Algún día se escribirá la historia del número, la historia de cómo dejamos de pensar en conceptos, en cosas que formaban parte de una unidad, para atomizarlas. Esa historia nos dirá que en el medioevo las campanas de la Iglesia anunciaban el principio y el fin del trabajo, así como en los tiempos modernos nos gobierna el reloj, que en un principio fue conceptual y con agujas, y ahora es con números. Esa historia nos dirá que entre los infinitos motivos para que el número diez tenga esa relevancia, se encuentra que tenemos cinco dedos en cada mano, aunque algunos puedan creer que esos cinco dedos sean resultado del azar.
Si hay algo que no existe en la Naturaleza y en la Historia, es el azar. Tanto la Historia como la Naturaleza obedecen a leyes ineluctables. Todos esos infinitos átomos que hacen el todo, generan y se someten a energías que se manifiestan según leyes que gobiernan el universo. Creer que esas leyes no rigen y rige el azar, es elaborar la más pobre concepción del universo que se haya podido elaborar en toda la historia de la especie humana, pues como dice Guenón en “El reino de la cantidad y el signo de los tiempos”: “las ciencias profanas de las que el mundo moderno está tan orgulloso no son realmente más que «residuos» degenerados de las antiguas ciencias tradicionales”.
Se trata, como mecanismo degenerativo, de utilizar un recurso para que olvidemos las leyes del Todo mediante la atomización, lo que lleva a crear, a modo de ejemplo, el concepto de “unidades”. Lo cuantitativo va en desmedro de lo cualitativo, el número pretende dominarlo todo, aunque existan cosas en la vida cuyo valor depende precisamente de la dificultad y por lo tanto del tiempo que cueste encontrarlas o producirlas, es decir, son cosas que hay muy pocas y de ahí su valor.
Esto no significa que el número debe desaparecer, sólo significa que esos números se explican por una geometría sagrada que es patrimonio a un tiempo de oriente y occidente. El tema es cómo nos vinculamos con el número, qué intención tenemos cuando lo utilizamos, considerando que en un tiempo, no existió el número como lo concebimos ahora, se pensaba en las manadas de los animales asimilándolas a conceptos, no a números.
El hecho es que en occidente prima el reino de la cantidad sobre el reino de la calidad, y es occidente el que se convierte en agente difusor del imperio del número por todo el planeta.
El número debe estar al servicio y como agente de la palabra.