El humanista Freddie Mercury | Marcelo Marchese

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Como creo que la gente no muere quería escribir un texto de infinito agradecimiento a Freddie Mercury, pues de esa manera le retribuiría la euforia que le debo, así como le debo su humanidad, ese poder milagroso que fue el viento que impulsó el navío del gran artista.

Ya que no me animaba a empezar, pues empezar siempre es lo más difícil en cualquier obra de arte, compré un libro biográfico dotado de consideraciones musicales intrascendentes, con muy pocos datos pero suficientes para confirmar sospechas.

El pequeño Farrokh fue separado a los siete años de su familia y de su tierra en Zanzibar, y enviado a la India a un colegio que le permitiera desarrollar su eminente talento. Los padres hicieron un sacrificio en todos los sentidos al separarse del niño, y alguien dirá, posiblemente con razón, que sin ese viaje, sin esa vida en tierras exóticas y sin esa otra cultura incorporada, no tendríamos a ese fenómeno cosmopolita llamado Freddie Mercury.

Pero el problema es otro, y una manera sabia de abordarlo es la visión de la heroína de Los subterráneos de Kerouac, que decía que hubiera preferido que Baudelaire no hubiera sufrido lo que sufrió, aún al precio de que no existiera una sóla línea suya. Ella perdería con gusto al escritor que la hacía más feliz, por la piedad que sentía ante un hombre tan desgraciado y solitario, la soledad del hombre que se sabe el último representante de una raza extinta.

Se nos ha dicho que los humanistas del Renacimiento fueron hombres que desplegaron su talento en historia, matemáticas, anatomía, botánica, que tenían trato con la piedra, el oleo y la cítara, hombres que eran tan diestros en el uso de la pluma como de la espada, pero esta mirada, esta definición de los humanistas, no es otra cosa que el resultado de un estado mental que define las cosas por sus aspectos exteriores.

Lo que diré a continuación acerca de los humanistas será bien recibido por aquellos de alma sensible, y digo sensibilidad y no inteligencia, pues la sensibilidad es algo más elevado y profundo que la inteligencia y en rigor, la inteligencia sólo es uno de los atributos de la sensibilidad.

Un hombre es todo lo que se anime a ser, un hombre es todo lo que se anime a hacer a pesar de la losa ideológica de su tiempo. Los proverbios, esos restos de filosofías antiguas, han sobrevivido por su riqueza, por la variedad de usos e interpretaciones a que se prestan, como el proverbio que dice “zapatero a tus zapatos”. Un humanista es alguien que enfrenta una faceta perversa de ese proverbio, pues ha sentido en el alma la voz de una mensaje que dice: “Nada de lo humano me es ajeno”.

Todo lo que puede hacer el humanista es resultado de todo lo que se “anime” a ser, y cuando decimos “anime”, pensamos en esa palabra que viene de ánima, de incorporar un espíritu que nos llena, animarse significa que en un instante crucial, uno ya no es uno, uno es otro que se ha unido a una potencia universal para vivir la vida verdadera.

El humanista pone en tela de juicio todos los muros y todas las fronteras que le quieren imponer. Se anima a romper el límite de su supuesta identidad y se anima a ser instrumento de una fuerza universal, pues nada de lo humano me es ajeno, y como decía nuestro Freddie: “Se puede ser todo lo que uno quiera, basta con transformarse en todo lo que pensamos poder ser”.

Entonces llegamos al corazón del humanista que se deja poseer por una potencia superior que lo trasciende y lo usa de instrumento sensible ¿Qué lo lleva a animarse, a desafiar la dictadura que se erige sobre los esclavos y a enfrentar los poderes establecidos para la ruina del hombre? Se hablará de inteligencia y habilidades, pero lo que realmente define al hombre de genio, lo que ha impulsado a cada uno de los pensadores que se ha convertido en un faro de la humanidad, es su infinito amor a los hombres, pues el humanista trasciende esa frontera cuando en sí mismo reconoce a la humanidad, cuando se convierte en brazo y voz y corazón de una humanidad sensible.

Mercury fue uno de los grandes humanistas del siglo, el hombre que sobrevivió a esa amarga experiencia de ser expulsado de su familia para ser educado en un lejano internado. El humanista es aquel que en la batalla de la vida ha sufrido heridas profundas que no han logrado vencerlo, sino que lo han debilitado y al mismo tiempo, fortalecido. La herida podrá cicatrizar y eso significa que siempre quedará el testimonio del sufrimiento o si se quiere, la herida vivirá un constante cicatrizar, cada vez que el artista necesite lamerla. La herida, entonces, lo distrae y al mismo tiempo, le enseña otra faceta de la verdad, pues la vida se ensaña en algunos y no ha dado el sufrimiento, sin permitir tender los brazos a una nueva relación, pues el artista es el supremo alquimista que hace oro de todo el barro que lo rodea.

Pensamos en Leonardo, ese que nunca acudió al médico y doblaba una herradura con sus manos, y olvidamos que al nacer fue separado de su madre ¿Qué cosas habrá pensado el pobre Da Vinci, cómo habrá interpretado ese abandono, para restañar la herida con su obra maravillosa? Cada pintura del maestro es resultado de un lento tejer; cada obra inmortal es resultado de la voluntad del hombre que no permite dejarse derrotar por una fuerza sorda y ciega, sino que toma el pincel para enhebrar en la negra trama de la vida, los hilos preciosos de su poesía, como si dijera, soy un pintor condenado a pintar sobre las tinieblas, que ha creado toda esta maravilla que nos rodea.

Así tenemos la razón de ser y el poder que ha alcanzado el artista excepcional, el humanista impulsado por su amor a la humanidad, que no es otra cosa que una fe infinita en la humanidad, una fe que nunca pierde el paso y danza con su otro yo, el amor a los hombres. Vea el desconocido y querido lector la fe en el público que tenía el querido Freddie, y vea todas las veces que aparece la palabra “love” en esas canciones que ahora son patrimonio de todos nosotros.

Hemos hablado de un desconocido y querido lector y debemos pensar en el músico que escribía para tantos queridos desconocidos, el artista que sabía que para ser, debía derribar los muros de su ser y no temer ser otro para ser él mismo, debía abrazar la infinita sabiduría del metal que sabe hacerse liquido.

Pero ahora, querido lector, debo volver a que necesitaba devolverle a Freddie Mercury algo de todo lo que nos ha regalado, porque sé que la gente no muere, se eleva a otro plano desde el cual, tanto los buenos como los malvados, ocupan una posición y despliegan una energía que opera en la infinita energía de la vida, y te decía que por cobardía, en vez de escribir había escapado otra vez a leer un libro, donde encontré un testimonio que muestra una faceta reptil del ser humano, y si alguien se pregunta si en un texto que pretende ser hermoso, puede engarzarse una piedra maligna, la respuesta es sí, pues el mal sólo existe para ser integrado y superado por el bien, como explicara el sabio analfabeto Huei-neng: “cuando la visión verdadera elimina los elementos venenosos, los elementos venenosos se convierten en la visión verdadera”.

Freddie admiraba a una cantante de ópera llamada Monserrat Caballé y en cierta ocasión, hablando en la televisión española, expresó su amor a la diva y como uno nunca sabe qué puertas cierra, ni qué puertas abre con cada uno de sus pasos, el resultado sorprendente fue una llamada de la mujer sensible para que hicieran juntos una obra que sólo pudiera hacerse con las virtudes del mercurio. El hecho trascendió y los rockeros, conservadores al fin como toda cofradía, sintieron el resquemor del hombre que teme perder una identidad prendida con alfileres. En el mundo de la música “culta”, ese temor se expresó en una llamada telefónica de Luciano Pavarotti “Hola ¿Monserrat? Soy Luciano. Me han llegado voces de que estás dispuesta a aceptar la propuesta del cantante de Queen sobre un álbum que reúna el rock y la música lírica ¿Te has vuelto loca? La nuestra es una música de serie A, no puedes mezclarla con la música pop, sería despectivo e irrespetuoso. Eres una de las sopranos más célebres del mundo, puedes quedar en ridículo ante todos. Hazme caso”.

No es necesario decir aquello que el lector adivina. Quede esto como anuncio de que todo lo noble y grandioso que un día se “anime” a hacer como resultado de una inspiración elevada, tendrá de enemigo a un ejército de imbéciles.

Ahora, ya que hemos hablado de cómo palabras perversas pueden hacer de leña a un hermoso fuego, agreguemos que no existe belleza sin una anomalía en la proporción y que la naturaleza que se mueve acorde a un plan establecido, dotó al pequeño Farrokh de una mandíbula exuberante. A la hora de regalar dones, las hadas operan de manera misteriosa y cuando el niño descubrió que algo desproporcionado había en su quijada, no le gustó nada y la madre, al recibir el regalo de las hadas, debe haberlas increpado. Las hadas, presumimos, le dieron sus razones: la monstruosidad, acaso, sea belleza y en la historia y en la naturaleza, la anomalía es un agente inquieto que oficia de laboratorio de la vida. El arte no es otra cosa que transformar el error en acierto y es de sabio agradecer las dificultades. Flores nacen del mal, ya lo sabemos y como el poeta diría, se trata de hacer estallar las flores en los tachos de basura.

Mercury y sus amigos hicieron estallar las flores de nuestra mente con canciones como It’s a Hard life, Love of my life y esa otra en que la palabra “Mama” es pronunciada de manera profunda y sobrecogedora. También nos dejaron Innuendo, uno de los más bellos cantos que el hombre ha elaborado a lo largo de los siglos en defensa de la libertad: “A pesar de los gobiernos de locura ciega y pura codicia, a pesar de la superstición y las falsas religiones, a través del dolor, a través de nuestro esplendor, lo seguiremos intentando hasta el fin de los tiempos. Sólo conviértete en lo que pienses que puedas ser».

Nos queda por ver un hecho crucial de la vida de Mercury, pues cada uno de nosotros morirá cuando necesite morir, cuando quiera morir ¿Qué es una peste o una enfermedad? ¿A qué fuerzas responde? Algo en nuestra vida moderna lleva a la proliferación del cáncer, una enfermedad que si llegó a existir en la antigüedad, apenas si afectó a algunos hombres aislados. La enfermedad es un anuncio de que una energía no se está canalizando por las vías naturales, la enfermedad es un anuncio de la alienación del ser humano. No es momento de determinar si el sida nació naturalmente como resultado de una crisis, o si fue creado en laboratorios por los mismos sádicos codiciosos que promueven las guerras y la miseria humana. Cualquiera de esas vías comparten la misma causa y se convierten en un hecho «natural». Lo que importa aquí es que a partir de la peste, una goma debe interponerse entre el goce de los cuerpos. En la obra de teatro del amor, en ese gran triunfo sobre la muerte, irrumpe en escena el miedo a la muerte.

Nuestra civilización rinde culto a ilimitados héroes de la guerra y el pensamiento, pero apenas si encuentra unos pocos héroes del amor y esa será la condena del hombre del futuro sobre nuestro tiempo, sobre esta Edad Oscura donde un gran amante cuya única búsqueda fue abrazarse a todos, muere por la enfermedad creada contra el amor.

La noche se ha llevado su negro manto que arrastra por el mundo, y los espíritus que cambian de morada, reciben una guiñada de Freddie desde el cielo. La vida reunió una suma de condiciones para que uno de nosotros hiciera canciones maravillosas que atribuimos a un hombre, cuando en realidad canta la humanidad para enseñarnos que todo tiene su porqué, incluyendo nuestro miedo al diferente, nuestro odio inveterado a la hormiga blanca, nuestro deseo de aplastar al maldito.

Alma bella entre las almas bellas, quedará como regalo para la humanidad, el misterio de la fuente de tu amor inconmensurable.

 

  • Marcelo Marchese es docente, escritor, librero y editor. Aliado confeso de Delicatessen.uy
    Caricatura Jaime Clara