En cuanto a hacer magia en la pintura el principal exponente es Leonardo. Cuando digo magia me refiero a un hecho mágico, a haber estudiado no sabe uno qué cosas que hace que el cuadro se mueva, pero no en el sentido que estás pensando, sino que el cuadro desaparece y de pronto ves otro cuadro, algo que, por motivos interesantes de analizar, nuestra psique sólo puede tolerar un segundo. Esto sucede al menos con la Gioconda, con el autorretrato de anciano y con Juan el Bautista.
Lo que digo no es una idea descabellada, aunque sí asombrosa y antes que ahora la sugiere Tarkovski en El sacrificio, y en el artículo sobre La Gioconda de la wikipedia alguien explica por qué se da ese “efecto óptico”. Puede que sea lo que esa persona dice y de seguro, más de uno debe haber escrito sobre ese efecto, lo único que puedo asegurar es que no sé qué hace el espectador para que la magia se conjure, es algo que viene solo y con la Gioconda sólo me pasó tres veces.
Sin ser Leonardo, la única vez que me pasó algo parecido fue con una de las pinturas de Altamira, así que “eso” ya lo habían descubierto los primitivos y no es extraño, pues aquellas gentes tenían las ventanas de los sentidos depuradas y escuchaban a las plantas y los animales y sabían ver la naturaleza.
Nada más triste, en cuanto a engaño histórico, que la idea que se hace nuestro presente de aquel pasado.
Sobre lograr pintar un fantasma, sobre ver que de verdad la esencia de una persona quedó estampada en un cuadro, Rembrandt y Vermeer. Sobre Vermeer poco puedo decir, es para mí un misterio, pero me gustaría que alguien hiciera un film donde el mundo se viera con los ojos de Vermeer, pues ese hombre miraba de una manera rarísima, no sé si era resultado de una vista extralimitada o qué, pero es algo anormal.
Ahora, en cuanto a pureza, nada puede igualar a Van Gogh. Uno ve La habitación del artista e imagina a Van Gogh ahí y así con todos sus cuadros. Siempre son sinceros, siempre es puro, hasta cuando pinta unas botas o una pipa. Si existen los santos, Van Gogh fue uno.
Si hablamos del dominio de la técnica, de resolver en un minuto todo, lo que implica saber ver la esencia y además tener una velocidad inaudita con el uso del pincel, Lautrec. Simplemente es un animal. Es vertiginoso y uno sólo puede concluir que pintaba las veinticuatro horas del día, si no, es imposible llegar a algo así. Da vértigo imaginarlo.
Una vez, no sé en qué museo, caminaba por la sección del arte medieval. Había un problema, un problema que precisamente no conocieron, afortunados, los medievales: en aquel museo estaba todo el arte universal, pero tenía un tiempo delimitado para recorrerlo, así que había un problema con el tiempo, lo que me llevaba a no estar de verdad frente a un cuadro. A pesar de ese problema que había arrastrado a ese museo, la sucesión de cuadros medievales me ganaron y me generaron una profunda calma, una muy grata serenidad que desapareció como por ensalmo al entrar a la sección del Renacimiento y el Barroco.
Me dije a mí mismo: ¿por qué abandoné aquella otra sala maravillosa? Ahora todo era sufrimiento, en algún punto se había perdido el equilibrio. No digo que los cuadros no fueran maravillosos, eran geniales, me refiero al espíritu que trasuntaban los cuadros, esa gran soledad, esa búsqueda angustiosa. Supe en ese instante que la crisis del hombre occidental se originó en ese pasaje, en el fin de aquel mundo y en el nacimiento de la modernidad.
Ahora sé que ese período, el nacimiento del arte moderno, la modernidad, fue el inicio de un ciclo histórico y sé que ese ciclo concluyó y que ahora, precisamente ahora, asistimos al nacimiento de un nuevo ciclo histórico. Las similitudes son asombrosas y para mencionar una sola, algo que reúne todos aquellos descubrimientos en todos los terrenos en una síntesis, tenemos a la imprenta y a los efectos de la imprenta en aquella época crucial. La obvia similitud con el presente es internet. Si la imprenta democratizó el libro, Internet democratizará la cultura. Las consecuencias de estos cambios no las podemos conocer pues todavía tenemos que vivirlas. Podemos imaginarlos, pero ya se sabe que no hay imaginación más frondosa que la realidad, aunque debiera decir “la imaginación que tiene la realidad”.
Si el nacimiento de aquel ciclo generó un cambio tan drástico en la pintura, se supone que en éste debería pasar lo mismo. Ahora, el problema es que no lo veo y eso puede ser por más de un motivo. El primero es que todavía no se haya dado, pues tampoco la cosa sucede matemáticamente cada quinientos años. Acaso comenzó el ciclo con más fuerza en lo económico y todavía no se vive un cambio en la sensibilidad. Acaso, el cambio no venga nunca. Puede ser que el hombre ya esté derrotado, que no pueda levantarse al nivel de crear la terapéutica apropiada para estos tiempos. No lo creo, pero es una posibilidad.
La tercera opción es que esos artistas existan y yo no los conozca. Obligado a apostar, diría que es eso. No los conozco, pero están. Seguramente, están sin que casi nadie esté enterado que están, pero están y tarde o temprano “aparecerán”.
¡Ojalá!
LOS FAROS
Rubens, río de olvido, jardín de la pereza,
Almohada de carne fresca donde no se puede amar,
Pero donde la vida afluye y se agita sin cesar,
Como el aire en el cielo y la mar en el mar;
Leonardo da Vinci, espejo profundo y sombrío,
Donde los ángeles encantadores, con dulce sonrisa
Toda llena de misterio, aparecen en la sombra
De los ventisqueros y los pinos que cierran su paisaje;
Rembrandt, triste hospital lleno de murmullos,
Y por un gran crucifijo decorado solamente,
Donde la plegaria llorosa se exhala de las inmundicias,
Y de un rayo invernal atravesado bruscamente;
Miguel Ángel, lugar impreciso donde se ven los Hércules
Mezclarse a los Cristos, y elevarse muy erguidos
Fantasmas pujantes que en los crepúsculos
Desgarran su sudario estirando sus dedos;
Cóleras de boxeador, impudicias de fauno,
Tú que supiste recoger la belleza de los granujas,
Gran corazón henchido de orgullo, hombre débil y amarillo,
Puget, melancólico emperador de los forzados;
Watteau, este carnaval en el que no pocos corazones ilustres,
Como mariposas, flotan relucientes,
Decoraciones frescas y leves iluminadas por lámparas
Que vierten la locura en este baile vertiginoso;
Goya, pesadilla llena de cosas desconocidas,
Fetos que se hacen cocer en medio de los sabats,
Viejas ante el espejo y niñas todas desnudas,
Para tentar los demonios ajustando bien sus medias;
Delacroix, lago de sangre obsedido por malvados ángeles,
Sombreado por un bosque de pinos siempre verde,
Donde, bajo un cielo triste, fanfarrias extrañas
Pasan, cual un suspiro ahogado de Weber;
¡Estas maldiciones, estas blasfemias, estos lamentos,
Estos éxtasis, estos gritos, estos llantos, estos Te Deum,
Son un eco repetido por mil laberintos;
Es para los corazones mortales un divino opio!
Es un grito repetido por mil centinelas,
¡Una orden transmitida por mil portavoces.
Es un faro encendido sobre mil ciudadelas,
Un clamor de cazadores perdidos en los inmensos bosques!
¡Porque verdaderamente, Señor, el mejor testimonio
Que podencos dar de nuestra dignidad
Es este ardiente sollozo que rueda de edad en edad
Y viene a morir al borde de vuestra eternidad!
Charles Baudelaire