antiguo y artesano, un lugar vinculado a la Roma gastronómica por excelencia, a pesar de su austeridad y reducido tamaño. Un lugar en el que la pizza romana pura (pasta fina y crujiente) será servida en pocos minutos, si el comensal cuenta con la paciencia necesaria para hacer algo de cola (es la ventaja/desventaja de aparecer en todas las guías que se precien), acompañada de una buena cerveza Peroni de más de medio litro y una ensalada Caprese, la más característica de Roma, a base de tomate partido en gruesas rodajas, albahaca y mozzarella.

Pizza

Nota: El autor ha autorizado a Delicatessen.uy publicar sus textos, del libro “Relatos y artículos de viaje: impresiones de un viajero” disponible en Amazon.

La primera parte de este texto aquí 

La segunda parte aquí 

Esta es la tercera y última parte.