Anoche hablé con Evaristo Carriego.
O, tal vez, fue un sueño.
No importa, porque, en todo caso, ahora, ya difusas las imágenes y la charla que se van alejando, me siento bendecido por un privilegio y un sano ardor de buenas intenciones me abraza y no me suelta.
Sus ojos casi circulares, miopes, hondos, me miraron desde una profunda melancolía y me aceptaron.
Un soñador, pensé. No hubo necesidad de gestos corteses.
-Creí que lo iba a encontrar en el Café de los Inmortales… Pasé por allí y me dijeron que probablemente estuviese aquí, en el Bar Luzio…
Movió las manos como si dudara y dijo: -Sí, bueno, también frecuento el sótano del Royal Séller… No sé. Supongo que voy donde hallo franqueza, respeto, cariño… Ignoro cómo me ven los demás, pero siempre me he sentido modesto, hasta ingenuo a veces, y esos ambientes…
-Que al comienzo no sintió suyos… -le interrumpí con torpeza.
-No. Es verdad. Pero yo era entonces poco más que un chiquilín romántico que prefería las redacciones de diarios y revistas, y hasta los cenáculos masones. ¿Sabe? Yo también amé a Baudelaire, el simbolismo desmelenado, tanto como el verbo enérgico como un rayo de mi poeta de la adolescencia, Almafuerte.
Hizo una pausa, respiró con cierta dificultad y tras un vago ademán que no pude interpretar, añadió con voz queda: -Como otros, quizás como todos… tropecé pronto con la vida real, con los desheredados, con la tristeza de tantos… Me influyó mucho un compatriota suyo, Florencio Sánchez.
-Me sorprende, aunque no sé por qué…
-Es que ahora me basta, para escribir lo que vale la pena sentir y describir, con el corazón de una muchacha que sufre… Con un suburbio oscurecido y cálido, mi suburbio, mío y de los demás, los que quiero… Con el dolor de los que padecen en silencio, con la aspereza del amor sin sentido…
-Me han contado… -comencé a decir y recuerdo que balbuceé una disculpa- que usted tuvo un gran amor…
Levantó la mirada hacia mí, sin verme: -Si, mi único amor. Un amor frustrado, ella murió… También he escrito un solo libro, “Misas herejes”… Demasiado poco…
Me quedé en silencio y, de pronto, él dijo: -No sé si usted me comprenderá, pero pienso mucho en la muerte…
-¡Pero si tiene veintinueve años!
Encogió levemente los hombros, tomó un sorbo de café y suspiró, casi vencido: -Bueno, sí… Pero tal vez soy, como me dibujó alguien, “uno de esos que lloran su noche entristecida sin creer en la aurora del mañana”.
He alcanzado a recordar que oscurecía alrededor y eso me empujó a un loco apuro: -Por favor, antes de separarnos, ¿podría recitarme uno de sus poemas? Elija el que quiera…
Su voz ya era apenas audible y se iba apagando. Pero, qué raro, yo no lo veía, no lo veía… y supuse que se habría levantado y caminaba cansinamente… ¿hacia dónde?
-¡De todo te olvidas! Anoche dejaste/ aquí, sobre el piano, que ya jamás tocas,/ un poco de tu alma de muchacha enferma:/ un libro, vedado, de tiernas memorias./ Íntimas memorias. Yo lo abrí, al descuido,/ y supe, sonriendo, tu pena más honda,/ el dulce secreto que no diré a nadie:/ a nadie interesa saber que me nombras./ …Ven, llévate el libro, distraída llena/ de luz y de ensueño. Romántica loca…/ ¡Dejar tus amores ahí, sobre el piano!/ …De todo te olvidas ¡cabeza de novia!
No sabrá que una calle de su querido Palermo lleva su nombre.
No sabrá que Astor Piazzolla le dedicó una milonga, ni que Eduardo Rovira creó “A Evaristo Carriego”, un monumento del mejor tango.
No sabrá que el primer ensayo del genial Borges fue sobre su vida y su obra, sus barrios pobres, sus sufrientes hermanos y su muerte joven.
Y no sabrá que, después del vuelo al infinito indescifrable, rescatando papeles desordenados y cuadernos, le publicaron “La canción del barrio” y “El alma del suburbio”.
Pero… ¿y si todo –por un milagro celeste- le hubiese llegado a su alma vagante, entre sus vuelos melancólicos que nos siguen, vigilando nuestros destinos?
De sus ojos miopes escaparía una serena alegría.
(·) TU SECRETO es un poema que escribió Evaristo Carriego, editado luego de la muerte del autor, el 13 de octubre de 1912. Vaya este texto en homenaje del autor, esté donde esté.
- Antonio Pippo es periodista y escritor. Caricatura Jaime Clara