¡Jamás se pondrá el Sol en mis Estados!
Algo así decía el Rey Felipe II en el siglo XVI, cuando España estaba en el pináculo de la gloria. Y así como Felipe II se sentía Manolito a sus trece años de edad. Santiago de Compostela era su mundo ideal, el único y él era el Rey de ese mundo. Tan solo trece años en ‘su paraíso’ y… ¡El telón de acero cayó de golpe!… Y sucedió más de una vez. Algunos tienen la oportunidad de cambiar el rumbo de su destino. Manuel Roberto la tuvo en sus manos, pero en un instante ‘voló como una paloma’. Sus maestros de la Escuela de los Hermanos le propusieron quedarse en el colegio como pupilo y después seguir estudiando para maestro en el internado de la congregación, en Bujedo, Burgos. “Eso será si tú quieres”, le dijeron sus maestros los Hermanos Octavio y Hermenegildo. Los enormes ojos de su padre a punto de reventar en lágrimas y el temblor de su mamá, actuaron como un imán. El jovencito se abrazó a su madre y su suerte quedó sellada.
A partir de entonces comprendió que su destino sería lo que menos él deseaba… la emigración. Entre junio y octubre de 1953, después de terminar los cursos, me sentía completamente vacío. Mientras jugaba con mis amigos de la Rúa del Villar todo era felicidad, pero a mediados de septiembre cuando ellos comenzaron los nuevos cursos, empezó el martirio. Deambulaba por el pueblo, pateaba piedras, hasta me venían deseos de apedrear los pájaros del bosque de la condesa.
Jugaba con la ilusión. La compañía marítima no tenía cupo para nosotros. Se iba tanta gente para América… Llegué a pensar que se suspendería el viaje, pero, un jueves de octubre mi madre nos anuncia… “El sábado nos vamos para La Coruña a la casa de tía Celsa. Unos días más y ya embarcaremos para Montevideo. Mi filete quedó en el plato y yo me fui para la habitación y media donde dormíamos los seis de la familia.
Al otro día por la tarde fui a jugar con mis amigos de siempre. De pronto les dije… “Mañana nos vamos”. Todos miraban hacia el suelo menos Pepito Aguiar, mi mejor amigo, que se acercó… y cincuenta y cinco años después me dijo: “¿Recuerdas…? Nos dimos el último abrazo en la esquina de Bautizados y el Callejón del Peso… y te dije ‘Bueno, adiós Losa’”
Con esa sentencia a cuestas subí al tren que nos llevaría a La Coruña y el telón de acero volvió a caer cuando en una de las curvas presencié la última vista de Compostela. Pensaba y estaba seguro que sería para siempre. Los días en la ciudad cristal con tíos y primos fueron de gloria, pero al comenzar a alejarse del puerto el “Juan de Garay”, sentí que volvía a caer ‘el telón de acero’. “¡Esta vez sí que es para
siempre!”
Al pisar la explanada adoquinada del puerto de Montevideo, se mezclaron la melancolía, el deslumbramiento y la indiferencia. En una casa muy humilde del barrio de La Unión vivíamos catorce entre tíos, primos y nosotros. Mi mundo ideal había quedado muy lejos y el mundo soñado de mi madre no era tal. Pronto lo pudimos comprobar. Yo tuve la mejor suerte pues a los once días de haber llegado ya estaba trabajando como mandadero en una fábrica de productos químicos, en Capurro, un barrio fabril a dos leguas de distancia. Me trataron muy bien. Hasta me acriollé enseguida. Fueron cuatro años de gloria que me ayudaron a “olvidar mi paraíso”. ¡Qué ingrato! Era lo que más quería… ¡y lo quería olvidar! “Claro, si nunca más podré volver, ¿para qué tanto recordar?”
No voy a comentar acerca del sufrimiento por esa acción. Lo dejo librado a la imaginación. Cualquier emigrante de mis tiempos lo comprenderá… Y algunos otros que no tuvieron que soportar esa cruel vivencia, quizá también lo entenderán. Mi hermana Carmiña “me salvó” de esa penuria que significa ‘el olvido forzoso’ cuando logró vencer mi resistencia y me llevó a la audición gallega “Sempre en Galicia”, que se emitía en vivo los domingos por la mañana en la fonoplatea de Radio Carve. Adios ríos, adios fontes; adios regatos pequenos. Adiós ollos dos meus ollos; non sei cando nos veremos.” Al escuchar aquellos versos de Rosalía de Castro, de labios deMarcelina Calderón, exploté en sollozos y jamás hice el intento de olvidar. Y, tan fuerte fue la recuperación del arraigo que… Es muy poco el tiempo que puedo permanecer en Galicia cuando regreso, pero siempre “me la traigo conmigo.” A veces me preguntan… “¿Pero, usted vive aquí o vive allá?… Yo vivo en los dos lugares… “¿Entonces divide su afectos entre los dos amores?…” “Nada de eso… ¡Yo lo multiplico!”
Y así fue. Cumplí la promesa que me hice en la audición Sempre en Galicia y me metí de lleno en la vida gallega de mi nueva ciudad. En octubre de 1959 ya integraba comisiones en el Centro Gallego. Alternaba en la Casa Compostelana, el Centro Coruñés y otros clubes. El pasar del tiempo me fue dando satisfacciones. Integré consejos directivos y conjuntos artísticos del Centro Gallego y el Valle Miñor; participé en la fundación de la Escuela Galicia en 1962; firmé como socio fundador del Patronato da Cultura Galega. Pasé a integrar después otros cargos en la Asociación de Empresarios Gallegos y el Hogar Español de Ancianos, así como grupos artísticos musicales que aún me soportan. Toda esa actividad, a veces ardua y siempre comprometida, actúa como un bálsamo para el alma. Y lo sigue haciendo y es tan real que sorpresiva y afortunadamente en el mes de septiembre pasado me encontraba integrando una mega banda de gaitas que acompañó la soberbia actuación de los artistas gallegos “Bruxo Queiman y Andrea Pousa”, en el Polideportivo del Centro Gallego. Dos meses después, con la Banda de Gaitas Irmandade del Valle Miñor, actuábamos como teloneros del grupo que dirige el buen amigo BieitoRomero, Luar na Lubre. El alma se nutre con nuestras dulces melodías. Así lo sentimos todos cuando actuamos, seamos emigrantes o descendientes. Cuando eso sucede nos sentimos tan integrados a nuestra cultura que la mente se confunde…
“¿Estoy aquí o allá?”
Del primer empleo en la fábrica de origen británico a una casa importadora del Centro. Once años allí como administrativo, casi, me atrevo a decir, como integrante del ‘personal de confianza’ de la empresa. La convulsión social de 1968 que se generó en lo que antes había sido “la Suiza de América”, aunque muy a mi pesar, pero la extrema timidez jugaba en mi contra. Tuve la fortuna del reconocimiento de quienes se iban haciendo clientes, que me animaban de contínuo. “Prefiero tratar con usted que me dice las cosas como son.” Comencé como vendedor de zapatos de pequeñas fábricas a zapaterías. En esa aventura perdí casi todos mis ahorros, por no decir todos, en un fraude. Por una situación fortuita, una vendedora de libros que llegó a nuestra casa para venderle libros a Elsa “me descubrió” y ahí comenzó otra etapa. Al pasar a los libros todo cambió. Un trabajo muy árido pero satisfactorio. Otra vez cuatro años de aprendizaje y evolución, hasta que la Editorial Uteha se fundió. Tuve entonces que enfrentar el desafío de la independencia. Se paga un derecho de piso bastante elevado por esa temeridad, pero finalmente, ganando poco a poco la confianza de los clientes, el potencial de productividad es incalculable y a veces sorprendente. Diez años después, al instalar nuestra pequeña librería, un 25 de agosto de 1979, todo cambió.
¿Empezar de cero? Cualquiera que se haya visto en las mismas sabrá de lo que estamos hablando. “Esto parece el Vía Crucis”, decía mi tío franciscano el Padre Pascual, cuando me acompañaba en las recorridas por los barrios en busca de posibles clientes. Intuía que en la especialización podría estar la salvación. Y así fue. Me enfoqué hacia el libro técnico y se me presentaron múltiples posibilidades. Pero mi jornada laboral constaba de ‘tres tiempos’. Sí, por la noche, después de cerrar concurría al ciclo nocturno de la Escuela Técnica Superior. Y eso duró nada menos que diecinueve años, hasta que la librería me absorbió por completo. Aún hoy me encuentro con clientes a los que atendí en la Universidad del Trabajo hace treinta, cuarenta años y más. “Usted me daba crédito solo con la cédula de identidad y ¡yo era menor de edad!… ¡Gracias! Así pude formar mi biblioteca”. En este oficio tuve vivencias impensables, buenas, regulares, de las otras. Imposible desarrollar el tema tan rico en tan breve espacio. Para eso existe “El vendedor de libros”, mi segunda publicación. Yo digo que mi entrada en el mundo de la literatura es “casual”. Algunos amigos me dicen que las casualidades no existen. Las causalidades sí. Especialmente cuando comento acerca del encuentro con Elsa, mi compañera de toda la vida, expresamente en Fausto se manifiesta así en la más reciente publicación, “Estación Queguay. Pueblo Lorenzo Geyres”, precisamente un pueblo del Uruguay profundo donde Elsa pasó gran parte de su juventud. En el año 2004 visitaba Galicia y de paso promovía los 125 años del Centro Gallego de Montevideo. A la sazón me encontré con María José Gómez, periodista de El Correo Gallego y conselleira de Cultura de O Pino. Estaban promoviendo el nombramiento de “Hijo predilecto de O Pino” para don Jesús Canabal Fuentes. Me pregunta si lo conocía y si podía colaborar con información y datos históricos. Mis respuestas fueron afirmativas y en octubre de 2006 se efectuaba el emotivo acto de homenaje en Arca, Concello de O Pino. Percibir la escasez de conocimientos sobre algunos emigrantes célebres como Canabal, me dio el coraje para que dos años después publicara su biografía… ¿Cómo es que en Galicia no conocían detalles históricos de ese personaje, emigrante de gran trascendencia, amigo de Castelao, soporte principal de ayuda a los refugiados del tiempo de la guerra civil y posguerra?
Estos y otros detalles que fui percibiendo me motivaron para continuar escribiendo algunas otras historias sobre el mundo de la emigración gallega en el Río de la Plata. “Relato de un emigrante… de Santiago de Compostela a Montevideo”, fue el primero de mis libros. Recuerdo ahora las palabras de aliento, entre otros, de don Xosé Neira Vilas… “Continúe escribiendo, no deje de hacerlo”. También recuerdo la congoja que me produjo el escribirlo y después durante las presentaciones. A veces me invitan a dar charlas a estudiantes de Secundaria y me sucede algo similar al retrotraerme a los recuerdos de aquella situación drástica de desarraigo, sin esperanza de retorno, pues así era en aquella época. El billete era solo de ida. O sea que, con los libros ‘me quedé para siempre’. Primero como vendedor ambulante, luego como librero trabajando a full durante varias décadas y, por si faltaba algo, al entrar en la tercera edad apareció ‘la enfermedad de querer contar historias’. Y las situaciones se suceden. En un encuentro “¿casual?” con mis compañeros del colegio, el primer maestro y mi querido amigo Pepe, cincuenta y cinco años después… Cuando me dieron la palabra… Preferí escribir un libro con esas y otras vivencias. Siempre con la emotividad al máximo, me costó tanto escribir “Desde el otro lado del mar” como los dos primeros, “Relato de un emigrante”y “El vendedor de libros”.
A veces me preguntan: “¿Cuál de sus once libros le gusta más o considera mejor?” Es como preguntar, “¿cuál de sus hijos…?” O, como cuando éramos chicos… “¿a quién quieres más, a papá o a mamá?”. Algunos de mis libros ya fueron publicados también en idioma gallego. Actualmente estoy traduciendo todas mis obras, además de otros relatos con valores, cuentos y novela, inéditos. Lo cual significa ‘un regalo para el alma’, algo así como una recompensa por la labor realizada, como trasladarme en el tiempo y en el espacio. Mientras estoy ‘trabajando’, la imaginación me lleva a transitar nuevamente las corredoiras, las aldeas y hasta ‘conversar’ de lo que sea con mis paisanos. Tuve la gran satisfacción de que en una oportunidad el Gobierno de Zapopan, en Guadalajara, México, publicara dos de mis relatos juveniles, “El bastón de don Nicanor” y “El niño ciego”, para los escolares del distrito. A cada niño un libro. Tiempo después la Secretaría de Educación de Puebla, publicaba diez de mis “relatos con valores” distribuidos en cuatro libros para el prog un mundo sin trampas”. También en este caso, a cada escolar un libro… “¡con historias de Galicia!” Tengo la esperanza de que esas mismas historias, ya sea en idioma gallego, o en castellano, sean publicadas y distribuidas entre los jóvenes gallegos, estudiantes o no, con la ilusión de que ciertas historias, en algunos casos de un niño galleguito, quizá, sin querer comparar, parecido al Balbino de Neira Vilas, pero ciudadano en vez de labriego.
“De Compostela y El Camino de Santiago” me proporcionó la gran satisfacción de contar parte de la historia y evolución de ‘mi pueblo’ a través del ‘milagro de la aparición de los restos del Apóstol Santiago’ y la evolución generando a través de los caminos de peregrinos. No menos satisfactorio resultó la creación de “El pasadizo secreto”, para contar como se las ingeniaba el pueblo santiagués para hacer desaparecer a los fugitivos de la posguerra. En Compostela se presentó recientemente el libro auspiciado por la Secretaría Xeral da Emigración, con la participación del Secretario Xeral, don Antonio Rodríguez Miranda, la Sra. Cónsul uruguaya en Galicia, doña María del Huerto Arcaus Sánchez y el Presidente de la Real Academia Galega, don Víctor Freixanes. Otro premio, participar con la señora Cónsul uruguaya, como lo fue también con la Cónsul anterior, doña Martha Echarte y manifestar ante ellas, lo que ya sabían o cuando menos imaginaban, el amor incondicional por las dos patrias.
Hay “enfermedades”, como la de “contar historias”, que atacan a la vejez. Al menos ese fue mi caso. El otro día sacaba cuentas de que llevaba sesenta y cinco años en actividad continuada, sin pausas. Siempre, y hasta donde me fue posible, con el estudio académico de la mano, en el turno de la noche. Y el primero de mis libros se publicó en 2007, a poco de cumplir sesenta y seis años de edad. Sí, claro, me gustaría contar con no sé cuantos años ahora para… En fin que, la enfermedad de la vejez, de contar historias, me da satisfacciones que nunca podía haber imaginado. Habría un sinfín de situaciones más, interesantes por cierto, como lo fue la del “retorno traumático”. Después de treinta y cuatro años de ausencia me resistía a retornar a ‘mi paraíso’. Por razones de espacio es imposible su desarrollo
Afortunadamente esas y otras historias se podrán encontrar en los libros.
Queda claro que ‘mi camino’ está a través de los libros, y mi mayor anhelo, es continuar promoviendo el conocimiento de Galicia fuera de ella. Así como también la promoción del conocimiento del mundo emigrante gallego, en la Galicia actual.
Tío Pancho, Carmiña, Manolito, diciembre 1955
- Manuel Losa Rocha, es escritor, investigador y editor. Integra instituciones gallegas en Uruguay. Fotos del autor cedidas especialmente para Delicatessen.uy