Mi voz | Antonio Pippo

Vicente Aleixandre

¡Hombre, han dicho de ti que escribes palabras como sonidos! Qué belleza.

Y que nos propones una suerte de movimiento que tantea hacia la relación del verso con el mundo.
No sé si antes de volar quién sabe a qué parte, antes de que tu cuerpo flaco y viejo al fin nos abandonase, Vicente, lo has sabido. Quiero decir: si has comprendido qué intensidad de emociones despertaste en los otros, esos capaces de decir que tu poesía, enriquecida de imágenes audaces, era sensual, erótica, envolvente en un vínculo estrecho entre amor y muerte.

Si por uno de esos milagros en los que no creo –pero querría- me escuchas, no te confesaré mi admiración porque tus poemas merecen más. No. Te confesaré que siempre he creído, desde que aprendí a leerte, que es como haberme metido entre tus huesos y tus venas, que el secreto nace en la costa mediterránea, allá en Málaga, en aquella casa de Velintonia donde viviste tantos años; con ese aire alrededor, seco a veces, húmedo otras, que tú sentías cual suave caricia mientras el ensueño te dominaba y te embriagaba frente a un horizonte de agua verdosa y nubes agrisadas; ése, tu hábitat no canjeable y protector, el útero originario, la razón sin razón de tu genial artesanía de palabras, el hálito inspirador de tu delicadísima sensualidad.

-“He nacido una noche de verano/ entre dos pausas. Háblame: te escucho./ He nacido. Si vieras qué agonía/ representa la luna sin esfuerzo…”.

¿Quieres mantenerte ahora en silencio, después de tanto tiempo? No importa; de todos modos te responderé, porque dejaste escritas intimidades al pasar que otros editaron y difundieron: -Soy uno de los poetas en que más influye la vida. Mis libros no hubieran existido sin mi lugar, mi sitio de infancia y juventud.

Tal vez tampoco hubieran existido sin aquel pronto desgarramiento, la muerte de tu abuelo –“Sólo con él, tan grande y tan seguro para mí allí, sólo con él en el mar”-, devastadora, sí, pero que te ayudó a crecer, a buscar, porque tú eras ese dolor, pero un dolor que movía tu mano al escribir cada día con más valentía, más audacia, más creatividad. También dijiste, y no sabes cuántos papeles he revuelto para hallar aquella frase: -Hacer es vivir más. La poesía me fue revelada, aunque siempre siento que estoy en penumbras.

¿Penumbras, Vicente? Claro, una metáfora. Otra más, de tantas… ¿De qué diferente forma rozar apenas, sufrido pero elegante, la historia tan triste de tus enfermedades recurrentes a lo largo de la vida, más la muerte de tu madre que te hizo susurrar, entre lágrimas, “yo soy el dolor”?

-“He nacido. Tu nombre era la dicha;/ bajo un fulgor una esperanza, un ave./ Llegar, llegar. El mar era un latido/, el hueco de una mano, una medalla tibia…”.

Al paso de los años, sentenciaron que tu verbo, revestido de sacralidad, era capaz de reconciliar al hombre con el mundo. Y volviendo a tus páginas, cualesquiera, no importa, se sabe cierto aquello de que renunciaste a ti mismo, sin ambages, explícitamente, para lograr transformarte en una simple expresión de vida. ¿Simple?

-“Entonces son posibles ya las luces, las caricias, la piel,/ el horizonte,/ ese decir palabras sin sentido/ que ruedan como oídos, caracoles…”.

La poesía fue la gran razón de tu vida. ¡Se lo confesaste a Guillén, tu amigo! Y le ofreciste tu secreto: “Ella es mi pasión, mi actitud ante la vida, porque ella no es mi respuesta sino mi pregunta”.

Vicente, mi querido Vicente lleno de padecimientos y, sin embargo, tan romántico, tan sensual:

-“…como un lóbulo abierto que amanece,/ (escucha, escucha) entre la luz pisada”.

  • MI VOZ es el título del primer poema del libro “Espadas como labios”, del escritor español Vicente Aleixandre, segundo de toda su obra lírica, considerada un monumental aporte a la literatura de nuestro idioma. Aleixandre, que murió en 1984, recibió el Premio Nobel de Literatura en 1977. En su homenaje, esté donde esté.

    * Caricatura Jaime Clara