Todas nuestras canciones | Inés Bortagaray

Dibujo Ombú

Entre los 25 y los 30 años debo haber ido unas 400 veces a La Ronda, un boliche en la frontera entre el Centro y la Ciudad Vieja: ubicado sobre Ciudadela, entre Maldonado y Canelones, mira hacia el oeste. Podía ir sola, porque sabía que iba a encontrar amigos. Por ahí andaba Felipe Reyes, el dueño, y todos aquellos discos de vinilo revistiendo las paredes. La música (Bob Dylan, Ryan Adams, Joni Mitchell, Beth Orton, Neil Young, Mick Harvey, Mazzy Star, Tom Waits) sonaba alto. Todas aquellas canciones estaban ahí, pero nunca de fondo. Es decir, aquello era música funcional. No estaba ahí para amenizar. La música intervenía muy dramáticamente en el ambiente, en las conversaciones y en los vínculos. La música era una banda sonora que acompañaba nuestros estados y nuestra construcción de gustos, disgustos e indiferencias. Nos amparaban canciones que hablaban muy directamente sobre el encanto, el destino, el escozor, o la muerte. Y sobre el amor. El amor surgía y transcurría o se apagaba en La Ronda, en un baile arrítmico, todas las veces noctámbulo, acaso embriagado. En verano las noches se alargaban perezosamente en la legión de mesitas redondas, de tres patas, en el gentío circundante, en el territorio aledaño, que incluía las mesas del bar Santa Catalina. En invierno, el viento helado nos empujaba y de pronto nos veíamos dentro de La Ronda, arremolinados, con el pelo hecho un nido, ateridos de frío. Íbamos dejando las capas de ropa sobre el respaldo de alguna silla que compartíamos, porque no había lugar, y la luz ambarina oscilaba en nuestros rostros que muy pronto habían recuperado el calor.

Había habitués. Fermín Hontou (Ombú, un artista con una obra inmensa, ilustrador, caricaturista, dibujante) era, definitivamente, uno de ellos. En todas las estaciones, ahí estaba, sentado a solas o con otras personas, dibujando. Con un sombrero de fieltro, con una copa de vino, con la mirada que oscilaba entre las ilustraciones en un bloc de hojas A4 y el rostro y el cuerpo de otros parroquianos. Si una persona se acercaba a escudriñar aquel trabajo iba a encontrar fotogramas de una película hecha de humo, cervezas, confidencia y, ocasionalmente, un cierto esplín juvenil, burgués y hasta presuntuoso.

Aquellos fotogramas de Ombú lograron construir un mundo, con sus coordenadas, con su latitud, su longitud, su cielo tachonado de estrellas, sus mundos subterráneos, su texto y un subtexto que hablan con precisión de una cierta impunidad juvenil que rondaba los encuentros nocturnos. En esta exposición se recorta una era (en la larga trayectoria de La Ronda, que sigue viva), una que sucede entre 2011 y 2015, pero que incluye varios retratos de los primeros años del siglo XXI, e incluso de años anteriores.

Hechas con marcador, con tinta china, en algunos casos con ecoline o acuarelas, en estas estampas aparecen personas que desafían a otras personas (y las inscripciones de Ombú, que intervienen los dibujos para agregar información sobre una marca de whisky, una palabra dicha más o menos azarosamente, un desafío sobre quién es la mejor guitarrista del folk) o que se mofan de otras más, aparecen discusiones, apuntes urgentes que el propio autor deja regados a modo de recordatorio (“pagar cuanto antes”, una alusión a Osvaldo Cibils), flirteos, increpaciones que algún alunado le hace al propio artista (“otra vez este pesado dibujante de boliche”) y frases que son, también, títulos (“Lavorare stanca”, “Los hombres también ‘pinchan’ (discos)”), “Dreams are made of love & flesh”.

Pensar en el retrato que Ombú hace de esta era de la Ronda evoca a Max Ophuls y una película: La ronde, una adaptación de Reigen, la obra que Arthur Schnitzler había escrito a fines del siglo XIX. Esta película se filmó en el año 1950, pero el presente de esta historia transcurre en la Viena del novecientos.

Un maestro de ceremonias (fanfarrón, irónico) nos da la bienvenida y desde un escenario de estudio, que va revelando su fisonomía (noctámbula, romántica, barroca, hecha de cortinados, telones con lunas menguantes pintadas en el fondo, escaleras, velas con llamas oscilantes, la vista de una ciudad en la noche) nos mira y dice: “Los hombres sólo conocen una parte de la realidad. Y ¿por qué? Porque no ven más que un solo aspecto de las cosas. Yo las veo en círculo. Eso me permite estar en todas partes. Por ejemplo, en Viena. En 1900. Estamos en el pasado. ¡Me encanta el pasado! Mucho más tranquilo que el presente, y más seguro que el futuro”.

El plano secuencia dura unos seis minutos, y lleva al maestro de ceremonias por un paisaje cambiante, que acaba en un carrousel, en una noche de primavera, mientras él entona un vals poco después de decir: “esta fragancia que anda en el aire lo dice: será esta una historia de amor”. La ronde es una historia que contiene varias historias de amor. Un repertorio variado de personajes (soldados, poetas, prostitutas, actrices, aristócratas, doncellas) gira en una sucesión de cortos que alumbran sus dilemas sentimentales.

Las ilustraciones de Ombú sobre La Ronda nocturna espejan, en un guiño aéreo, esta obra de Ophuls, pero también invitan a otras obras: “Noche de ronda”, de Agustín Lara. Él compuso este bolero en el año 1935. El poeta le habla a la luna. Le pide a ella los favores: que le digan a la amante que la impaciencia del corazón es demasiada. Que la espera es insoportable. La letra dice así:

Noche de ronda
Qué triste pasas
Qué triste cruzas
Por mi balcón
Noche de ronda
Cómo me hieres
Cómo lastimas
Mi corazón

Y luego viene la parte más conocida:
Luna que se quiebra
Sobre la tiniebla
De mi soledad
¿Adónde vas?

Dime si esta noche
Tu te vas de ronda
Como ella se fue
¿Con quién estás?

Dile que la quiero
Dile que me muero
De tanto esperar
Que vuelva ya

Que las rondas no son buenas
Que hacen daño, que dan penas
Y que acaban por llorar

La tríada se cierra con un título homónimo que aparece nombrado en esta exposición: “La ronda nocturna”. Esta es la obra que Rembrandt van Rijn pintó entre 1640 y 1642. Hoy es parte de la exposición permanente del Rijksmuseum de Ámsterdam. La pintura ha recibido varios nombres. El primero: “La compañía militar del capitán Frans Banninck Cocq y el teniente Willem van Ruytenburgh”. Se cuenta que en el siglo XIX el óleo, de inspiración barroca, se veía deteriorado, oscurecido por la oxidación del barniz y por la suciedad que se había ido acumulando en el lienzo. La escena parecía del todo nocturna y exterior, pero parece que es diurna e interior.

Capitanes, alféreces y una milicia de arcabuceros parecen agitados por un impulso heroico en el retrato alumbrado por un viso ocre, terroso y cálido. Frans Banninck Cocq da una orden a su alférez. Hay protagonistas evidentes y hay personajes secundarios, que le han pagado a Rembrandt unos cien florines por el privilegio de ser incluidos en este retrato coral que vibra con un aliento hecho de vida, movimiento, sombras y golpes de luz que se resbalan en el ambiente. Peter Greenaway hizo una película (la llamó “Nightwatching”) dedicada a la pintura y a sus misterios no resueltos y las claves escondidas para descifrarlo.

Decimos “ronda” e imaginamos personas rondando, merodeando, controlando. Personas vigías.. Decimos “ronda” y aparecen cosas que se hacen durante un tiempo limitado y de manera más o menos organizada. Tal vez, también, si decimos “ronda”, surja la persona generosa o inconsciente que invita a comer o a beber (a su costa) a todos los demás participantes de un encuentro. O si somos españoles y decimos “ronda” se revela una noche con jóvenes que cantan por las calles de un pueblo, en la fiesta patronal o en alguna otra festividad.

La ronda gira en los trazos de Ombú, que tanto fijan (personas, atmósferas, usos, costumbres, una sensibilidad) como impulsan cierta vibración, la de la charla, el brindis, la confidencia, el sonsonete, la canción y la fábula de una juventud a punto de quebrarse, pero porfiada.

Ombú por SábatOmbú por Hermenegildo Sábat

 

Inés Bortagaray es guionista de cine y televisión, escritora. Agradecemos que haya permitido, junto con el Museo Nacional de Artes Visuales, la publicación de este maravilloso texto. 

La muestra de Ombú, en el Museo Nacional de Artes Visuales estará expuesta hasta el 9 de junio.