Berceuse | Antonio Pippo

Josefina Lerena

¡Ah, sí, aquella fiesta a la que te invitó la joven Josefina Lerena! ¿Cómo no recordarla? Apareciste con el traje roto, cerrado con alfileres de gancho, ante el resto de las damas elegantemente vestidas y, sin embargo, apenas comenzaste a hablar, fuiste la reina de la fiesta.

Mujer del 900, sensible y contradictoria, mujer de una amistad masculina entrañable -¿el vecino de Buschental, en el Prado, nacido el mismo año que tú, 1875, Julio Herrera y Reissig?- y mujer de un solo amor platónico, nunca revelado, que truncó la muerte.

-“Era de noche, yo tocaba/ una berceuse de Chopin/ y aun sin mirarlo bien sentía/ fijos en mí los ojos de él./ ¡Cuánto, Dios mío, nos amamos/ cuando escuchábamos los dos/ aquella rítmica armonía/ que nos llegaba al corazón!”.

Qué triste que se hayan perdido las partituras de Chopin que tan bien tocabas al piano.
Porque esa música, María Eugenia –siempre he querido preguntártelo- acaso prefiguró tus poesías, muchas aún inéditas pese al vendaval de años transcurridos, que confesaban el intento de musicalizarlas en lieder, como hizo otra de tus admiraciones, Heine.

-Mi hermana, un alma superior, siempre quiso escribir versos. Y si le daba cierto trabajo publicarlos era, en parte, por su temperamento, al que resultaba más grato lo imaginado que lo realizado. Sin embargo, mucho de su obra se conoció en vida, antes de que una enfermedad se la llevara tan pronto, a los cuarenta y nueve años.

-¡Don Carlos! No pensé que usted, el filósofo, apareciese en este loco sueño mío…

-Es que la vida de María Eugenia fue en verdad un largo dolor que ella soportó con elegancia y alegría, y a veces picardía, contraviniendo muchas de las convenciones de aquellos años. Imaginó siempre un mar inmenso con la infinitud metafísica del tiempo y el espacio.

-“Más yo no sé por qué olvidada/ de su presencia aquella vez,/ todas las fuerzas de mi espíritu/ en la berceuse concentré./ La repetí dos o tres veces/ siempre pianísimo el compás./ Yo lo llevaba muy despacio,/ muy cadencioso, muy igual…”.

¿Sabes, María Eugenia? Siempre me cautivó tu arte, más allá de saber que fuiste la primera gran poetisa uruguaya, la que rompió rígidos moldes, la que antecedió a la enorme Juana y a Delmira, en sublimes años cuando el carnaval tenía su corso de carruajes y las muchachas iban con antifaces, en un mundo de recato, que tú, espíritu libre, rompías recitando entre amigas versos ardientes, balanceándote entre lo simbólico y lo romántico, con travesuras gramaticales que otros llamaron “rarezas” de un talento indescifrable.

-“Cuando después que hube concluido/ volví los ojos hacia él,/ hallé los suyos ya cerrados;/ nada me dijo, yo callé./ No sé qué extraño sentimiento/ hizo a mis labios sonreír/ al verlo tan serenamente/ adormecido junto a mí…”.

Imaginativa, rebelde, turbulenta, expansiva y alegre. Todo eso han dicho de ti. Y también que solías entrar sola a los cafés, contestar a carcajadas lo que no te gustaba pero era de buen tono y andar a solas, a altas horas de la noche, entre los árboles del Prado natal. Y han dicho –vaya elogio- que lo que tu hermano Carlos captaba en la lectura de libros, tú lo hacías, querida, en la lectura de las almas.

Quiero que sepas, al fin, que es una pena grande para mí que la mayor parte de tu obra se haya publicado póstumamente, sabiendo, como sé, que otras manos, tal vez sin maldad, rompieron, sobre todo con puntuaciones que quisiste siempre eludir, tus mejores versos.

Adiós, querida dama que surcó la fugacidad de la vida con el impulso y la dulzura de un jazmín de noviembre lanzado al viento.

-“¿Fue real su sueño? ¿Fue un elogio?/ Aun hoy lo ignoro, sólo sé/ que yo me dije sin despecho/ fui más artista que mujer”.

BERCEUSE (·) es un poema de María Eugenia Vaz Ferreira que figura entre los seleccionados por Raúl Montero Bustamante, en 1915, en su libro “El Parnaso Oriental”. A ella, esté donde esté, vaya esto en su homenaje.