Melancolía | Antonio Pippo

Caricatura de Juana de Ibarbourou por Jaime Clara

-La sutil hilandera teje su encaje oscuro/ con ansiedad extraña, con paciencia amorosa./ ¡Qué prodigio si fuera hecho de lino puro/ y fuera, en vez de negra la araña,/ color rosa!

He creído pasar por tu pequeña casa del Buceo, quizás en verano, retrocediendo yo a la búsqueda de uno de aquellos años donde más intensa, plenamente viviste el reconocimiento a tu poesía, ese arte que no sólo fue admirado aquí sino en toda América, en Europa y en Estados Unidos, donde corrió la suerte de ser incluido, hasta hoy, en los planes de estudio de universidades como Stanford y Harvard.

Claro, ya eras “Juana de América”. Sacralizada, por algún milagro, en tu humanidad imperfecta.

Y he creído –permíteme esta audacia empujada por la admiración y también el desconcierto- verte tras la ventana, hermosa, todavía con ansias, pero tus bellos ojos velados por la tristeza.

¿Sigues saliendo sola por las noches a pasear por la rambla en bata de dormir, despreocupándote si la agita la brisa, pero maquillada y luciendo tu porte al que los años no hurtan su esplendor?

¿Acaso aún extrañas tu Melo natal, aquellos sueños juveniles, el vuelo libre, sutil de tus enamoramientos? ¿No me respondes? Hazlo. Quizás mi afiebrada mente soñadora te escuche sin quitar mi vista de esa ventana…

-Es que fue mi paraíso al que no he querido volver nunca para no perderlo, pues no hay cielo que se recupere ni edén que se repita… Allá volará mi alma cuando me toque dormir el sueño más largo y pacificado que Dios me conceda a mí, la eterna insomne…

¡Te he escuchado, Juana!

Pero… ¿me hablas a mi o a aquel hombre mayor con el que te casaste a los veinte años, o a tu hijo, que ninguno fue bueno contigo, o a ese supuesto amor prohibido que viviste después, casi con locura, aunque tampoco te dio paz?

-En un rincón del huerto aromoso y sombrío/ la velluda hilandera teje su tela leve./ En ella sus diamantes suspenderá el rocío/ y la amarán la luna, el alba, el sol, la nieve.

Ah, preciosa poetisa, infeliz mujer en tu victoria, sigues detrás del amor aunque a veces te inunde la melancolía hasta el sufrimiento, y más allá de tus depresiones y la morfina encima de la mesita de luz para aliviar penas y el tiempo que, sin alma, va pasando.

-¿Sabe usted? Guardo en mi memoria, como la más preciada joya recibida, aquel anillo que don Juan Zorrilla de San Martín me entregó en el Salón de los Pasos Perdidos del Palacio Legislativo. Y sus palabras: “Este anillo, señora, significa sus desposorios con América”.

Oh, Juana. Por un momento creí sentir la caricia de tu voz. No. Me estoy traicionando ¿también por amor? ¡Mi imaginación! Eso de Zorrilla lo he leído en alguna parte… Tantos, tantos reportajes. Y tus perlas literarias, tantas veces recurridas: Las lenguas de diamante, El cántaro fresco, Raíz salvaje, La rosa de los vientos, Oro y tormenta, Romances del destino y tantas más. Y el resplandor de tu prosa: El cántaro fresco, Chico Carlo, Canto Rodado o Los sueños de Natacha.

Cierto: siempre retorna la poesía.

-Amiga araña: hilo cual tú mi velo de oro/ y en medio del silencio mis joyas elaboro./ Nos une, pues, la angustia de un idéntico afán.

Juana querida: sé que hasta el último día viajó contigo, confortándote en las horas negras tan frecuentes, aquel paraíso de tu niñez y adolescencia en Cerro Largo. Claro que hacia allí volará tu alma. Nada como aquello; ni la lujosa casona de la Unión, que tu esposo y tu hijo llenaron de ostentación, no de pasión, ni la otra, aquella en el Buceo, desde cuya ventana, sombría y final, observabas pasar la vida de los demás sin nunca, pero nunca, despegar de tu corazón el verdadero amor tan buscado en tus paseos nocturnos y entonces, tal vez, ya perdido.

-Mas pagan tu desvelo la luna y el rocío./ ¡Dios sabe, amiga araña, qué hallaré por el mío!/ ¡Dios sabe, amiga araña, qué premio me darán!

MELANCOLIA es el título de uno de tantos conmovedores poemas de la mujer que nació como Juana Fernández Morales y que, cuando todavía no había advertido el dolor, cambió su nombre adoptando el apellido de su marido, Ibarbourou. En realidad, poco importa el dato: fue, es y será, para el mundo, Juana de América. Murió en 1979, a sus 87 años.