Levantar la mirada y disfrutar del vuelo de cientos de palomas blancas, en bandadas hacia el infinito.
Caminar por el césped húmedo, sintiendo la caricia de algo indefinible pero sensual, agradable.
Detenerse entre los árboles altos y respirar una brisa liviana y fresca que los atraviesa llegando del mar.
Sensaciones, nada descrito ni específicamente narrado. Sensaciones.
-Estoy sintiendo una claridad tan grande/ que me anula como persona actual y común:/ es una lucidez vacía, ¿cómo explicar?/ así como un cálculo matemático perfecto/ del que, sin embargo, no se necesita.
Me he detenido frente a una foto tuya, de tu bella juventud, la de antes de aquel incendio por quedarte dormida con el cigarrillo encendido y que te dejó huellas indelebles, ya en tu amado Brasil y lejos de tu cuna en Ucrania. Y he pensado si te agradaría que te llamase Chaya, la tercera hija de Pinkhas y Mania, y no Clarice, como todos.
No sé por qué. Tal vez la razón anide en el sonido de ese nombre, que me causa otra sensación indescriptible.
Esa foto sin voz –una voz que yo quisiera oír- me mira desde su blanco y negro arrugado, entrañable, y alimenta los recuerdos, Chaya, Clarice, soñadora siempre, escritora temprana, esposa trashumante de aquel diplomático de quien te liberó el divorcio, quizás demasiado tarde, siempre con tu máquina de escribir sobre las rodillas, en el living de tu casa o en un avión, tecleando con una mano y con la otra sosteniendo alguno de tus dos hijos: otros partos, pero de novelas, cuentos, relatos para niños y, por supuesto, poemas.
-Estoy, por así decir,/ viendo claramente el vacío./ Y no entiendo lo que entiendo: porque estoy infinitamente más grande que yo misma,/ y no me alcanzo.
Luego el vacío, la sensación de un vacío. ¿El “no estilo” con el que te definías? ¿Las trampas para alcanzar lo que llamabas felicidad?: -“Me gustaba ese libro –recuerdo que dijiste cierta vez mientras volvía a tu memoria Las travesuras de Naricitas- y creaba los obstáculos más falsos, tontos, para ocultarlo, a la búsqueda de esa cosa clandestina que era la felicidad”.
Sensaciones, nada descrito ni específicamente narrado. Sensaciones.
Sensaciones en entredicho; ansias de vivir en plenitud asediadas por padecimientos tempranos, desprendimientos y esa muerte maldita a la que te llevó aún joven un cáncer traicionero, el que te hizo gritarle en la cama del hospital, ya cerca del fin, a una enfermera: -“!Se muere mi personaje¡”.
Y te transformaste en tu propia, desesperada ficción.
¡Cómo quisiste a ese Brasil caliente y alegre, que te recibió, homenajeó de mil modos y te comprendió en tu compleja mismidad! ¿En qué otro sitio ibas a crear tus obras perennes y especialmente esa magistral, La pasión según G.H., que escribiste en sólo unos pocos meses, antes, antes de la inicial Cerca del corazón salvaje, exhalación también nacida de sensaciones cuasi adolescentes.
Nunca aprendiste a viajar, Chaya, Clarice. Siempre soñaste con quedarte en el corazón de Recife o de Río.
Miro con obstinación la foto y sigo rodeado de tu silencio aunque –quizás esté enloqueciendo- hay sensaciones que me abrazan y que parece no lo hacen por vez primera. ¿Nos cruzamos en otra vida, sin advertirnos? Qué hermoso hubiera sido, de poder serlo. Leerte ya he sabido, pero ese encuentro misterioso, fantástico, loco, me habría permitido padecer contigo los peligros y el dolor.
-Además de…/ ¿qué hago de esa lucidez?/ También sé que ésta, mi lucidez,/ puede convertirse en el infierno humano,/ ya me ha pasado antes.
(*) LA LUCIDEZ PELIGROSA es el título de uno de los poemas más conocidos de Clarice Lispector, nacida en Rumania en 1920, criada y educada en Brasil, donde falleció en 1977, una de las más grandes escritoras del siglo XX, considerada entre la tercera generación del modernismo creado por la generación del 45. En su homenaje, esté donde esté.