Si leíste “Cien años de Soledad”; “El Coronel no tiene quien le escriba”; “El General en su Laberinto”, ya sabes que voy a escribir sobre Gabriel García Márquez, conocido en su infancia por “Gabito” y más adelante por “Gabo”.
Desde que me recuerdo, he sido una lectora voraz. La obra de Gabriel García Márquez llegó a mi vida siendo adolescente. En aquel tiempo, recuerdo leer sin tener mayor consciencia de que leía a quien pocos años después llegaría a ser el Premio Nobel de Literatura.
Los años han pasado, y desde hace mucho, también soy una viajera incansable, alguien ha quien los aromas de las ciudades, las particularidades de las culturas, la gastronomía y sus historias dejan huellas en el alma.
Hoy estoy en la tierra de quién supo decir que, para él, “…el alma femenina estaba representada por su abuela Tranquilina…”, aquella mujer con la que convivio, en Aracataca durante sus primeros diez años de vida, y que, según sus propias palabras, “…vivía en un mundo sobrenatural y fantástico donde todo era posible, donde las cosas maravillosas eran simplemente cotidianas…” y Gabo se acostumbró a pensar así.
Un hombre que se enamoró muchas veces, pero para el que solo Mercedes supo amoldarse a su corazón, esa que, creyendo incansablemente en su calidad como escritor, le acompañó largamente, tal y como le acompañaron las flores de color amarillo con las que decía sentirse protegido… y las que metafóricamente están presentes en “las mariposas amarillas” que aparecen en aquel pueblo mágico que puede llegar a ser más real que París y que se dio en llamar: “Macondo”.
Gabo, el escritor que habitó en tantos espacios y en el que, por sobre todo dos pueblos, Colombia y México, de algún modo fueron su hogar, dijo en alguna oportunidad “…si volviera a nacer, haría todo exactamente igual salvo una cosa: no me iría de Colombia tanto tiempo…”.
El anecdotario sobre Gabo, llega hasta nosotros de la mano de relatos tan asombrosos como los contenidos en sus novelas, y seguramente se quedará anidando en la mente y el corazón de quienes admiramos su obra, hasta finalmente convertirse en leyenda.
Cuando Gabriel García Márquez termina de escribir “Cien Años de Soledad”, ya no quedaba casi nada en su casa que pudiera empeñarse… salvo una estufa, porque él nunca pudo escribir sintiendo frío, un secador de pelo y una licuadora.
A principios de agosto de 1966, el escritor puso el último punto a su más famosa novela, fue entonces que junto con Mercedes se dirigió al correo para enviar más de 500 páginas a la Editorial Sudamericana en Buenos Aires. Cuando el empleado del correo pesa el paquete, les dice que el costo es de 82 pesos.
Gabo mira a Mercedes, ¡ella era quien manejaba las finanzas de la familia!
Mercedes cuenta el dinero que tienen… y es entonces que se enfrentan a una cruda realidad, solo tenían 53 pesos.
El escritor toma el paquete, y divide el manojo de hojas en dos, extiende la parte que ha sacado y le pide al funcionario del correo que pese lo que van a enviar hasta un máximo de 53 pesos.
Y es así, que llegará a la editorial en Buenos Aires, la parte final de la novela.
Mercedes era quien se había hecho cargo de la familia y la administración de lo que tenían, para que Gabo, encerrado en una casa alquilada en México escribiera lo que fue el manuscrito de la novela, que según sus lectores le hizo famoso.
En un reportaje titulado “El día en que empezó todo”, un periodista argentino Tomás Eloy Martínez, narra, a poco de la publicación, de “Cien Años de Soledad”, que creyó ver el inicio de la fama de García Márquez, a lo que el propio escritor respondió, con un sentido del humor muy “costeño” y por momentos cargado de una fina ironía: “yo siempre fui famoso, lo que pasa es que era el único que lo sabía”.
Cuentan que García Márquez era un hombre que se definía a sí mismo, tal vez hasta antes de recibir el premio Noble, como “feliz e indocumentado”.
El escritor Plinio Apuleyo Mendoza quien fuera amigo de Gabo durante muchísimo tiempo, contó en un reportaje televisivo, que recibió el manuscrito de “Cien Años de Soledad” y al leerlo consideró que el autor había logrado dar un gran salto. En ese momento Plinio Apuleyo Mendoza vivía en Barranquilla y compartió con la hermana de Gabriel García Márquez, Ligia, el manuscrito, y ella al leerlo le responde, “¡hay, mira que es de chismoso ese Gabito!”.
La obra de Gabriel García Márquez es particular, embriagante y plena de magia e inspira a personajes exitosos en diferentes áreas de la cultura.
Cuenta Lisandro Duque Naranjo, director de cine nacido en el pueblo de Sevilla, Valle del Cauca Colombia, que por la década de 1960 junto a un pequeño grupo de personas interesadas en escribir consideraban que, para poder hacerlo, debían conocer el río Sena, Moscú o San Petersburgo. Llega a sus manos, la primera edición de “Cien Años de Soledad”, al leer la novela él dice “por primera vez sentimos, como si un rayo nos hubiera tumbado del caballo”.
Es entonces que Lisandro Duque Naranjo asombrado comprende que es posible escribir contando los relatos de las mamás, tíos y abuelas.
Estar durante más de una semana en Cartagena de Indias recorriendo sus calles, hablando con su gente, degustando su gastronomía, es lo que despertó en mí esta necesidad de escribir sobre “Gabo” y son varios los motivos que me impulsan: el primero es que, penosamente, escuche muy poco hablar del escritor, el segundo es que sus cenizas descansan en la Universidad Nacional de Cartagena y el tercero es que Cartagena es una ciudad plena de misterios, magia y embrujo. Y fue entonces que terminé de comprender, a mi modo, qué es el realismo mágico. Porque, el mismo allí se vive, durante las 24 horas del día.
Gabriel García Márquez era una persona supersticiosa, pero yo diría que exactamente a la inversa de lo que el común de las personas entiende por lo que un evento enmarcado en la superstición puede acarrear.
Para él, el número 13 era de suerte, tal y como lo era pasar bajo una escalera. Poseía una fuerte creencia en lo que podríamos llamar los elementos inmateriales del mundo, ese lado mágico heredado de su entorno, y que se expresaba con naturalidad en su propia familia.
Existe una anécdota que lo ilustra notablemente, su mamá doña Luisa en su casa de Cartagena contaba con total naturalidad que hablaba diariamente con una sobrina, la que, luciendo un bello vestido blanco, muy al estilo costeño, peinaba su largo cabello.
El detalle más interesante de esa historia es que la muchacha había muerto hacía más de 10 años.
García Márquez también fue por otra parte un escritor donde el rigor investigativo era parte de su diario vivir. En su novela “El General en su Laberinto”, existían detalles que consideraba fundamentales de investigar. Es así que estaba muy preocupado por conocer un dato nada menor: ¿el 13 de julio de 1812 hubo o no luna llena? Lisandro Duque Naranjo, cuenta que el escritor, llegó a comunicarse con el observatorio astronómico de Monte Palomar, ubicado en San Diego, California – Estados Unidos, para chequear esa información que consideraba relevante para un capítulo de “El General en su Laberinto”.
Ustedes se preguntarán ¿por qué este detalle era tan importante? Se cuenta que el Libertador General Simón Bolívar, tenía una particularidad, las noches de luna llena se exaltaba su lívido, lo que lo llevaba a buscar pasar la noche compartiendo la intimidad, con alguna mujer. Lo interesante de este rasgo de Gabo, es que finalmente se demostró que él tenía sus razones para ser tan riguroso en algunos aspectos de sus novelas.
Algunos historiadores venezolanos, lectores por ejemplo de “El General en su Laberinto” han llegado a analizar la veracidad o no de la existencia de árboles de mango a orillas del río Magdalena o de eucaliptus, mencionados en esa novela, porque de algún modo la misma, hace referencia, en algún pasaje a que Bolívar habría comido mango o se habría deleitado con el aroma de los eucaliptus.
Esa ferviente discusión histórica mostró que tanto los mangos provenientes de India, como los eucaliptus de Australia habrían llegado varios años después de la gesta bolivariana.
Lo que personalmente me pregunto es ¿por qué la gente invierte tanto tiempo y energía, en investigar y discutir la ficción?
Y la respuesta quizás está en una extensa reflexión de Mario Vargas Llosa, quien fuera amigo de Gabriel García Márquez, y a quien cito, muy sintéticamente, y que alguna vez dijo: “escribir una novela es una ceremonia parecida a un strip-tease… El novelista desnuda su intimidad exhibiendo sus nostalgias, sus culpas, sus obsesiones… de tal modo que ni el propio autor puede luego reconocer los elementos autobiográficos que laten en toda la ficción…”
“El memorioso que nos olvidó, pero que nosotros no lo olvidamos a él”, sufrió sobre el final de su vida la pérdida de la memoria de coto plazo. A cambio de ello nos dejó el realismo mágico, mil y una anécdotas, tal y como su libro de cabecera, por aquellos años de niño curioso en que vivió en Aracataca con sus abuelos, el Coronel Nicolás y su abuela Tranquilina, cuando leía “Las Mil y una Noches”.