El carácter de las acciones humanas se sustenta en los matices, que son señales que dichas acciones nos envían para que podamos interpretarlas a cabalidad. Siempre habrá un matiz que permitirá diferenciar una risa de una risotada, una broma de una burla o una crítica de un insulto. Existen muchas maneras de hacer lo mismo, lo que básicamente es lo mismo, lo que se nombra siempre con la misma palabra, para que suene diferente cada vez que ocurre.
Hay, por ejemplo, muchas formas de mirar. Para empezar, no hay que olvidar la consabida diferencia entre mirar y ver. Ver es simplemente percibir con los ojos, sin que corresponda atribuir carácter volitivo al caso. Si tengo los ojos abiertos y soy vidente, aunque no quiera, veo: es un acto simple. La acción de mirar ya es otra cosa, porque entonces sí que se trata de posar intencionalmente la vista sobre algo o alguien: es un acto complejo. Cuando miramos, estamos articulando la elección que hacemos de una parte de la realidad con el acto físico de aplicar la mirada sobre la misma. Se puede decir con acierto “te estoy viendo porque te estoy mirando”, pero no “te estoy mirando porque te estoy viendo”. Uno ve sin querer, así como puede sentir frío o calor sin intención de experimentar ni una ni otra sensación. En cambio, cada vez que miramos lo hacemos porque queremos mirar. Detrás de la mirada hay un cerebro que ordena. Y puede decirse que para cada mirada hay una orden determinada por razones y objetivos específicos. He ahí la madre de los matices. La lengua registra y expresa algunos de esos matices. No todos. Reconoce, sí, por ejemplo, que no es lo mismo mirar que relojear. Al respecto, dice la Real Academia Española que relojear es mirar con el rabillo del ojo tratando de no ser advertido. O sea que el disimulo es el matiz que hace la diferencia. ¿Pero de dónde surge este verbo? ¿Qué tiene que ver el reloj con la forma de mirar? Parecería que el origen de la palabra está en la hípica y alude al control del tiempo de las carreras que se practica observando un cronómetro. El gran Enrique Cadícamo decía en una chispeante letra de tango: “che, bacán de rango mishio, te diré que algo me alegra, relojearte entre la mersa que la va de Tabarís”. Más cerca en el tiempo, podemos recordar el Blues del levante, de Charly García: “decile que tenés auto/ para invitarla a pasear/ y contale de tu status/ y la estancia de papá/ y si no te da la hora/ relojeala por atrás”.
Recordando a Gustavo Adolfo Becquer: “Hoy la tierra y los cielos me sonríen;/ hoy llega al fondo de mi alma el sol;/ hoy la he visto…, la he visto y me ha mirado…/ ¡Hoy creo en Dios!”. Es fácil imaginar que el poeta, por discreción, no miró de manera frontal al objeto (sujeto) de su amor, pero de forma sorprendente ella sí lo miró, sí tuvo voluntad de mirarlo. “Por una mirada, un mundo”, escribió también el sevillano.
Y ahora, volviendo a casa, es decir, retornando al habla corriente del aquí y ahora, ¿es lo mismo, acaso, mirar que vichar? No es lo mismo: el verbo “vichar” tiene cierta carga de atisbo que lo aproxima a su pariente “relojear”. En otros casos, expresa una certificación de rigor en la forma de mirar, es decir, se inclina por la sinonimia de “observar”, que es mirar con detenimiento. En uno de sus famosos poemas gauchescos, el que lleva por título Vichando, Serafín J. García dice: “de a ratos, dibrusao en la tranquera,/ yo me pongo a vichar a los que pasan;/ a los que cren’tuavía en las promesas/ y se dejan cinchar por las distancias”, y termina con la siguiente conclusión: “cuando vicho pal camino,/ me da lástima ver esos cristianos/ que pasan con tropiyas d’esperansas/ y han de volver arriando desengaños”. Mirada reflexiva y comprometida.
Mirar bien o mirar mal, mirar sin ver, mirar con lupa, mirar por encima del hombro: variantes todas de la mirada. Bien mirado, tenemos que ver que no es lo mismo mirar un cuadro que mirar un precio en el supermercado; que no miramos de la misma manera a un niño que a un adulto, a nuestro médico que a nuestro panadero, etcétera. ¡Miren que hay matices en cada mirada! Y también hay que tener en cuenta que no se mira solo con los ojos. Solemos mirar con todo el rostro y a veces miramos con todo el cuerpo. Sin miramientos. Y finalmente: hay miradas de superficie y miradas de fondo. En el poema Hombre preso que mira a su hijo, Mario Benedetti elaboró un largo parlamento o confesión o monólogo o diálogo sin réplica, en cuyo transcurso un preso político mira a su hijo niño y le dice, entre otras cosas, éstas tan simples y esenciales: “Uno no siempre hace lo que quiere/ uno no siempre puede/ por eso estoy aquí/ mirándote y echándote de menos”.