A veces hablamos de gastar el tiempo, o consideramos tener o no tener tiempo para tal o cual cosa, o andamos sin saber cómo matar el tiempo, y en ocasiones lo damos por muerto. Los tiempos muertos especialmente nos molestan en esta era del acelerón global en la que nos quieren convencer de que hay que extremar los cuidados para no desaprovechar ningún minuto. Pero el verdadero problema, el de fondo, sigue siendo el de siempre: el paso del tiempo, que no se detiene nunca y nunca se detendrá.
Sin embargo, Lala Severi, escritora y artista plástica, pone por escrito esta confesión: “Detener el tiempo en movimiento se ha vuelto mi obsesión” (2). Si lo lográramos, el tiempo ya no sería lo que es, porque el tiempo es movimiento puro. Todo lo que es, es dentro del tiempo. Nada existe fuera de él. Cuenta Severi que cierto reloj de péndulo se detuvo cuando su creador falleció. El reloj se paró, pero el tiempo siguió tan campante. Si hay algo que no se para es el tiempo y si hay una empresa imposible es la de detenerlo. Sin embargo, si vemos que el péndulo del reloj no se mueve, es inevitable tener la sensación de ser testigos del milagro del tiempo detenido. El pensamiento humano es metafórico.
Lala Severi va más lejos aun y cuenta que cuando el reloj estuvo quieto ella sintió “una sensación de personalidad viva”. En el momento en el que bien podríamos decir que el reloj estuvo muerto por haber perdido la capacidad de ejercer su función, la escritora lo siente vivo, cosa que seguramente no le había ocurrido cuando el péndulo del reloj se movía obedeciendo a su destino de señalar el paso del tiempo. El péndulo quieto parece que fuera señal de algo prodigioso. Tal percepción es una forma de otorgar a la máquina un comportamiento propio de los humanos: verlo reaccionar ante la muerte de su creador y elaborar una respuesta, sea porque se siente liberado de su trabajo o sea porque quiere honrar la memoria del relojero padre con un gesto inusitado.
El arte de la fotografía tiene mucho que ver con la utopía del tiempo detenido: las imágenes de las fotos alimentan y se alimentan de esa ilusión. La idea de detener el tiempo implica la del triunfo sobre el tiempo, y a su vez esa victoria está inevitablemente conectada con el sueño supremo: el de ganarle la partida a la muerte. “Así como la Torre de Babel fue un acto de soberbia humana para vencer la infinitud y lo divino, la fotografía fue un invento semejante para vencer al tiempo”, dice el filósofo catalán Joan Fontcuberta; pero enseguida agrega: “… en esa tensión entre fotografía y tiempo, entre memoria y tiempo, siempre ha ganado el segundo”.
Un poema de Gustavo Wojciechowski (1) habla de una mañana que una vez se detuvo para que el poeta pudiera verla. Es una ofrenda que la mañana otorga a ese observador: se queda quieta para que él disfrute en plenitud de su contemplación. Naturalmente, se trata de un imposible, tan imposible como que el Sol gire alrededor de la Tierra, que el mal de amores se cure con un analgésico o que las piedras canten un tango. Volviendo a la mañana: ¿qué es ella? ¿Es un fragmento de tiempo? ¿El tiempo tiene fragmentos? Otra ilusión: el tiempo es indivisible porque jamás se detiene. No se puede extraer una parte de tiempo como quien corta una porción de torta. No se puede cortar, o sea, interrumpir, lo que no para nunca. El tiempo dividido y el tiempo detenido son ilusiones, mentiras, pero el encantamiento y el desasosiego que esas apariencias provocan no se los quita nadie a quien es capaz de experimentarlos. La consideremos fragmento o no, refiriéndose a la mañana de cierto día, dice el poema citado: “Es sólo un segundo. Sé que es sólo un segundo, pero por un segundo ella se detuvo para que yo la viera”. La señorita mañana se detuvo. Mentira de poeta, santa mentira. Y sigue mintiendo Wojciechovski: “inesperadamente se puso tensa la mañana… la lluvia agazapada / está más cerca de la tierra que del cielo / a punto de dar el salto…”. Y nos hace ver unos tallos de árboles y una superficie de pasto que se quedan en silencio, asombrados, porque tienen arte y parte en el hechizo. El hechizo, al cabo del segundo eterno, es roto irrespetuosamente por “una cotorra rebelde… con su estruendo”. La mañana, dice el poeta, se recupera y vuelve a ser “inofensiva”. Se acabó el hechizo y se acabó la poesía. La poesía ofende a la realidad, discute con ella, la va señalando con el dedo por la calle. A la mañana aludida en este poema la poesía la había ofendido, seguramente, y ella sufrió una especie de desmayo. Por un segundo, esa tranquila y vulgar mañana se imaginó a sí misma fuera del tiempo, pero la cotorra se encargó de que el mundo recuperara su normalidad. Las piedras no cantan tangos. ¿Lástima, no?
(1) Detener el tiempo en movimiento. Lala Severi. Fanzine. Ediciones Frondosas. Montevideo, 2019.
(2) Entrevista a Joan Fontcuberta en el periódico Excelsior, de México el 16/10/18.
(3) Esto no es un libro de poemas. Gustavo Wojciechovski. Ediciones Amordemisamores, Toulouse, 2015.