Cuando se relacionan los términos Cortázar y música uno normalmente tiende a pensar en el jazz, en figuras como Duke Ellington, Charlie Parker o Earl Hines, tal y como se muestra en Rayuela o en «El perseguidor» de Las armas secretas. Pero Cortázar no era simplemente el típico sudamericano afincado en París, cuna de la cultura europea, y desarraigado de su propio país, que se decidió definitivamente por la civilización en la contienda clásica de Hispanoamérica entre civilización y barbarie. Cortázar, como otros muchos sudamericanos, como Miguel Ángel Asturias, Alfonso Reyes, o sobre todo Alejo Carpentier -en donde el conflicto se desarrolla con más fuerza-, es un sudamericano que se debate entre el amor por su patria y la cultura cosmopolita europea. Este conflicto se desarrolla en Rayuela, y no hay que olvidar que para Cortázar Argentina era el lado de acá y París era el lado de allá.
Tal vez sea porque en Cortázar las referencias a su cultura patrimonial son más escasas que las que encontramos, por ejemplo, en Borges, que siempre tuvo muy en cuenta a Buenos Aires y a la cultura del gaucho. No se puede decir desde luego que Cortázar olvidara por completo su patria, y buena muestra de ello es su relato «Torito». Y por supuesto, tampoco olvidaba Cortázar los tangos. En 1953, estando en París, unos amigos dejaron a Cortázar un victrola y unos discos de Carlos Gardel. A partir de esa experiencia Cortázar evoca a Gardel en un precioso texto lleno de añoranza y ternura. Para Cortázar sólo existe una forma de escuchar a Gardel, no en directo, sino a través de un viejo victrola, en discos gastados acariciados por la púa, en noches de verano, y cebando mate.
Los primeros tangos que escuché me cautivaron por completo. Fueron «La cruz del sur» y «Veredas de Buenos Aires». Ahora sé que estos dos tangos me acompañarán toda la vida. Claro que antes, como todo el mundo, había tenido mis coqueteos con Gardel, con el Gardel de «Mi Buenos Aires querido», como todo el mundo. Poco después supe que aquellos dos tangos que tanto me habían fascinado estaban escritos por Julio Cortázar, y desde luego, mi sorpresa no fue pequeña. Descubrí que Cortázar tiene un disco de tangos, editado en el año 80 y reeditado en el 95 llamado Trottoirs de Buenos Aires. Quise conseguir ese disco, pero de momento parece una labor imposible, ya que lo bello siempre suele ser extraño. De momento sólo pude conseguir estos dos tangos. Investigando más sobre los tangos en general, me he dado cuenta de que lo importante para que un tango sea realmente bueno es que tenga una letra magnífica, como en estos dos casos -los tangos sin letra no llegan a agradarme del todo-.
Por cierto, Cortázar seguía diciendo de Gardel en 1953 lo siguiente: Los jóvenes prefieren al Gardel de «El día que me quieras», la hermosa voz sostenida por una orquesta que lo incita a engolarse y volverse lírico. Los que crecimos en la amistad de los primeros discos sabemos cuánto se perdió de «Flor de fango» a «Mi Buenos Aires querido», de «Mi noche triste» a «Sus ojos se cerraron». Me he propuesto una vez más seguir los consejos de Cortázar, que ha sido mi guía principal en el mundo del jazz -que tanto he empezado a amar-, y explorar a ese Gardel menos conocido, al de la primera época.
He aquí los dos maravillosos tangos de Cortázar:
LA CRUZ DEL SUR
Letra de Julio Cortázar
Música de Edgardo Cantón
Vos ves la Cruz del Sur
y respirás el verano con su olor a duraznos
y caminás de noche mi pequeño fantasma silencioso
por ese Buenos Aires, por ese siempre mismo Buenos Aires.
Extraño la Cruz del Sur
cuando la sed me hace alzar la cabeza
para beber tu vino negro, medianoche.
donde el perfumo de la yerba
tiemble en la piel del aire.Extraño tu voz,
tu caminar conmigo por la ciudad.
Comprender que eso está siempre allá
como un bolsillo donde a cada rato
la mano busca una moneda, el peine, llaves,
la mano infatigable de una oscura memoria
que recuenta sus muertos.La Cruz del Sur, el mate amargo
y las voces de amigos
usándose con otros.
lleno de perros y desgracia
la agazapada convicción de que volver es vano.Comprender que un mar es más que un mar,
que la muerte se viste de distancia
para llegar de a poco, lenta, interminable,
como una melodía que se resuelve al fin
en humo de silencio.Extraño ese callejón
que se perdía en el campo y el cielo
con sauces y caballos y algo como un sueño.Y me duelen los nombres de que cada cosa
que hoy me falta,
como me duele estar tan lejos
de tu caricias y de tus labios.Extraño tu voz
tu caminar
conmigo por la ciudad.
VEREDAS DE BUENOS AIRES
Letra de Julio Cortázar
Música de Edgardo Cantón
De pibes la llamamos «la vedera»
y a ella le gustó que la quisiéramos.
En su torno sufrido dibujamos
tantas rayuelas.
Después, ya mis compadres, taconeando
dimos vuelta manzana con la barra
silbando fuerte para que la rubia
del almacén saliera con sus lindas trenzas
a la ventana.
A mí me tocó un día irme muy lejos
pero no me olvidé de las vederas
pero no me olvidé de las vederas.
como la fiel caricia de mi tierra.¿Cuánto andaré por ahí hasta que pueda
volver a verlas?