En el pueblo de Parañes, a treinta kilómetros de Vigo, no había luz eléctrica. A una casita que mi familia alquilaba en ese lugar, solía concurrir con frecuencia durante mi estadía de seis meses, en el año 1962, ocho años después de haber emigrado de mi Vigo natal a Montevideo. Mi ansia era meditar acerca de mis ancestros y las razones o motivos por los que tantos gallegos, españoles, debimos emprender el riesgoso e incierto camino de la emigración.
En mi automóvil Renault Dauphine me dirigía por la carretera de Porriño a Ponteareas, cuando al ver a una anciana portando una cesta con productos de la huerta, que llevaba a la feria para trueque, paré y le ofrecí llevarla hasta su casa. “Canto me vas a cobrar?” “Non, non lle vou cobrar nada.” Hasta llegar a su casa, un kilómetro y medio más adelante, no volvió a hablar… “Alí vivo eu… Canto che teño que pagar?” “Como xa llo dixen, señora. Non me ten que pagar nada. Contento de aliviarlle a camiñada.” “Ai, meu filliño… Que nunca traballiño che falte na túa vida.”
Y la bendición de la anciana se cumplió con creces. Mi vida está signada por el trabajo. A mis setenta y cinco años no tengo intención alguna de jubilarme… “Mata más gente el ocio que el trabajo.” Con esta frase explico y justifico mi pensamiento y mi sentir.
Vi la luz el 23 de septiembre de 1943, en la calle Ramón Nieto, 123, barrio El Calvario. Junto a mi padre, Ángel Domínguez, mi madre, Dolores Castro y mi hermana, María de los Dolores, allí pasé mi infancia, dura pero feliz, como la de la mayoría de los niños del tiempo de la posguerra civil.
A veces me pongo a meditar en la casa de Parañes en mis frecuentes regresos, o donde sea, acerca de mis ancestros y mi preocupación, es sobre el futuro de mis descendientes. Aunque también le dedico una gran parte de mi tiempo a la ancianidad española residente en Uruguay. Como presidente del Hogar Español de Ancianos, enfrentar y resolver los problemas permanentes por la escasez de recursos, es la causa primordial de mis desvelos.
La familia de mi madre, los Castro, vivieron siempre en Cabral, la casa se mantiene igual desde hace trescientos años. Por debajo de la casa ancestral pasa un afluente del río Lagares que desemboca cerca de Samil. La morriña me ataca cuando acuden esos recuerdos. Me dan ganas de regresar para quedarme, pero aquí, en el país que me acogió, muchos dependen de mi acción, mi energía, el compromiso con la colectividad española, gallega, emigrante. Los Domínguez proceden de Castilla. Mis abuelos llegaron a Vigo y se instalaron en Las Lloronas, continuando con su actividad laboral de siempre, taxi tirado por caballos.
El medio de vida de mi padre y toda la familia dependía de un camión, pero en la comarca viguesa y más allá el trabajo era muy escaso en aquel tiempo. En vez de ir a peor, animados por nuestros parientes de Montevideo, en su momento decidimos emigrar todos juntos a Uruguay. En 1953 el buque Monte Udala nos dejaba en el puerto de Montevideo.
Con apenas once años de edad, lo primero fue dedicarme al estudio en una academia particular a fin de preparar el examen de ingreso a la Escuela Industrial, “Universidad del Trabajo del Uruguay, UTU”. Allí ingresé dos años después. Luego de seis años de cursos en el área de Mecánica, por mi dedicación destacada la UTU me premió con una beca y pronto me vi desempeñando labores por varios meses en la ciudad de Ausburgo, en la fábrica de motores MAN para camiones y barcos. Una experiencia notable que mucho me sirvió para el desempeño laboral de toda la vida.
Teniendo la oportunidad de quedarme en “el primer mundo”, preferí regresar a mi país de adopción, donde había mucho por hacer. Lo que no imaginaba entonces era la responsabilidad que estaba esperando por mí. Primero la dedicación a la estabilidad laboral. Hasta 1975 trabajé con mi padre en el garaje y taller mecánico ubicado en la Avenida Rivera y Larrañaga. Cuando comenzamos a fabricar carrocerías para las camionetas Simca, el negocio creció de tal forma que llegamos a tener treinta operarios. La vida en familia era plena, hasta que sucedió lo que tenía que suceder, y…
“¡Hasta aquí llegamos!” Algo así diría “el destino” si tuviera voz. “Ya tengo a quien necesito para cumplir ciertas acciones aquí… Ustedes ya pueden regresar a su paraíso abandonado.” Así que, en 1975 se produjo la rotura familiar. Mis padres y hermana retornaron a Vigo y yo me quedé “donde me tocó estar”, formando una nueva familia. Momento ineludible de iniciar mi independencia. Con la ayuda de mi suegro adquirí la llave del primer negocio, un garaje en la zona céntrica. Más adelante compré la propiedad de un local en la esquina de Joaquín Requena y La Paz, allí comencé con un taller mecánico. Después de mucho trabajar y ahorrar, adquirí una Estación de Servicio, venta de combustible. Luego amplié con una Rentadora de Automóviles y finalmente, desde hace veinticinco años la estabilidad definitiva se concretó cuando me instalé con casa importadora de repuestos automotores, “Container”.
El mío es otro caso atípico, que no se orientó hacia el área de café-bar u hostelería, como muchos emigrantes gallegos. Nuestra emigración a Uruguay aportó trabajo y talento en forma generosa. Así como mucha gente proveniente del rural, de los barcos bajaron también, médicos, juristas, maestros, obreros que se convirtieron en creadores de grandes empresas. La letra del Himno Uruguayo, considerado uno de los más renombrados a nivel mundial, es obra de Francisco Acuña de Figueroa, hijo de un gallego funcionario de la Corona Española.
Mis dos hijos varones se especializan en mecánica de automóviles de competición. Mi hija es economista. Y dos de mis nietos estudian Mecánica en la Facultad de Ingeniería. Me siento muy complacido por esta continuidad laboral de mis descendientes en el mismo rubro de sus mayores.
Los comienzos de integración a la colectividad gallega y española se fueron dando en forma paulatina, siendo algo mayor ya. Enseguida percibí necesidades, de inmediato me interesé y en la medida de mis posibilidades me fui ocupando de sus asuntos, contribuyendo con mi grano de arena.
De pronto sentí el llamado de la conciencia. “Si estoy aquí por algo será”… Me integré al Consejo Directivo y después ocupé cargo de presidente en la mutualista Casa de Galicia. Presidí más adelante la Asociación de Empresarios Gallegos del Uruguay. Integro el Consejo Directivo del Centro Pontevedrés. A mi paso por el Central Español como presidente de las Divisiones de Juveniles, contribuí con máquina corta césped, cancha nueva y toda la indumentaria necesaria para lucimiento de esos futbolistas que en cierto modo representaban a la colectividad española.
La Escuela Galicia, fundada en julio de 1962 merced al empuje de un grupo de galleguistas, emigrantes de la primera mitad del siglo pasado, es orgullo de toda la colectividad. Hoy instalada en un barrio residencial, El Prado, sigue siendo una escuela carenciada de tiempo completo. Los aportes en diversos aspectos del colectivo, de aquí y de allá, son frecuentes. También se me presentó la oportunidad de contribuir con necesidades de esa escuela. Hace un tiempo, percibí una carencia importante, presenté un proyecto que fue aceptado por las autoridades nacionales de la enseñanza, para instalar a mi costo total dos baterías de baños completos como los que existen en los mejores colegios de la capital.
Seguidamente presenté otro proyecto para la construcción de aulas, también en el patio abierto de la escuela. En forma incomprensible el Consejo de Enseñanza Primaria lo rechazó.
“Cabe destacar que esta y otras acciones acciones altruistas son mantenidas en la ‘casi reserva’. Es difícil que Domínguez haga comentarios sobre estos temas, poco conocidos y nada divulgados.”
Como ya señalé, no todos los emigrantes gallegos fueron baristas, hoteleros, transportistas, enfermeros… También hubo artesanos, periodistas, sindicalistas, políticos… Precisamente a mí me toca en suerte ocupar hoy un cargo de Diputado en la Cámara de Representantes.
No pretendo comparación alguna, pero viene al caso comentar… En el año 1904, al final de la Guerra Grande, época de gran turbulencia social, José Alonso y Trelles, un emigrante de Ribadeo, reconocido como “El Viejo Pancho”, el poeta gaucho más famoso de su tiempo, ocupó un cargo de legislador en la Cámara de Representantes por el Partido Nacional.
Sin duda, mi principal acción de colaboración me estaba esperando pacientemente. Rondando los setenta años de edad fuí convocado para integrar el Directorio del Hogar Español de Ancianos de Montevideo, “Buque Insignia de la Colectividad Española”, así catalogado por las autoridades diplomáticas y administrativas del Estado Español. Después de un año en el Consejo Directivo me propusieron ocupar la Presidencia, cargo que desempeño desde hace cinco años. Desde el primer momento “sentí el llamado”… “¡Aquí es donde me necesitan ahora!”
De inmediato me vi inmerso en una dedicación total, sin pausa y sin horario y en carácter de honorario, por supuesto. Una visita al Hogar sin previo aviso a la una, dos o tres de la madrugada, para atender cualquier emergencia o comprobar que todo funcione con normalidad, es la tarea extra que asumimos los integrantes del Directorio. “Hoy va uno, mañana va otro… Y así cumplimos con esa función imprescindible, en procura de la mejor calidad de servicio para nuestros mayores”.
Mi labor empresarial no me permitió vacaciones. Tuve que multiplicar el esfuerzo. El gran asilo que alberga casi doscientos residentes, con un porcentaje de ochenta por cien de gallegos, exige una gran dedicación. Sin duda, me siento un privilegiado. Cada día que paso allí entre los residentes, me deja enseñanzas que me hacen sentir muy orgulloso al comprobar como transcurren su última etapa tan dignamente y con la mejor atención posible. Y pienso en el sentido solidario de aquellos españoles fundadores de esta gran obra, simples emigrantes tenaces, que lograron lo que muy pocas colectividades de emigrantes logran. Por suerte, para el merecido reconocimiento de la entrega de sus fundadores y sus seguidores, en bien de los más necesitados, la historia del Hogar está plasmada en un libro.
Esta obra tiene una magia especial. Un “algo” espiritual quizá incomprensible, que logra “el enganche para siempre”. Todo aquel que pasó por su Directorio, Comisión de Apoyo, o simplemente colaboró de alguna forma, está dispuesto siempre a continuar colaborando, sin condiciones.
Hace unos meses logramos la presencia de los artistas gallegos “Queiman e Pousa”, para una actuación en el Centro Gallego de Montevideo, en favor del Hogar Español de Ancianos. En uno de mis viajes a Galicia hice contacto con estos coterraneos y enseguida se me presentó la idea de una actuación en Montevideo para un beneficio del Hogar. Quedé admirado con la sensibilidad de estos grandes artistas gallegos, no solo en el aspecto artístico sino también en el espiritual, afectivo. El acercamiento de la cantante de la voz dulce, Andrea Pousa, hacia los residentes del Hogar Español, especialmente los minusválidos, conversando con ellos, tomándole las manos, dirigiéndoles dulces palabras, besándolos. La visita de estas dos personas a la residencia del Hogar, dejó traslucir la sensibilidad, el afecto y el valor de estos talentosos jóvenes gallegos. Ellos mismos se sorprendieron y reaccionaron al encontrarse con una realidad impensada, desconocida, de emigrantes de aquellos tiempos, que, según los caprichos del destino, bien podían haber sido sus padres, tíos o abuelos.
Aquí en Montevideo conocí a mi esposa, Luisa Alfaro, natural de Coruxo, al sur de Vigo. Con ella, que me acompaña siempre en todos los emprendimientos y aficiones, formé un hogar hace ya cincuenta y dos años. Cuando mi familia había regresado a su lugar de origen, nosotros ya habíamos comenzado nuestra etapa. Nunca me sentí solo pues siempre estuve abrazado también por el afecto de mis suegros. Y la Providencia nos premió, además de con los tres hijos, con seis hermosos nietos. Más que justificado entonces… Cuando uno recibe tanto, todo lo que haga por los demás siempre será poco.
Cuando uno llega a una edad como la mía y decimos que queremos lo mejor para nuestra familia, en mi concepto eso se logra si le dejamos una sociedad mejor, donde ellos se puedan desarrollar y crecer.